César Pagano: "Optimismo ante el abismo y salsa y cultura hasta la sepultura"
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La vida de César Pagano se divide en dos grandes capítulos: antes de conocerse como César Pagano, cuando vestía de terno de paño y corbata, y con un cartón de sociólogo a las espaldas oficiaba detrás de un escritorio en los despachos burocráticos del Ministerio de Educación Nacional. Hasta ese punto se llamó César Villegas.
La otra parte, después de 1978, cuando se desató para siempre los nudos de la corbata y la garganta, regaló los vestidos y empezó a lucir camisas holgadas de tierra caliente, estampadas con palmeras y mares de siete colores de donde saltaban barracudas, como las pinturas del viejo Kat, el último pincel de la paleta nadaísta. Fue ahí cuando César dejó de ser Villegas para convertirse en Pagano.
Uno de sus mejores amigos, el poeta Juan Manuel Roca, lo recuerda en su cartografía evocativa, a propósito de los 80 años recién cumplidos de Pagano el pasado 20 de noviembre de 2021.
"César nació, y así lo dice su cédula de ciudadanía, en el mes once de 1941, en una ciudad (Medellín) que ha sido sobre todo tenida por tanguera, pero donde por ser un centro de grabación disquera, oímos desde la infancia, como si fuera la banda sonora de casi todos los barrios, a la Sonora Matancera.
Futbolistas de La Floresta, alarifes de Manrique, malevos de la Cueva del Bosque, tangueaban, pero también azotaban baldosa con aires cubanos que afloraron en un amplio y rico mestizaje durante los años setenta en la babélica ciudad de Nueva York.
(...) Pagano cuenta que ha realizado más de 1.500 entrevistas con gentes de todas las artes y de muchas otras disciplinas. Creo que lo dominante de su labor periodística y de difusión tiene que ver con la música y el periodismo. Con la cultura en general. Con la música y la palabra", refiere el septuagenario y laureado bardo.
Marca Pagano
A partir del retrato del poeta Roca, me atrevería a afirmar que los 80 años de César Pagano, y su prolífica obra, se ven resumidos en el arte de la portada de su libro, El imperio de la salsa, crónicas paganas (historia, entrevistas y semblanzas de salseros famosos), ilustrada por el artista Víctor Sánchez, Unomás.
Ahí aparece su vieja máquina de escribir Olympia, en donde César transcribió las 35 entrevistas de El imperio de la salsa. El rodillo sostiene la partitura de Anacona, letra del legendario compositor puertorriqueño Tite Curet Alonso, con música de Fania All Stars, en la voz de Cheo Feliciano, bombazo salsero que lo catapultó al estrellato, impreso en el álbum debut de Fania, con espectáculo en vivo en el Club Cheetah, de Nueva York.
A la izquierda de la Olympia, se observa un mojito de hierbabuena, sin más aderezos en el vaso que ron blanco (Havana Club, su preferido), generoso de hielo.
A la derecha, un cenicero de cerámica con su sello, Pagano, donde descansa un habano de esos que el viejo tabernero, por espacio de cuarenta años, metía candela para encender la rumba con la que él y dos alegres compadres, Juan Guillermo Gaviria y Gustavo Bustamante, revolucionaron a finales de la década de los setenta la apagada y tediosa noche bogotana, cuando irrumpieron con sones, pregones, charangas y descargas en un estrecho local de la carrera 13 A, con calle 24, esquina, zona candente del centro bogotano, donde brotó del cemento, como una flor noctámbula, el primer Goce Pagano.
Corría diciembre de 1978, y detrás del mostrador, como alumbrado por un cirio entre la penumbra y la espesa humareda de fumadores de Pielroja, se asomaba el rostro taciturno de un jovencito de cabellera ensortijada, que ya dejaba ver su talento como narrador. Ese muchacho que ayudaba a surtir cervezas y a lavar copas y vasos, era Tomás González, hoy uno de los consagrados exponentes de la literatura colombiana.
Remembranzas del Goce
Bertha Quintero Medina, amiga de toda la vida de César, comprometida con su causa, investigadora musical y recordada conguera de la orquesta femenina de Salsa Yemayá, lo cita en su franca crónica de largo aliento, que pronunció en la efemérides de Pagano, en Casa de Citas, de Carlos Adolfo González, con el respaldo rumbero de Los Cuatro de Belén y del sonero venezolano Édgar Dolor Quijada. De Bertha, destacamos el siguiente aparte:
"Me encontré con César Villegas en los años 70. Ambos hacíamos parte de una rara especie de burócratas desenfrenados que nos sentíamos encarcelados sin haber cometido delito. Pasábamos horas enteras en habitaciones pequeñas inundadas de documentos que no conducían a nada.
Yo sumaba y restaba en hojas cuadriculadas con lápices rojos, azules y verdes en el Dane, y César soñaba con vacas y hectáreas de tierra en un proyecto de desarrollo rural en el Ministerio de Educación Nacional. Nos presentó un espécimen de los mismos, Gustavo Bustamante, en el barrio Acevedo Tejada, cerca de la Universidad Nacional.
Me llamó la atención su voz: parecía salida de una novela radial, de las que se emitieron en los años sesenta en el país por Radio Recuerdos, la Emisora 1020 y Todelar: Kadir, el árabe, Renzo, el Gitano, o El derecho de nacer.
Su carta de presentación como rumbero presentaba algunos problemas: no bailaba, o lo hacía muy regular, con un estilo propio que dificultaba seguirle el paso, pero tenía un bonito y melodioso timbre de voz que recordaba a Vitín Avilés.
Iniciamos nuestra amistad basada en el gusto compartido por escuchar música, hablar de músicos y asistir a conciertos. Sus preferencias musicales incluían todo tipo de géneros, desde la clásica, el jazz, los boleros, los tangos, y, por supuesto, la salsa.
Los bares comenzaron a denominarse salsotecas, el perfil de los dueños comenzó a cambiar, como fue el caso de los personajes que fundaron el Goce Pagano: César Villegas, Gustavo Bustamante, Juan Guillermo Gaviria.
Este proyecto inició la transformación de las noches bogotanas. El sitio, con su pomposo nombre, era prácticamente un chuzo, un hueco, ubicado en una zona difícil del centro de la ciudad, bastante incómodo, sin mucho espacio, poco iluminado, sin aire suficiente, con un mobiliario que torturaba al sentarse y destruía la ropa de las mujeres. Un baño de chicas sin espejos, una pista de baile de cemento irregular, donde para entrar y salir había que hacer fila, lo mismo que para pedir un trago.
La rumba, en el Goce, se volvió un continuo interminable, de lunes a lunes, deliciosa, inagotable, soportada por la fuerza de la Salsa. Con un sobrecupo que pasaba las 100 personas, un clima a lo Girardot, se bailaba hasta el amanecer, sin horarios ni restricciones de tiempo y volumen.
Ubicado en una pequeña cabina de D. J., César desplegó todo su conocimiento y sensibilidad para organizar las tandas de la noche de acuerdo al gusto de los asistentes, con un repertorio especial que noche tras noche atrajo cada vez a más seguidores.
Como por encanto, el hueco se convirtió en el referente más importante de la salsa en Bogotá y los temas que allí sonaban eran los himnos personales de los asistentes. El concepto de bar que lograron imprimirle sus dueños al Goce, promovió nuevas formas para el encuentro, para el relacionamiento entre hombres y mujeres, entre poblaciones diversas y distintos sectores sociales, que conmocionados por el repertorio salsero que ponía César, se reunían a escuchar y bailar esta música.
La metamorfosis de César comenzó a hacerse visible. Cambió su apellido por el de Pagano. Su manera de vestir renovó notablemente. Lucía extraños collares y un sombrero extravagante. Y duplicó el número de tabacos que se fumaba.
El Goce congregó audiencias absolutamente eclécticas entre estudiantes, profesionales, burócratas, intelectuales, artistas, empleados, policías, obreros, que fueron construyendo una subcultura de la resistencia y la convivencia, creando lazos de solidaridad que cambiaron algunas actitudes machistas.
Las mujeres, que no salían de noche, comenzaron a llegar masivamente al Goce, se sintieron cómodas, sin acoso, sin presiones, y vivieron la rumba y la noche de otra manera.
Nos convertimos en típicos fans de cuanta orquesta salsera llegaba a la capital. Las recibíamos en los aeropuertos o las buscábamos en los hoteles. Logramos gestionar la presentación de Fania en la cárcel Modelo de Bogotá, y la de Eddy Palmieri en la cárcel Distrital.
César Pagano se asumió como el más duro de los rumberos, el bohemio por excelencia, el más aguantador para trasnochar, el fiestero más enamorado. No hubo espacio que abriera que no fuera exitoso. Todos los sitios se llenaban a reventar, desde el segundo Goce, de La Macarena, pasando por el de la 74 con Caracas, hasta Salomé Pagana de la 82, donde se lanzó nuevamente de cantante con el maravilloso "Escuadrón del Bolero".
Cada ocurrencia suya fue un hito. Así ha sido el pulso y la vida de César Pagano en el tránsito de los 50 años que lo conozco como amigo, como uno de los más reconocidos coleccionistas del país, investigador musical, cronista, autor de cientos de artículos y de cuatro libros, conferencista, programador, radiodifusor, promotor, experto en sonido afrocaribeño, versado en el bolero; un personaje con amplio reconocimiento nacional e internacional. Solo me queda agradecerle a la vida el habérmelo encontrado en mi camino", remató Bertha Quintero, y la salva de aplausos retumbó en la estancia.
Prolífico cultor de la música
Velada inolvidable la del cumpleaños de Pagano en Casa de Citas, en el sector histórico de La Candelaria, valga el apunte tocado de sorna, entre chinchín de copas y chascarrillos: celebrar 80 años en Casa de Citas, con rones, sones y boleros, y en animada camaradería con la patota de toda la vida, hasta despuntar el alba, fue una hazaña sin par en estos tiempos sacudidos por borrascas infectas y amenazantes réplicas de nunca acabar.
Autor de libros de crónicas y entrevistas relacionadas con el patrimonio musical afroantillano como "Aquí el que baila gana", "Juan Formell y los Van Van" (con prólogo del reconocido escritor cubano Rafael 'El Chino' Lam) y "El Imperio de la Salsa" (Ícono Editores), César Pagano anunció que estaba avanzando en la escritura de una memoria de la Salsa en Cali, según él, una visión crítica que desmitifica el bajonazo del movimiento salsero, "cuando en Cali y sus alrededores siguen vigentes alrededor de 300 rumbeaderos, 200 academias de salsa con más de 1.500 instructores y un promedio de 20.000 bailarines profesionales, de una fecunda e ininterrumpida cosecha generacional que data de los años 70, además del notorio auge de nuevas orquestas, y de una feria icónica con su encuentro de melómanos y coleccionistas que es referente mundial".
"Salsa y cultura hasta la sepultura"
Como tabernero, y después de medio siglo de agitadas y prolongadas noches de rumba con amigos y músicos de distintas procedencias, Pagano no hizo fortuna monetaria, porque el goce siempre estuvo muy por lo alto de las finanzas y los libros contables, pero hacía alusión de su gran capital musical representado en no menos de 20.000 vinilos, 2.000 cartuchos en formato audio y vídeo con cerca de 3.000 entrevistas, poderoso material que en su trayectoria como cronista, radiodifusor, gestor cultural y conferencista, inspiraron emblemáticos espacios radiales como "Conversación en tiempo de bolero", "Sóngoro Cosongo" (onomatopeya del poeta cubano Nicolás Guillén), y los "Motivos del son"; además de un centenar de libros sobre música popular latinoamericana y del Caribe que colmaba la sala de recibo y las habitaciones de un apartamento en alquiler en el barrio La Esmeralda, de Bogotá.
Con 80 años recién celebrados al abrigo de la vieja cofradía de músicos, poetas, boleristas y amigos de la bohemia; cuatro hijos, cuatro nietos, Pagano se dedicaba en los últimos tiempos al comercio de sus acetatos. Anhelaba que su colección, cultivada a lo largo de cincuenta años, igual que las grabaciones con sus entrevistas, y sus libros, llegaran a manos de una institución cultural de prestigio, o en la Biblioteca Luis Ángel Arango.
Estupendo conversador, adorador de Cuba, a la que visitaba dos y tres veces al año, César Pagano se identificaba como un "rebelde de hueso colorado". Criticaba a Rubén Blades por alardear de sus credenciales de Derecho internacional en Harvard, y por sus películas al servicio de "la multinacional consumista de los gringos". Del palo que le daba a Blades, pasaba a magnificar a Gabriel García Márquez, de quien repetía, al calor de sus rones, la anécdota cuando Enrique Santos Calderón celebró con todos los hierros un cumpleaños de su hermano Felipe en el Goce Pagano, con 200 amigotes, entre ellos el Nobel de Aracataca:
"El Goce parecía que fuera a colapsar con el gentío —contaba César— por una descarga telúrica de Dámaso Pérez Prado. Estaba El Pantera (García), Janeth Riveros (Madame Charanga), Luis Pacheco, Nafer Durán, y se acerca Gabo y me dice con el ácido mamagallismo que lo caracterizaba: 'Oye, César, si yo hubiera tenido un bar como el tuyo, también le hubiera puesto por nombre El Goce Pagano, y si hubiera tenido otro, Sendero Luminoso'. Todos estallamos en carcajadas".
Tres días después de su cumpleaños 80, llamé a César con el propósito de visitarlo en su apartamento, y de paso ver unos discos de posible compra. Me dijo que lo dejáramos para la siguiente semana, porque tenía viaje a Medellín donde le rendirían un homenaje. Esta fue la última entrevista con César Pagano, barón de la rumba, que ha hecho de su vida un goce perpetuo bajo su mentada consigna que perdurará por siempre: "Optimismo ante el abismo y Salsa y cultura hasta la sepultura".
¿Qué tan pagano es César Pagano?
Yo creo que es más lo que se ha especulado que lo que yo quisiera ser.
¿Cuál ha sido la mejor de todas las bohemias?
Donde hay mayor convergencia de artistas, talento, improvisación y genialidad.
¿Iconoclasta?
Toda la vida he sido rebelde, criticón y hasta insoportable. Por fortuna he tenido la autonomía de discernir y criticar alrededor de la música.
¿Qué oye cuando no está en su salsa?
En mi apartamento oigo jazz, música étnica o clásica. Cuando tuve tabernas, me concentraba en los pilares fundamentales de la música Caribe: el son, la salsa clásica y la gran herencia cubana en todas sus vertientes.
¿A qué huele La Bodeguita del Medio, de La Habana?
Huele a mojito, a tabaco, a ron, a cochinito asado, y a todas las esencias y platos típicos de la gastronomía cubana.
¿Qué sensaciones le produce Chucho Valdés al piano?
Las armonías más completas y contrastantes, resultado de una ejecución delicada, refinada y siempre renovadora, hasta desatar huracanes en el teclado. Es mi pianista predilecto.
¿Qué es lo que más le gusta de Benny Moré?
Su vocación y genialidad para recoger, desde lo ancestral de la música campesina de Cuba, pasando por el mambo, el jazz, el bolero, y todo lo que lo hizo leyenda. Benny Moré es una de los más grandes testimonios de la cultura musical cubana en su historia.
¿Cuántas versiones de Guantanamera conoce?
Más de una centena.
¿Cuál es su preferida?
"Una improvisación al piano que hace un gran discípulo de Chucho Valdés. Se llama Tony Pérez y dura dieciocho minutos".
Para relajarse, Woody Allen toca el clarinete en un bar de Manhattan. ¿César Pagano lo hace con el bongó?
Me defiendo con las campanas, las maracas y el canto. Es decir, la santísima trinidad.
¿Está de acuerdo cuando se dice que la salsa es el ritmo más sexual que existe?
Sí, porque está muy centrado en el goce del cuerpo, que es el legado africano, con su sincretismo y sensualidad. Todo eso adobado con ron, tabaco y caña, produce poderosos efectos eróticos.
¿Seguirá siendo un rebelde?
Espero morirme así. Siempre exigiendo más calidad en la música y más justicia y equidad para esta sociedad tan desequilibrada.
Se ha ido varias veces lanza en ristre contra Rubén Blades. ¿No cree que se le ha ido la mano?
Justamente porque nos ilusionó con sus cantos sociales, con su poesía, pero no tardó en agrandar su ego entregándose a Hollywood, a Harvard, y ni siquiera hizo acto de presencia cuando la invasión a Panamá. No soporto la gente que no actúa como piensa, o como dice que piensa.
En una ocasión también trató de "arribista" a García Márquez...
Es cierto, porque me parecía extraño que un hombre como él, que tuvo una dimensión mundial por su talento y su trabajo, se ensimismara en regodearse de poder, de querer rodearse con la clase dominante de este país.
¿En qué momento no se toma un ron más?
Cuando algún pesado daña la bohemia con algo grotesco, vulgar o agresivo.
¿Cuál es la descarga más alucinante que ha oído?
Son varias, pero recuerdo una que se llama Noche inolvidable: estaban los hermanos Palmieri y Washington y sus Latinos. Todos terminaron descargando con una fraternidad jubiladora. Sucedió en 1980.
¿El bolero más sensual?
Longina, de Manuel Corona, en la voz de Carlos Embale, con el Septeto Nacional.
¿Qué tan devoto es del pescado?
Me fascina, además que es una comida muy sana. A esta edad hay que cuidarse.
¿Y cómo canaliza todo ese fósforo?
Con la música, el amor y el trabajo.
A propósito, ¿cómo es su amor por la Sonora Matancera?
Es un viejo e irrepetible amor que está marcado por figuras como Daniel Santos, Celia Cruz, Bienvenido Granda, Laíto Sureda, entre tantos.
¿Qué verso o estrofa del bolero o de la Salsa guarda con especial afecto en su memoria?
Uno del bolero Delirio, del inmortal César Portillo de la Luz: 'Siempre tú estás conmigo en mi tristeza,/ estás en mi alegría y en mi sufrir,/ porque en ti se encierra toda mi dicha'.
¿Para qué se ha vuelto escéptico?
Para los discursos promeseros de los políticos. Por eso la gente ya no cree en nada ni en nadie.
¿Todavía desayuna a medio día?
Solo cuando me levanto a las diez de la madrugada?
¿Cuál es su fórmula para conservarse tan bien?
Dirán por ahí que me he conservado en los mejores alcoholes, pero yo asumo que es la alegría y la fe que le he impuesto a la vida, pese al trajín de los años, los achaques, los problemas y las desventuras. La música es la más recomendable de las terapias. Ojalá la aplicaran en el sistema nacional de salud.
¿A qué le saca el cuerpo?
El cuerpo me gusta más meterlo que sacarlo.
¿Cuál es su estado natural?
Vivir sin afanes.
¿Y el color que le da suerte?
La piel canela.
¿Qué le gustaría que le pusieran antes de emprender el eterno viaje?
Sones de Cuba y cumbias de Colombia.
¿Cuál sería su epitafio?
Optimismo ante el abismo y Salsa y cultura hasta la sepultura.