"Adagio a mi país"
por Alfredo Zitarrosa (Uruguay)
2 años atrás1 min lectura
por Volodia Teitelboin (Chile)
7 años atrás225 min lectura
Redacción de piensaChile: En homenaje a Gabriela Mistral en el aniversario de su muerte: 10 de enero de 1957I EL BUQUE DEL OLVIDOMEXICO ATRAE a la Malquerida. No tanto por el águila y laserpiente, sino porque, al parecer, allá hay gente que la quiere.En 1922 José Vasconcelos, ministro de Educación, la invita a trabajar en su país, colaborando en la reforma de la enseñanza y en la fundación y organización de bibliotecas populares.La llamada mexicana es irresistible. Vasconcelos le escribe que ninguna mujer en su patria es más querida que ella. La ensalza con retórica generosa: «resplandor vivo que descubre a las almas sus secretos y a los pueblos sus destinos». No la ve como gloria de cenáculo, sino como presencia de la otra punta de América que completa el sentido y la línea del horizonte en el continente.El diputado Luis Emilio Recabarren, que hacía poco, en enero de ese año, había contribuido a fundar en Rancagua el Partido Comunista de Chile, formula una indicación en la Cámara para que se asigne a Gabriela Mistral una pequeña partida de dinero a fin de cubrir los gastos de viaje. La proposición es recibida en bancas de derecha con chirigotas y alusiones despectivas, que arrancan a Recabarren una réplica a lo cantaclaro. El país sólo tiene plata para los ricos. El gobierno y el Parlamento aprueban viáticos suculentos para los grandes señores, los generales que viajan a Europa o a Estados unidos con toda su familia, pero niegan el más mísero apoyo a una escritora y a una educadora salida del pueblo.En sus Notas de un cuaderno de memorias, Laura Rodig ratifica el incidente.Cuando el Gobierno de México, en 1922, la invitó a su país, el honorable don Luis Emilio Recabarren, informado de que ella no disponía en absoluto de dinero para sus gastos personales, y que México pagaría todo, hizo en la Cámara la indicación de que se le diera la suma de cinco mil pesos, idea que sólo obtuvo sonrisas e ironías […]. Sin embargo, en la misma sesión se aprobaron dos comisiones para militares a Europa y cada personaje llevaba su familia, servidumbre, etc., todo a cargo fiscal.» (130)Los señores de las alturas olímpicas en verdad no la querían. «Cuando el ministro de Educación de México, don José de Vasconcelos [mientras Gabriela estaba en su país, él vino a Chile] visitó a un expresidente –agrega Laura Rodig-, éste le dijo: «¿Para qué invitaron ustedes a Gabriela, habiendo aquí tantas mujeres más inteligentes que ella?». Vasconcelos puso un cable que, entonces, allá no comprendieron y decía: «Más que nunca convencido que lo mejor de Chile ahora está en México»»Luego, en una época dura suspendieron por seis años el pago de su jubilación de maestra, lo que la hacía contar: «Estoy obligada a escribir una barbaridad de artículos gacetilla para poder mantenerme … »En julio de 1922 viaja en un vapor conocido, el Orcoma. En México la noticia antecedió a su partida. El diario Excelsior publicó el 1 9 de mayo de 1922 una nota sobre la «insigne escritora sudamericana que, si no estamos mal enterados, será la primera vez que abandone su patria. Aunque Gabriela Mistral no ha publicado aún sus poesías en ningún volumen -que sepamos-, su obra maravillosa es profunda y gloriosamente conocida en toda América y España. Es Gabriela quizás la primera gran poetisa americana -¿para qué recordar a Sor Juana?- que ha traspasado las fronteras de su patria en forma tan definitiva y absoluta, y logrando cimentar su nombre bajo tan sólidos prestigios».Tiene tantas ganas de dejar Chile que entona un canto a la nave y hasta llega a perdonar momentáneamente al marInspecciona con ojo de trabajador de astillero el casco verde que hiende las aguas. Le descubre otro color en la gama de la hermosura: una sostenida franja negra. Lo demás es blanco, como Los Andes en invierno, pero, para no desilusionar los ojos del poeta, los mástiles son de oro. La nave, así, adopta por debajo el color del mar; en lo alto asume el tono de la luz. Esta descripción refleja el estado de espíritu de la pasajera. Está contenta con ese océano y ese buque que la aleja de una tierra donde ha sufrido. Supone que en su vientre el barco es feo; pero ella no le ve las tripas, hechas de máquinas, ni la violencia de las hélices; lo siente deslizarse como una gaviota, a ras de espumas, tan sutilmente que por momentos reproduce la sensación de un vuelo. Habla de un vapor joven que el mar aún no ha herido. El oleaje no tuvo tiempo para cubrirlo de herrumbre. El barco es ajeno al dolor. Por instantes, olvida la crueldad del mar, que la persigue como una metáfora de cierta perversidad humana. Cuando se pierde el perfil de la costa, se regocija murmurando: «La tierra está tan lejos que se la olvida». Esa es su victoria: el olvido.Abandona un país en el que se siente incomprendida, vejada, insultada. En verdad el escarnio venía de algunos; la indiferencia de los más. Y esta sensación de ser una inconformista a la cual se trata de acorralar no conseguía neutralizar la admiración de unos pocos, que con el tiempo se convertirían en muchos.Parte, además, empujada por otros vientos de cola que la impulsan a alejarse lo más velozmente posible. Hay en su vida impenetrables secretos y enigmas a medias, que arrastran a esta buscadora del extrañamiento voluntario a poner distancia.Huía de Chile por varios motivos. Sí, huía de Magallanes hombre, aunque él en ese momento estuviera en el extranjero. Huía con esa aversión oculta, con ese pavor ante el imperio de la carne. Tal vez la perseguiría siempre por el mundo.Trece años después, en Lisboa, escribe un «Recado sobre Anthero de Quental, el Portugués». Lo denomina «Sin mujer». Vale por una autodefinición personal, siempre que ese título se cambie por «Sin hombre». Hablando del lusitano, Gabriela, por un empleo de analogías o diferencias que le vienen al magín consciente o inconscientemente, de algún modo, como de costumbre, hablará de sí misma. Anthero pertenece a una tierra que es finisterra de Europa, mientras que Chile es una finisterra del planeta. Lo siente próximo. Subraya en él el profetismo, los zapatones rústicos -dos características de Gabriela-, atuendo romántico que en él se compadecía con la pulcra limpieza, aquella que Eça de Queiroz denomina «de monja vieja», imagen que corresponde a su propio modo de verse. Como ella, escribe el verso óptimo y la prosa rica y limpia, «sirviendo a dos manos a los dioses que espolean y a los hombres que piden explicación del mundo en respuesta cantada y hablada».¿Qué otro rasgo le llama la atención en el portugués?Uno en el cual «los ahijados de Freud tienen allí donde hurgar dando buenos atisbos o berreando baladronadas». En algún sentido es también su caso, y quizás por eso lo subraya. Este hombre a quien llama «loco perdido de las ideas» se casó con ellas y esto desplazó al «himeneo natural con las de carne y hueso» y si «alguna mujer chamuscó su piel de pasada, ninguna le acostó en la parrilla de una pasión seria». Es algo que ella también celebra: la victoria del Eros metafísico sobre el Eros físico, que Gabriela -entre muchos precedentes- ejemplifica en Baruch Spinoza y en Buda. Abunda, ahonda sugestivamente en la calidad de esa misoginia, que en el caso de Quental no excluye el ansia de paternidad y en el de Gabriela el anhelo de maternidad. Pero tanto el uno como el otro quieren hijos adoptivos, no seres nacidos del apetito de su propia carne. Gabriela describe este sentimiento como «otra forma de la saudade infinita. Ver niño, tocar niño, tener niño en mesa y justificar la casa, un huerto y otras regalías con esas chiquitas». Tal fue igualmente su sueño personal, y por eso algún día se sintió madre de Yin Yin. Y si este lusitano termina también matándose (otro suicida), a pesar de vivir como un santo, «a causa de su naturaleza sublime», ella lo achacará a muchas cosas, al ambiente, a la soledad irremediable (le recuerda el fin de Ángel Ganivet), pero también aprovechará para echarle la culpa, al menos parcialmente, a un viejo enemigo: el mar, que, según afirmnaciones médicas -sostiene-, sería el gran enloquecedor de hombres. Como vemos, vuelve a un tema y a una obsesión personal. La montaña -su montaña- turba menos. Ella vive turbada a medias, porque no es de tierra llana, que inclina al sosiego y a la vida chata. Pero en el fondo ella admiró en el portugués que no se comportara en forma pagana sino estoicamente, porque este último es también su modo de vivirLa violaciónVuelve a rememorar. Lo quiso tanto que perdió el juicio, y llegó a decirle cosas que no debía revelar a nadie.Pero él la asediaba tratando de saltar el muro.¿Cuál era ese muro? ¿Cuál era ese punto, esa línea fronteriza que no podía traspasar? ¿Por qué le dijo que no a Manuel cuando él quiso ir más allá? ¿De dónde nace el horror al contacto carnal?Ella lo ocultó como el secreto de sus secretos, bajo siete cerrojos, y la marcó para siempre. No obstante, en esa guerra de amor y miedo que fue su relación con Manuel, ante el reclamo, la presión y el atónito desconcierto del hombre que no entiende por qué se niega a consumar la relación amorosa, ella desliza una alusión que es como un orificio en el muro, para mirar al otro lado del secreto inconfesable.El amante frustrado mira por ese pequeño agujero en el muro ciego. Insiste, inquiere, reclama, exige, quiere saber por qué. La acorrala a preguntas. Por fin ella, en pocas palabras, lo confiesa que arrastra desde su niñez cierto trauma producido por un hecho brutal. Un mocetón que iba a su casa la violó cuando ella tenía siete años.Esto la desgarró para siempre. Se sintió profanada, rota, impura. Arrastró el hecho toda la vida. Nunca se pudo reponer a la humillación indescriptible. Si se pesquisa con ojo detectivesco en su poesía, persiguiendo las huellas de aquel crimen, un investigador acucioso las descubrirá escondidas entre metáforas patéticas.II HORA DE MEXICOCUANDO SE MARCHA, Pedro Prado la quiere presentar con un mensaje: «Al Pueblo de México». «¡La reconoceréis por la nobleza que despierta!…». Les pido discreción. «No hagáis ruido en torno a ella, porque anda en batalla de sencillez». La recomendación es hermosa, aunque prescindible. México la espera acogedor. Además hay allí, por lo menos, un hombre que la admira; la ha alabado. Así lo ha dicho. Es sabido que se trata del ministro de Educación José Vasconcelos.¿Pero quién es y qué representa en aquel momento Vasconcelos?Cierto autorizado compatriota suyo, Daniel Cosío Villegas, describe al hombre, su trabajo y sus preocupaciones cuando contrata los servicios de Gabriela Mistral. «José Vasconcelos personificaba en 1921 las aspiraciones educativas de la revolución como ningún hombre llegó a encarnar, digamos, la reforma agraria o el movimiento obrero …»Le gustaban las conversaciones platónicas y acuñó un lema entusiasta: «Por mi raza hablará el espíritu». Creía en el indio y también en los intelectuales. Llamó en primer término a colaborar a los conferencistas del Ateneo, entre ellos Antonio Caso, Julio Torri y, en especial, a Pedro Henríquez Ureña.Cuando Gabriela Mistral llega a México, los estudiantes saludaban a Vasconcelos como su abanderado. Encarnaba los ideales de reforma universitaria, místicos y nacionalistas a su vez, que habían tomado cuerpo en los años 1915 a 1917. Se lanzaron a la impresión de los clásicos griegos y latinos en grandes tiradas, que repartían gratuitamente en las escuelas del país. Los héroes del momento eran Homero, Platón, Eurípides, Esquilo, Dante. Les pareció que así, haciéndolos leer a niños y jóvenes, surgiría una nueva generación culta y revolucionaria.Quehacer singular, porque el destinatario de todo ese esfuerzo debía ser el pueblo y sobre todo el indio. Nacía de la idea de forjar una nueva sociedad mexicana mucho más justa.Reivindicaban lo precolombino, el pasado maya y azteca, la poesía zapoteca; pero también exaltaban al indio actual, los valores de su silencio, el sentido profundo de su recogimiento. Debía traducirse en un redescubrimiento de su sensibilidad creadora expresada en la artesanía, el sentido teatral, la música y las danzas.Había un inconveniente previo para que el pobre y l indio pudieran recibir el mensaje redentor: su analfabetismo. Pues bien, los sábados y domingos los jóvenes de la causa salían a los barrios indigentes como profesores de primeras letras.Carlos Pellicer figura entre la pléyade de alfabetizadores ilumina. dos. Gabriela lo conoce al llegar a México y lo saluda como «un poeta nuevo de América». Le agrada porque lo siente influido por los grandes ejemplos, como un hijo de Plutarco. Posee el pulmón limpio para el canto porque no fuma, tiene la boca firme para entonarlo porque no bebe y anda con la cara curtida por el sol azteca porque siente la pasión de la naturaleza patria. La encanta por su respeto a lo heroico. En verdad no es naturista, pues, conforme a su expresión, se alimenta de la carne del pasado y del presente. La seduce porque a los veinte años le dijo «padre» a Bolívar y ahora le ha aparecido en su propia tierra un padre mexicano, Vasconcelos. De vez en cuando este caminador de la historia «salta sobre el árbol grotesco del estridentismo a cortar sus manzanas geométricas, sus flores cuadradas…» Pellicer dedica a Vasconcelos un poema obviamente llamado «Sembrador»:El sembrador sembró la aurora;su brazo abarcaba el marEn su mirada las montañas podrían entrar..Sembrador silencioso:el sol ha crecido por tus mágicas manosEl campo ha escogido otro tonoy el cielo ha volado más alto.(131)Gabriela Mistral arribó procedente de Santiago; Henríquez Ureda vino de Minnesota, a fin de encabezar el Departamento de Intercambio y Extensión Universitaria. Todos ellos, y la chilena desde luego, como su compatriota Rubén Azócar, viajaron a diversos estados de México. Fueron a Michoacán, a Puebla, con el fin de entregar libros de los clásicos y ella en particular a fundar escuelas y bibliotecas. Daban conferencias. En verdad este elemento de extensión cultural heredaba el impulso de la Universidad Popular, que habla dejado de funcionar en 1920. Allí iban ateneístas, profesores, escritores, artistas a hablar a los obreros. Se contabilizaron 2.850 conferencias. El repertorio era misceláneo: temas patrióticos, matemáticos, gramaticales, geográficos, históricos, astronómicos, profilácticos. Esto a Gabriela le gustaba. Fue una gran hora de la vida mexicana que la empujó lejos del ambiente intrigante que había sufrido a menudo en Chile, Ofreció campo libre a su vocación de maestra creadora, Quería enseñar a leer y escribir al indio. Marchar al compás con Diego Rivera, José, Orozco, David Alfaro Siqueiros, que comenzaban a pintar sus murales para recrear la prehistoria, esa historia oculta. Y sobre todo deseaba fundar bibliotecas populares, Ella lo había soñado para Chile. Quiso hacerlo en Magallanes. Pero, ¿qué puede una mujer sola? Tal vez se necesite una revolución. Está visto que todas las revoluciones alfabetizan. Enseñar a leer y escribir al pueblo siempre figura entre sus primeras tareas.La reciben en una apoteosis, lo que conforma exactamente el reverso de la hostilidad que sentía en Chile. Ahora está ya en medio de la campesinería india, viviendo en la escuela rural. Subió a su casa, se asomó a la azotea; desde allí vio el gran horizonte, el cielo que la abrazaba y escuchó todo el silencio del campo; entonces la invadió una sensación de infinita paz; y se dijo: «por fin, en dieciocho años, podré trabajar tranquila, sin el toque de la campanilla, sin angustias económicas». Dio las gracias a Dios y reconoció con cierto mohín crítico que éste le concedía el don en tierra extranjera.Sintió que no sólo era una creadora de poesía. También fundaba bibliotecas. Dato imprescindible de su biografía es la historia de una niña que consideró un tesoro «el deslizamiento hacia la fiesta pequeña y clandestina que sería mi lectura vesperal-nocturna, refugio que se me abría para no cerrarse más». No se olvida de Magallanes. Envía una colección de libros para el Liceo de Hombres. «Hasta Punta Arenas de Chile, es decir, el ápice del continente -comunica- se ha hecho llegar una dotación semejante». Era una devolución que soñó en su infancia. «Las bibliotecas que yo más quiero son las provinciales, porque fui niña de aldeas y en ellas me viví juntas a la hambruna y a la avidez de los libros».Será también una alentadora de escuelas rurales. En México vio nacer algunas como las que, según su idea, hicieron surgir León Tolstoi en Rusia y Rabindranath Tagore en la India.En Chile -recordó- el nombramiento en escuela rural se estima una ofensa. A esa escuela llegó también un día el señor Vasconcelos, que se sintió bien allí. Y como esto necesitaba propaganda, surgió el periódico El Niño Agricultor, quincenario en el cual.tengo a mucha honra ser colaboradora y que los chicos vocean en las calles […]. Quise darles algún día indicaciones sobre periodismo infantil; pero vi que poco las necesitaban. Fuera de sus errores de ortografía, ellos saben muy bien lo que deben publicar […]. Oí una vez a un orador de doce años explicar a sus compañeros algunas reformas que le parecían necesarias. Visitábamos la escuela de los Maestros Misioneros [profesores de indígenas repartidos por todo el país]. (132)Ella presidió el Congreso. «Nos detuvimos a escuchar-escribe-y es la verdad que se sacaba más provecho de aquel discurso que de muchos discursos pedagógicos». Trataba el orador de la biblioteca en formación.En enero de 1923 es invitada a hablar en el Congreso Mexicano del Niño. Se dirigirá entonces a la madre de un pueblo en su «tremenda hora de peligro». Presiente en ella más potencia que en un ejército que pasa, porque mece al héroe de mañana. Para Gabriela la vida es deber y le recomienda cumplirlo a las mujeres, Parece anticuado. Tal vez tiene poco que ver con el movimiento feminista moderno ponderar como modelos a las madres hebreas y romanas. Nadie podrá impedir que las muchedumbres urbanas sigan naciendo de su seno como el fluir de los manantiales de la tierra. El empequeñecimiento de los hombres comienza con la corrupción femenina. No predica la quietud ni el conformismo. La madre ha de reclamar para su hijo todo lo que merecen los que «nacen sin que pidieran nacer». Cada una debe formular su exigencia y no esperar que parta de labios ajenos. No dejar de pedir para el niño la escuela con sol, el libro, las imágenes de los cuentos, ni cesar de decir «no» a todo lo que desfigure su alma y la violente. Luchará por terminar con la categoría absurda de hijo ilegítimo y por impedir que el pequeñuelo sea arrojado prematuramente a las chimeneas de las fábricas. Nótese que Gabriela no predica la inercia silenciosa. Prefiere la mujer osada, que discute con la maestra la formación de sus hijos. Les cita en su apoyo un verso de Walt Whitman: «Yo os digo que no hay nada más grande que la madre de los hombres»Las mujeres formamos un hemisferio humano. Toda ley, todo movimiento de libertad o de cultura, nos ha dejado por largo tiempo en la sombra. Siempre hemos llegado al festín del progreso, no como el individuo reacio que tarda en acudir, sino como el camarada vergonzante al que se invita con atraso y al que luego se disimula en el banquete por necio rubor. Más sabia en su inconsciencia, la naturaleza pone su luz sobre los dos flancos del planeta. Y es ley infecunda toda ley encaminada a transformar pueblos y que no toma en cuenta a las mujeres. No se crea que estoy haciendo una profesión de fe feminista. Pienso que la mujer aprende para ser más mujer… (133)La caída del iluminadoVasconcelos quería oponerse al caudillo de la guerra asumiendo la responsabilidad del «caudillo moral». «Mi inteligencia de mi revólver», proclamaba.Es de Oaxaca, como Benito Juárez y Porfirio Díaz. Al primero, Gabriela lo llama «hueso de la nacionalidad»; el segundo representa «el orden autoritario». El tercero, Vasconcelos, «la democracia inspirada y mesiánica». Es un poco extraño: un conductor mesiánico que ella describe con exactitud como enteramente desprovisto de los atributos que hacen a un Mesías: «Mal orador, hombre de estudio honesto y opaco, lo menos tropical de este mundo en la conversación …» Pero ardía en él un sentido de misión. Alfonso Reyes rememora que en la generación de su bachillerato ya el estudiante Vasconcelos trabajaba en un proyecto para ensamblar nuestros pueblos, con pasión hispanoamericana aguzada por el hecho de ser hombre de un país tan amagado por la invasión guerrera o pacífica de su vecino norteño. Como Madero, al cual acompaña en su campaña que da comienzo a la revolución en México, era moralista y creía a medias en Buda.Vasconcelos vivió su aventura y terminó mal. Cuando sale del país, en 1925, Gabriela Mistral ya no está en esa tierra turbulenta. Al saberlo escribe una carta melancólica:Me llegan noticias de México, que no me alcanzan a trazar el panorama de hoy. Que Vasconcelos, el hombre mayor de ustedes, se ha ido. Verdaderamente es una orfandad, mi amigo, y una desgracia, en cualquier aspecto que se le mire…Gabriela vaticinó, al estilo de las viejas sibilas: Vasconcelos volvería. Retornó el año 1929. Recorrió el país como candidato a la Presidencia de la República. Vasconcelos había leído en Renan que una nación es «un plebiscito cotidiano», y lo tomó en serioAlfonso Reyes, en julio de 1959, cuando pronunció la oración fúnebre ante la tumba de José Vasconcelos, lo tuteó como si hablara consigo mismo y con los mexicanos: «…a ti que nos dejaste una cicatriz en fuego en la conciencia»Los unía cierta semejanza. Reyes, ese mexicano tallador de retratos «a cincel profundo», también captó el perfil interior de la chilena desasida: «En ella se da la ira profética contra los horrores amontonados por la historia, se dan la fe, la esperanza y la caridad, la promesa de una tierra mejor para el logro de la raza humana; la mano que traza en el aire los pases mágicos, a cuyo prestigio relampaguea la visión de un mundo más justo».Desolación, ¿rayo negro o celeste?Mientras tanto, la estrella de Gabriela se ha encendido en el ciclo de Nueva York. No la ha prendido un norteamericano sino un español, Federico de Onis, quien hace clases en la Universidad de Columbia, Da una conferencia en el Instituto de las Españas; habla de una desconocida; sus palabras suenan tal vez excesivas, con tonalidades de fanfarria. Ese tipo de auditorio ha oído muchas veces alabanzas desorbitadas. El público, formado sobre todo por profesores yanquis. de español, escucha con cierto oído escéptico. ¡Pruebas, pruebas de aquel pretendido descubrimiento.Federico de Onís comienza a leer poemas. Es una poesía violenta. Su palabra quiebra piedras, escalofría corazones– ¿Quién es ella? – exclaman los más atónitos– ¿Dónde está?¡Que se presente! Y si no puede venir, siga, por favor, leyendo poemas suyos, señor profesor Onís, porque esa poesía nos deja pasmados, nos quita la tranquilidad, nos traspasa por dentro, como si nos metieran entre pecho y espalda un volcán. Y el maldito está en erupción, vomita fuego y lava. Y, como si fuera poco, el desgraciado nos hace sufrir, y encima de gritar y estremecer es hermoso, es ferozmente bello y nos dan ganas de llorar y tenemos la sensación de un gran misterio, del misterio del ser y del morir. Por favor, que vengan al menos sus libros, para tenerlos en casa y leerlos de noche y perder el sueño y sufrir pesadillas-No. No hay libros suyos. No se ha editado ninguno-. Responde el profesor-Entonces compilemos esos poemas nosotros. Editémoslos sin faltaAsí apareció publicado en Nueva York su primer libro, Desolación, en 1922A los chilenos quizás les dio un poco de vergüenza. Y salió pronto en Santiago una segunda edición. La precedió un prólogo de Pedro Prado, aquél dirigido a los poetas mexicanos.Años más tarde ella dirá algo sobre su descubridor en Estado Unidos:Un español dirige moralmente el cuerpo de profesores de castellano en Estados Unidos; un español rezagado de la época grande, un extraordinario nombre que, como el de Lope que enseña, se balancea entre los siglos XVI y XVII. El podría decir que tiene el pie derecho en el primero, por su amor del genio folklórico de España, y podría añadir que endereza el otro hacia el Renacimiento, a causa de su temperamento de hombre de misión en América del Norte …(134)Su amigo, embajador mexicano en Chile, el poeta González Martínez, cuyo trato recomendaba Gabriela a Manuel, proponía doblarle «el cuello al cisne de hermoso plumaje» del modernismo.¿Es Desolación la obra de una última modernista o de una primera postmodernista? ¿Pero qué significado tiene encorsetarla en escuelas cuando ella no las profesó? Fue una autodidacta que aprendió más o menos sola en la vida y ésta le dictó su poesía, que no admite clasificaciones rígidas.Julio Saavedra, en su prólogo a las obras completas de Gabriela Mistral, publicadas por la Colección Aguilar, sostiene que Desolación no es, pues, un libro de versos como hay tantos, sin materia dramática. Al revés, su lirismo hunde las raíces en una tragedia vivida y en los sentimientos derivados. No es producto de la imaginación servida por una sensibilidad feliz; es la sensibilidad misma de una neurosis, exteriorizada casi sin imaginación: es poesía y no es arte de artífice.»(135)Desolación es libro capital de la poesía latinoamericana del siglo XX y uno de los más singularmente trágicos.Con fines pedagógicos la autora lo divide en secciones: Vida, La Escuela, Infantiles, Dolor, Naturaleza, Canciones de Cuna, luego Prosa. Y dentro de la Prosa Escolar, Cuentos. Dicho índice nos da una idea del incendio que calcina sus versos, sin terminar de consumirlos jamás.Ese libro colmó textos escolares de nuestra época, editados por Manuel Guzmán Maturana. Aprendimos de memoria unos cuantos. Todavía nos siguen conmoviendo el «Credo» (Manuel Magallanes es el destinatario incógnito de los más desgarrados), «Desvelada»:Como soy reina y fui mendiga, ahoravivo en puro temblor de que me dejesy te pregunto, pálida, a cada hora:«¿Estás conmigo aún? ¡Ay, note alejes!» (136)O «Vergüenza»:Si tú me miras, yo me vuelvo hermosacomo la hierba a que bajó el rocío,y desconocerán mi faz gloriosalas altas cañas cuando baje al río.(137)También «Tribulación», especialmente «Nocturno» y «Los sonetos de la muerte», junto a «Interrogaciones». En «Ceras eternas» delata su obsesión:¡Ah! Nunca más conocerá tu bocala vergüenza del beso que chorreabaconcupiscencia, como espesa lava..Y en «El ruego»:Señor, tú sabes cómo, con encendido brío,por los seres extraños mi palabra te invocaVengo ahora a pedirte por uno que era mío,mi vaso de frescura, el panal de mi boca (139)Neruda visualiza que ella abrió la puerta a una emoción poética sin paralelo en el continente. En 1954 escribe:Es tal la fuerza torrencial de «Los sonetos de la muerte», que fueron rebasando su propia historia, dejaron atrás el núcleo desgarrador de la intimidad y quedaron abiertos y desgranados, como nuevos acontecimientos en nuestra historia poética americana. Tienen un sonido de aguas y piedras andinas. Sus estrofas iniciatorias avanzan como lava volcánica. Contenemos el aliento, va a pasar algo, y entonces se despeñan los tercetos.(140)Tal vez pocas veces fue más verídico aquel decir de Walt Whitrnan: «No leo un libro. Toco a un hombre». En este caso tocamos hasta las entrañas del alma a una mujer, que parece en sus páginas condensar buena parte del dolor. Ella estaba consciente que en Desolación pesa la desdicha como una montaña que oprime el pecho. Quería respirar en adelante aires más benévolos. Por eso para ella este libro quiere ser catarsis y adiós a un pasado terrible. En el futuro se propone escribir con menos «pathos». Lo dice, como colofón, en la página final de Desolación:Dios me perdone este libro amargo y los hombres que sienten la vida como dulzura me lo perdonen también. En estos cien poemas queda sangrando un pasado doloroso en el cual la canción se ensangrentó para aliviarme. Lo dejo tras de mí como a la hondonada sombría y por laderas más clementes subo hacia las mesetas espirituales donde una ancha luz caerá sobre mis días. Yo cantaré desde ellas las palabras de la esperanza, cantaré, como lo quiso un misericordioso, para consolar a los hombres. A los treinta años, cuando escribí el Decálogo del artista, dije este voto.Dios y la vida me dejen cumplirlo. G.M.(141)Cumplió… en parte.Hay gente que lo lamentaLa poesía que escribió después salía del mismo espíritu, brotaba de la misma mano, pero era diferente. Muchos lectores lo sintieron porque creen que nunca volvió a escribir un libro de poesía tan estremecido como el primero.Un aguijón bajo las tocasNaturalmente México le hablará por sus poetas, empezando por una mujer ya entrevista, Sor Juana Inés de la Cruz. Así como Gabriela nace entre cerros, la mexicana nace entre volcanes. Sin duda, la chilena siente suyo el mensaje de un alma a pedazos gemela, a trozos muy distinta. Cuando describe su vida, subrayará sugestivamente la delicadeza de su nariz y su «sin sensualidad». Flota una verdadera complacencia en la pintura del cuerpo y el rostro de su antigua colega. El óvalo del rostro es como la almendra desnuda; el cuello delgado le recuerda el largo jazmín, tiene los hombros finos y la mano prodigiosa. Así es su verso. Ella imagina que debió ser una alegría verla caminar. Como era alta, evoca el verso de Marquina: «La luz descansa largamente en ella». Además, se reconoce en la mexicana porque estaba sedienta de conocer, pero ella fue lo que nunca Lucila fue en su infancia: una niña prodigio. Como Cristo conversando precozmente con los doctores del templo, ella es el monito sabio de los letrados invitados al salón del virrey Mancera. Luego, desdeñado el amor terrenal del hombre -y en esto también se le asemeja- se hace monja y se recluye en un convento de mujeres. Pero ella será una religiosa singular, rodeada de libros y de globos terrestres. Le asombra en la mexicana la justeza de su musa. La juzga diferente de ella porque no acepta el exceso de la pasión. Caminará hacia Dios por la senda de la sabiduría.Sintió, sin embargo, «un aguijón bajo las tocas». Tuvo otra cosa que ella no tuvo: el sentido de la ironía. En esto Juana se parece a Santa Teresa. Y esto está claro cuando pregunta a los hombres por qué se quejan de las mujeres cuando, al fin de cuentas, ellos las han hecho como son.Hay otro ángulo de su biografía que ella subraya seguramente porque lo siente cercano: el ademán de apartamiento, que en Sor Juana Inés de la Cruz se traduce en su retiro al claustro y en Gabriela en su extrañamiento de Chile.Dicen algunos que la mexicana entró al convento por desengaño de amor. Estos también los tuvo Gabriela, y sin duda, ese amor por Manuel Magallanes Moure fue una causa de su autodestierro. Otros opinan que la mexicana se hizo monja «por resguardar su juventud maravillosa». Gabriela, en cambio, como se ha visto, siempre se creyó fea. No obstante, encontrará en ese desapego y en la renuncia, en el alejamiento, un móvil que también fue suyo. La chilena no partió porque tuviera que «resguardar una juventud maravillosa». Ella conjetura que éste tampoco fue en la mexicana el móvil principal de su desasimiento del ambiente secular, «sino un gesto, el de quien desecha una masa viscosa, el mundo, por denso y brutal…». Vale por una confesión mistraliana. A su entender, la mexicana no quería tampoco que la alcanzaran «los brazos con apetito». Su sensibilidad lo rechazaba. En este orden estima que su actitud más que mística es estática. No tiene ella el ardor ni la confusión del místico, no viaja a horcajadas en la nube ardiente. No se embarca en la nave de la locura. Sor Juana no se ciega. Los ojos deben determinar exactamente el contorno y la naturaleza de las cosas. Estudia el cielo como un astrónomo. Mira las constelaciones al modo de alguien que quiere descubrir el misterio sideral. Bucea en la biología porque quiere saber más de la vida. Incluso su teología se vincula con el racionalismo.Esta, que la precedió por nacimiento en más de dos siglos, Juana Inés de Asbaje y Ramírez Santillana, a los tres años quiere que la maestra le enseñe a leer. Muchos años después la evoca: «Aún vive la que me enseñó, Dios la guarde, y puede testificarlo». Nada tiene que ver esta gratitud con el rencor de Gabriela Mistral al referirse a la maestra que provocó cuando pequeña la lapidación por parte de sus compañerasGabriela admira también a su colega colonial mexicana porque, si la siente muy próxima en muchos capítulos, la sabe, sin embargo, tan distinta en otros tantos aspectos, empezando por su belleza. Ella misma decía sin soberbia: «No acertaba a amar alguno/ viéndome amada de tantos». (González Vera afirma, a propósito, que también Gabriela en Santiago era pretendida por muchos hombres). Hay en la mexicana una pasión que la subyuga: la búsqueda de la verdad. Anhela conquistar el saber. Lo que quiere es «poner bellezas en mi entendimiento/ y no mi entendimiento en las bellezas». Hay otro principio que las avecina: la total negación al matrimonio. Vivió veintidós años como religiosa. Lo que quería en el convento era leer, >.La Divina Comedia le desordena el pulso.Para calmarse debe leer unos versos de Petrarca o contemplarlas vírgenes de Juan de Fiésole, anunciaciones, calvarios, éxtasis, retablos, pintura de ángeles.Siente la fascinación de los colores puros.No le atrae el rostro del santo sino del ángel que redime del dolor.La Plaza de la Señoría será para la viajera del sur antártico una silla de descanso.Confiesa que, como antigua maestra de Historia, se aburrió de la guerra de los grandes, de las peleas entre los Strozzi, Médicis y Orsini.A su entender se ha partido de una anomalía: cocebir la guerra como una actividad natural de los hombres.Prefiere la bondad, sobre todo cuando ésta es recia.Ella domina el rectángulo con el estatuario David y el Perseo, de Cellini.Verdad que éste no resulta muy tranquilizador: sostiene en la mano una cabeza Cortada.Es muy particular en el mundo esta galería a la intemperie.El museo al aire libre señala la atmósfera única de la plaza. Pero el transeúnte que se ha parado durante siglos junto a la acera es ese David de Miguel Ángel, que a Gabriela le produce una sensación de amanecer.Allí se queda largo rato y vuelve a contemplarlo una y Otra vez; se sienta en las mesitas del frente a sorber un helado, en esa plaza sin vegetación, de piedra desnuda, donde se ha aposentado como un ser que camina por la calle el Renacimiento.En agosto de 1927 recomienda que cuando el viajero llegue a Florencia lea el terceto de Dante sobre el agua del Arno.Al año siguiente retornará a la que llama la ciudad perfecta, entre otras cosas porque no es viciosamente grande.Regresa como a un patio familiar, donde conviven, después de su muerte, en una segunda vida perenne, el Beato Angélico y Savonarola, San Antonio con Aretino, y pide a Dios que la deje volver todavía algunas veces más.Enumera los deleites que quiere repetir.Regresará para saborearla paciencia microscópica del orfebre que trabaja amatistas, esmeraldas y platería en el Puente Viejo.Alaba la cerámica, la cultura del barro, de las gredas esmaltadas, ese coloren blanco y azul que ensayó Della Robbia.Un argentino le dice que el Arno es gredoso y plebeyo como cualquier Mapocho.Y ella, que le estaba celebrando ese color de terracota, insiste: le encuentro algo de joya.Su agua no se ve transparente porque es mundana y suntuosa.Santiago no es FlorenciaSi Fiodor Dostoievski llama a Petersburgo «la ciudad más premeditada y abstraída del mundo», Gabriela Mistral considera a Santiago alevoso y maledicente, una ciénaga, no tanto por los barriales y avenidas de agua que la lluvia forma en muchas calles, sino por la sobreproducción de chismosos que llueven noche y día cuentos malignos sobre el prójimo.Crecen como callampas venenosas en el bosque asfaltado de la capital.Si el pueblo chico es infierno grande, la urbe criolla tendrá que multiplicar los infiernos.En círculos literatos y sociales se da rienda suelta a las lenguas vitrólicas.Cuando Gabriela por las noches siente dolores que no la dejan dormir, sospecha que en Santiago la están «pelando, sacándole el cuero a tirones».Por eso quizás se siente tan extenuada Y adolorida.Constantemente se está introspeccionando.Es una forma de autovigilancia.Que nadie la tome por una trepadora.En un momento se promete no hacer nada dirigido a personas de otra clase.No se cansará en decir soy y en usar la palabra tengo. En su primera madurez sostiene: «soy una maestra sin nada de arribista».Luego, siempre recurriendo a la autorreferencia, se describe socialmente:… tengo una actitud de perfecta indiferencia para las personas que aunque en un círculo de esplendor se agiten; no me interesan, porque no viven para las cosas que yo vivo.(167)Tiene menos de cuarenta años cuando escribe cartas a Eugenio Labarca.En verdad fue aquel un pequeño epistolario, que le sirvió para retratar su espíritu y su credo artísticoYo no admiraré nunca una obra literaria en que no haya esa amistad honda y ardiente con las ideas.La mejor camarada de la belleza puede ser la verdad y el verso que está rico de parábolas es santidad, temblor de alma en temblor de carne .(168)Cuanto más conoce a los hombres, más se acerca a la naturaleza. «Para vivir dichosamente, yo necesito cielos y árboles, muchos cielos y muchos árboles.Sólo los ricos tienen en ésa estas cosas».La opulencia permite tener muchos árboles y vivir más cerca del ciclo.El actual Santiago lo prueba con sobrada añadidura.Ya se sabe que ella no quiere a Santiago.A su juicio envenena la vida de la gente. En este caso la gente son los literatos.Pide reserva a su corresponsal pero también le exige que la justifique. «Cómo se muerde y se hace toda clase de daño esa «casta divina».»La «casta divina» le ha hecho mal.El contacto comenzó aquella malhadada noche de los Juegos Florales, cuando fue ungida con el aceite de la asquerosa palabra poetisa.Tuvo relaciones con… luminosos cerebrales que tienen el corazón podrido y que no conocen la lealtad; me pusieron entre ellos y cada vez que estoy entre ellos, quisiera no haber sido otra cosa que Lucila Godoy.El corazón le está sangrando y gotea sobre el papel de esa carta que dirige a Eugenio Labarca a causa de un luminoso cerebral: Manuel Magallanes.Sabe que su vida será siempre angustia y camino accidentado.Para ella está desbordando lodo y la salpicará, porque tal es el precio de su peregrinaje a campo traviesa. La impureza nos llega fatalmente.Quien vive no podrá evitarla, salvo que renuncie a vivir’ aunque siga deambulando.Es preferible a vegetar en la calma del indiferente; lo dice hablando de la supuesta paz del escritor chileno Pedro Prado:La abstención de la vida por voluntad de pureza total no me convence.Cada vez que me paro a mirar los albañiles en Petrópolis ciudad donde se construye mucho- los veo, cual más cual menos, embarcados y hasta caricaturescos.Prefiero esas trazas a la de los intelectuales tan comme il faut.La vida como la tierra es cosa que altera y descompone y afea, y yo quisiese ser un albañil hasta los últimos días.El aroma de mi infancia me acompaña hasta ahora.(169)Tres años hacía que salió de Chile.Venía de México cuando se fue a Europa. Posiblemente no haya países más dispares que Italia y México, pero ambos son cunas de civilizaciones antiguas.En ellos la historia es un rascacielos de muchos pisos.La parte de los cimientos asoma a cada rato tanto en uno como en otro.Encierra un elemento común que sobrecoge a la autodesterrada.En México irá a muchos villorrios indígenas, en Italia recorrerá cien aldeas ilustres.Pero Asís la conmueve sobremanera, porque aquel santo tiene algún parecido con ella, no por olor de santidad, sino por el amor al pequeño y su acercamiento no sólo a la bestia mansa sino también al lobo.Por allí anda contrastándola con una ciudad belicosa, soberbia, colmada de palacios, con un aire fastuoso que el tiempo no ha descaecido.Cuando Gabriela deambula por Siena tiene la sensación de internarse en la Edad Media, de la cual es expulsada con violencia al advertir que casi todos los palacios regios se han convertido en oficinas públicas ordinarias.Como es porfiada, visitará castillos medievales.Caza de altanería, cielos de halcones, son la imagen de la dureza.A Siena la ablanda, a su juicio, el hecho de que en ella nació Santa Catalina y que en una iglesia suya va a encontrar el Juan Bautista de Donatello, que admiraba desde pequeña contemplándolo en una reproducción que habla perdido su brillo.El aire de pronto transmite relentes mefíticos; provienen de las lagunas pútridas.Ella no le pide a las ciudades perfumes franceses, sino que sean inodoras.Así podrá percibiese su color, ir de sala en sala mirando los cuadros de la escuela de Siena, de una Siena que huele mal, pero que se baña.Su pasión por Santa Catalina tiene algo que ver con su culto a los muertos trágicamente.En este caso se trata de un caballero ejecutado en la plaza pública, convertido en el último minuto a la gracia por la persuasión de esa mujer, a condición que ella lo sostuviera en su hora final, acompañándolo hasta el lugar de la decapitación. Catalina recibió en sus manos la cabeza destroncada Y la sangre batió su pecho.Luego escribió a su confesor la «Carta de la sangre».La Mistral murmura: «No sé de palabras más intensas exhaladas por mujer».Es una escena digna de su carácter, por eso la hace suya.Léase Desolación y no se tardará en descubrir reacciones análogas.AnónimosLa perseguían los fantasmas de los anónimos, que podían ser reales o imaginarios. Chile era para ella un país donde se cultivaba afanosamente el género.Tal vez volvería por un rato a su tierra, sólo por un rato porque la última vez que estuvo «no menos de sesenta cartas «bajas y sucias» trataron de ensuciar mi pobre vida».Estaba convencida que ella era el ejemplo vivo de la efectividad de un dicho: el pago de Chile.En una carta que escribió en 1938 a Laura Rodig, este «complejo de persecución» o relato de una cacería que no le daba tregua vuelve a manifestarse.Yo le di a este país mi vida en vano.No me quedo por no volver a vivir defendiéndome de los odios sin cara, de los odios hipócritas con los cuales no es posible la lucha honrada […]. Este odio se llama mujer mejor que hombre.(170)No obstante su larga ausencia, sabe que los pobres no experimentan mejoríaHe visto, menos que usted, naturalmente, la miseria de nuestro pueblo, pero la he visto bastante.Y lo he dicho en público y en privado cada día y vanas veces al día.(171)Pero antes de llegar a Siena, en junio de 1924, desembarcó en Nápoles.Como encuentra que navega por un mar femenino, propone llamarlo «la mar Mediterránea». Agua voluptuosa, gran parte de la literatura greco-romana la tiene por escenario.No es temible como los grandes océanos, quizás por eso Homero la llama «pradera de violetas».Las tonalidades cambian: tienden al morado en la primera hora de la mañana y vuelven a la misma coloración en el atardecer.Las violetas muestran una gota de leche durante los días nublados, pero su pigmento habitual es un azul alucinante, que parece inmóvil, para volverse todavía más hermoso.Así por este mar, que es como una mujer vestida con un traje violeta, que nada tiene que ver con el océano violento que baña su tierra, ella había hecho un tiempo atrás su entrada a Europa.Toca Sicilia.Se encuentra más a gusto en este mar que siente leve, hecho de superficie, como si olvidara la dimensión de sus profundidades.Y es tanta su alegría que se instala sobre cubierta y escribe una «Canción de marineros».Lo surca muchas veces durante años. En diciembre de 1930, desde Gibraltar, escribe una «Despedida del Mediterráneo». (No será tampoco un adiós definitivo).Había zarpado de Génova a Nápoles y de allí hasta Cerdeña.En este viaje de regreso a América le nota urja cara huraña.El aire taciturno se lo da la niebla, que no le permite divisar la Isla de Capri ni el Vesubio ni Córcega. O sea, ese mar que describió tan brillante y soleado ahora la despide de mala manera.Gibraltar es el cuello estrecho de la botella mediterránea.Atravesado su corcho, llega al océano.Se acaba el juguete, se abandona el lago antiguo.Dice hasta luego al mar latino. Ahora comienza el reino del agua salvaje, que… desde esta misma noche nos golpeará la nuca con su ritmo brusco, en la pobre cama de dormir mal y de soñar sueños asustados.VII LAS ESPAÑAS: AFINIDADES Y CONFLICTOSEL TRATADISTA ESPAÑOL Menéndez y Pelayo estaba persuadido de que Chile no producía poetas por razones históricas. «Una tribu de bárbaros heroicos gastó allí los aceros y la paciencia de los conquistadores y manteniendo el país en estado de perpetua guerra, determinó la peculiar fisonomía austera y viril de aquella colonia».Tal base, en su opinión, determinó el carácter de su cultura y la pobreza de su poesía.El chileno no está para versos. «El carácter del pueblo chileno -agregó Menéndez y Pelayo- como el de sus progenitores vascongados en gran parte, es positivo, práctico, sesudo, poco inclinado a idealidades […]. El predominio del positivismo dogmático, triunfante al parecer en la enseñanza oficial durante estos últimos años, contribuye a aumentar la sequedad habitual de la literatura chilena, sólida por lo común, pero rara vez amena».Gabriela Mistral, que se decía descendiente directo de indios bárbaros, con apellidos originales vascos, es un primer buen desmentido a la tesis de Menéndez y Pelayo, para no hablar de un segundo apellido, Reyes Basoalto, alias Pablo Neruda.Hay terceras, cuartas y enésimas excepciones a su teoría.Ella sintió a España como contradicción seductora y anonadante.Tuvo conciencia de que existen varias Españas.La mediterránea tiene poco que ver con el paisaje de Castilla que a veces percibe de color ceniza. «Como Kempis, deprime en un versículo».Tremenda tierra, propicia a la abstracción y a la metafísica.Acude necesariamente al Escorial, «una estrofa en la meseta».Se sintió absorbida por el frío de los corredores, causándole la impresión de que ya conocía todas las fortalezas y que cargaba una túnica de bronce sobre sus espaldas, extrañas a la grandeza del poder.La piedra, el pudridero, donde se corrompen y se deshacen las carnes más solemnes de reyes y príncipes, le habla del dominio final de la muerte y la sombra.Felipe es un rey envuelto por la tristeza.Ante el dueño principal del mundo, ella, pequeña sudamericana, oriunda de países ultramarinos, que fueron parte de su patrimonio personal, no sintió el orgullo del poderoso sino su temor a la muerte, el imperio de la severa religión de la austeridad, que la inclinaban a contemplar largamente la mesita, el pequeño escritorio minúsculo en que el hombre solitario firmaba el despacho y decidía el destino de su patria lejana, estremecida por la guerra secular contra los indios.Luego se detiene ante el lecho, donde el amo del orbe fue devorado por el cáncer.El hombre que había en el rey sintió que se descomponía su carne.Así moría el «demonio del mediodía», ese pecador antilujurioso, esclavo de un Dios hosco y sangriento, que quemaba herejes para salvar su alma.Hizo del cristianismo el culto de la verdad que se abre paso por el camino de la violencia y practicó el poder al modo de un ejercicio tan duro como melancólico, porque creía en la bondad del cielo y en la maldad humana.Gabriela se detiene ante el hombre que se volvía cada día más putrefacto, que tiene por trono ambulante una incómoda silla de montar, a horcajadas de la cual viaja desde Madrid a la fortaleza, sintiéndose morir en el camino por los estragos de una enfermedad de origen aún más desconocido entonces que hoy.La chilena siente que Felipe II es uno de los rostros de España, el más sombrío, el poseído por un sentido sobrenatural de su misión en la tierra, al estilo de los fanáticos fundamentalistas que conciben la alegría de vivir como un crimen.La mole de piedra la abruma.El personaje le da miedo y su rostro huraño le inspira piedad.Otra monja escritora (bien distinta de la mexicana) le dice que Castilla es como un vino fuerte.Esa religiosa que entabla con ella el diálogo imaginario es Santa Teresa.A aquel rey lo poseía una pasión creadora que pasaba por la destrucción.Ella conversa con la monja de Avila, que tiene el semblante «rojo como un cántaro castellano».Compara las tierras de ambas.Para Gabriela, Castilla no tiene regazos; en cambio sus cerros elquinos hacen «cobijaduras por todas partes».La Santa no ama las tierras grasas, los hombres y las mujeres blandos, habituados a la complacencia, que se traduce en «vicio de palabras grandes».A su entender, la naturalidad es hija de Castilla.Gabriela contraataca, pero ¿el Escorial no es un monumento a la soberbia?La monja responde, atribuyéndole responsabilidad al carácter de los tiempos.España cumplió con América; fundó a lo gigante; que los americanos hagan lo suyo.Tal es la orden de trabajo teresiana.Se trata de una conversación sostenida en 1925.Viajará a través de Castilla por consejo de la monja castellana.Irá a su ciudad.La Sierra de Guadarrama le recuerda a su Magallanes, no a Manuel sino a esa ciudad del Estrecho donde reina largo la escarcha. Cuando llega, Avila también está blanca de frío.El paisaje semeja un «cuello de buitre».La Santa lo sentirá como campo de labor.Prefiere una página de Las moradas a la iglesia dedicada a ella.Se siente hermana de aquella «majadera del Señor».La fantasía de la conversación la induce a preguntarle por qué se puso a escribir versos, por qué se dedicó a las rimas. «Se me cayeron de entre los dedos -dice-, que eso también viene del amor y no del pensamiento con jadeo».Penetra en la zona explicativa del arte poético. «Oye: en cuanto vuelves y revuelves lo que vas a decir, se te pudre, como una fruta magullada; se te endurecen las palabras, hija, y es que atajas a la Gracia, que iba caminando a tu encuentro».Andalucía es distinta, no castellana; medio española y medio árabe.Encuentra que en Sevilla y Córdoba (dice que a Granada no ha ido)… lo español retrocede; estorban un poco sus injertos intrusos; a trechos se le olvida. Tan impetuosa es todavía la presencia semita.Se miran con un impertinente cariño los rostros árabes rezagados que encontramos.Ella se declara más cerca de Andalucía y de su mezcla que de Castilla.Sentía que lo andaluz iba más derecho a sus raíces y a su noción de cultura.Así es también con el habla popular chilena.La cultura es para ella «la manera de vivir», pero con paralelas que se encuentran en el camino: redescubrimiento del mueble de la casa, del mueble que viene del Oriente y que le recuerda al indio mexicano; de la lencería, del manto árabe, del labrado de los materiales finos, de la talabartería cordobesa.Esto la hace decir que el gaucho y el huaso han acariciado en su montura, sin saberlo, una «cosa árabe»; la lleva a acentuar esa idea casi doméstica de la cultura.Raza más acendradamente culta que las del árabe-español y del judío-español, que aquí se enderezaron, no las ha repetido el Oriente en ninguna de sus acampaduras geográficas.Ni en África, donde se quedó, ha conseguido duplicarla.Con razón se ha dicho que, lo mismo árabes que judíos, en España lograron sus generaciones mayorazgos y que su aristocracia aquí se obtuvo como una gota de esencia, de cuya destilación se hubiese perdido el secreto.(172)La aproxima su pasión por el agua, su cultivo del lenguaje de la fuente, metido dentro de sus salas; los patios con espíritu de jardines, donde siempre está sonando suavemente el líquido como una música que sale de los aljibes.También siente cercano el parentesco por el oficio hortelano, que le recuerda su tierra, la selección de las especies botánicas, el sentido de la fruta dulce, ese amor por la pulgada de tierra que la traslada a Elqui.La interpreta como una lucha contra la sed de tata gente suya que recorre el desierto.La música de la fuente.El joven García Lorca, en esos años tiene la revelación de lo árabe-español.Forma el cuerpo y el alma de su poesía.Un solo pez en el aguados Córdobas de hermosuraCórdoba quebrada en chorrosCeleste Córdoba enjuta..Gabriela Mistral alcanza a nombrarlo.Siendo escritora contumaz hablará, por cierto, de sus colegas españoles y portugueses.Y sobre todo de los que pertenecen a su gremio por partida doble: los poetas inevitables y necesarios.Para ella, el misterio de la península lo ahondan Maragall, Carner, Unamuno, el que denomina segundo Valle Inclán, Guerra Junqueiro, Eugenio de Castro, García Lorca, Alberti, Gerardo Diego y los demás.Es una lista justa y arbitraria a la vez.Tiende a compararlos con los de su ultramar americano. Los llama alumbrados de la lengua.Invoca algunos nombres: «José Martí, Alfonso Reyes, Eduardo Barrios, Vicente Huidobro, Teres ade la Parra y otras gentes queridas … » o no tan queridas.Advirtamos que nombra en buena compañía internacional a Vicente Huidobro, quien no la respeta.Un día, Mathilde Pomes, traductora de la Mistral al francés, conversando con el autor de Ecuatorial, llama grande a la chilena.Su compatriota«creacionalista» discrepa: «Grande por la talla -ironiza-.No es más que una maestra de aldea».Huidobro escribe a Rosamel del Valle: «Esa pobre Mistral, lechosa y dulzona, tiene en los senos un poco de leche con malicia».La preceptora de villorrio perdido no se inmuta.Anota que:Pedro Salinas tiene leídos su Max Jacob y su Apollinaire y su Huidobro; le gustan; seguramente les reconoce, como yo les reconozco, que nos han sacado las manos del caramelo por fundido intolerable, de la falsa sentimentalidad, y nos han curado del alarido.(173)Rememora a los que se quedaron allá, en el áspero terruño y constata lo que estima un período estéril:Vuelvo a sentir hacia Chile lo rijoso y lo voluntariamente amojamado.Parece que se escriben menos versos que en los buenos tiempos de Cruchaga (¡tan aristocráticamente desconocido!), de Hübner, de De la Vega, de Guzmán y los otros de su Cábala.Parece, digo, que volvemos a la tradición fea del pueblo que no quiere aventuras con la poesía y se ha casado, para toda la vida y no por un matrimonio a plazo, a lo yanqui, mientras le convenía, con la historia y el folklore.»Sin quererlo, parece que le diera un poquito de razón a Menéndez y PelayoMantuvo larga admiración por don Miguel de Unamuno.La conmueve el desterradoMe han contado que su casa de París (de su apartamento sobrio y casi pobre) se iba por el Metro a un café en que tenía españoles e hispanófilos franceses.Para conversar, y que de ahí volvía a su casa por el mismo camino sin ver París, sin pedir noticias de music-halls, con una indiferencia fabulosa de la «Ciudad de las Complacencias».Y un día no pudo más con los bulevares y la Plaza del Carrusel, y se fue a su Hendaya casi española.Hendaya le ha dado, entre otros, un poema que no he podido leer sin llorar, desgarrón de ese corazón sesentañero, tan robusto como el algarrobo chileno… (175)La bombaGabriela era muy susceptible.Según su traductora Mathilde Pomes sufría a ratos delirios de persecución.Durante una comida de escritores en Madrid, le pareció que alguien pronunció un discurso «muy especialmente endilgado a mí».Escucha decir -según explicó más tarde- que ella siente gratitud porque los conquistadores españoles entraron en contacto con las indias, cosa que efectivamente no sólo había dicho sino también escrito. Algún exagerado -que los hay no sólo en Andalucía- o algún chusco que sobran en España- o un mal pensado -que tampoco faltan- hizo en voz alta una aclaración muy específica: «Lo que sucede es que esta señora no sabe que si los españoles tomaron indias, fue porque allí no había monas».Gabriela se pone fuera de sí.Pretende replicar. ¡Imposible!Todo es risotada, burlas, chistes, comentarios jocosos y picantes.No puede decirlo que piensa y lo que siente.Enardecida, se dirige al que le parece el más noble de los presentes, moral e intelectualmente hablando, la «conciencia de España», don Miguel de Unamuno.Este no le da la razón.Ella quiere argumentar pero la atmósfera ha perdido toda seriedad.Dice algo en favor de los indios y de los mestizos de América; nadie la escucha; alguien (ella lo atribuye a Unamuno, lo cual resulta casi inverosímil) responde: «¡Que mueran!»Después confesó que en ese momento preciso sintió que se le cortaba el cordón umbilical que la unía a España.Amargadísima, escribió cartas a Chile contando lo sucedido.Su decepción se agravaba por la persecución y las groserías que le llovían en ese último tramo de la dictadura.En su correspondencia a Armando Donoso le confidencia su desengaño.Esa carta no estaba destinada a la publicidad, pero se filtró.Una mujer alta, maciza, cegatona, de torpe andar y voz de niñita, que entonces era considerada una escritora significativa y dirigía la revista Familia, Marta Brunet, tiene tal vez involuntariamente algo que ver con el asunto.Conversaba entonces amable conmigo por los corredores de la empresa Zig-Zag, en los tiempos que allí se editaba nuestra Antología de la poesía chilena nueva (en colaboración con Eduardo Anguita), que injustamente, por prurito de extremismo literario o vanguardismo poético, excluía a Gabriela Mistral. Supongo que no figuraba en los planes de Marta Brunet desatar una tormenta eléctrica; el caso es que ella encargó a Miguel Munizaga –un crítico de cine, oriundo de la misma región de Gabriela- que escribiese un artículo sobre su coterránea.Solicitó aquél antecedentes nuevos a Armando Donoso; este lo entregó un cartapacio donde iba la carta dinamita.Era dable suponer que ese artículo no llegaría a España. (Aunque, al parecer, había en Santiago gente que despachaba rápido toda información explosiva.Gabriela se refiere a una española santiaguina que «me hizo dejar los Madrides»)En España vivía el almirante del barco fantasma, el Hermano Errante, a quien Gabriela no había escatimado la palabra acogedora, llamándolo por escrito «nuestro compañero ilustre».A mi paso por Madrid, él me dio una tarde inolvidable en la Residencia de Estudiantes con la lectura de su Milosz familiar.Pocas veces el poeta de Kabala ha encontrado garganta digna de él en un Augusto d’Halmar, que nos trajo de la India una voz extraordinaria, ensayado en un yo no sé qué de grutas de cuarenta ecos.Me preparaba a la lectura con un exordio de comentaristas del Zohar: «Esta vez será verdad, Gabriela; usted va a oír a un poeta que maneja materiales inéditos del misterio Y cuya palabra de cuarenta años podría ser de setecientos.La promesa esta vez le será cumplida, cumplida con superación».Y empezó la jornada, que duró tres horas generosas, que yo le agradeceré siempre, porque quiso, como el huésped antiguo, llevar a su mesa, para mí, su faisán más dorado… (176)En el trance, el Hermano Errante le sirvió un plato indigesto. D’Halmar abrió los ojos de par en par.No sabemos si sonrió o dijo ¡Eureka! ante el descubrimiento sensacional.Pero sí se sabe que pegó el grito escandalizado y lo extendió por España.El notición saltó ala publicidad.Todo el nacionalismo hispano estalló como pinchado en el sacro.La indignación compuso una furibunda partitura de orquesta. La dignidad española estaba en juego.Ella quiso de nuevo recordar que no aprobaba la Leyenda NegraDurante dos años yo he escrito una sesentena de artículos sobre asuntos europeos, destinados a cuatro diarios de capitales americanas.Entre ese conjunto, una veintena fue dedicada a actualidades españolas..(177).Dicho antecedente no le valió de nadaSe pedía la cabeza de la sacrílega.Tuvo que partir de Madrid y refugiarse en Lisboa. Nunca ella olvidaría el asunto; nunca perdonaría a ninguno de los que tuvo participación pequeña o grande, directa o de soslayo, en aquella que juzgaba «conspiración alevosa». Seguiría denunciándolos.Una cosa… muy criollaPasados los años, desde California, quiere interiorizar a dos españoles que quiere, Juan Ramón Jiménez y su mujer, doña Zenobia Camprubí, sobre ciertos entretelones de su abrupta salida de Madrid y de paso refutar su mala fama de anti.Todo lo mira, naturalmente, con su óptica particular, que en algunos casos no carece de fundamento y suspicacia.Les manda una carta con revelaciones que algunos juzgarían indiscretas, hasta peligrosas:Querida Zenobia, muy querida y muy pensada: Estoy traduciendo la carta de nuestro regalón, alias Juan Ramón […]. Mi leyenda de antiespañola tiene poco de verdad.Tal vez venga de que siempre declaro el que mi padre era muy «aindiado»; tenía unos bigotes caídos como el Gengis-Kan.Dicen que mi abuelo era un indio puro, de Atacama.No lo conocí.Su mujer, mi abuela Villanueva sí era una hebrea nata.Mi abuela materna era una Rojas.Este apellido lo da un libro español por hebreo también.No me gusta negar a mi gente.Cuando mis madrileños me echaron por descastada no tuvieron mucha razón.Lo que hubo de verdad en aquello de mi expulsión -como cónsul de Madrid- fue una cosa muy… criolla.Dos candidatos, un colega de letras y una ídem que deseaba mucho ser cónsul y consulesa, respectivamente, allí en Madrid.La segunda fue quien hizo publicar en Santiago una carta mía.Esta pedía que «me sacaran de esta España del momento que era ya el comienzo de la guerra civil». Escribí esa carta un día en queme subieron a la oficina a un hombre apuñaleado en la escalera misma de mi apartamento; lo llevamos a mi cama sangrando.Pedí mi traslado ese mismo día.Pero los franquistas ya habían solicitado lo mismo, Puesto que en el día de esa publicación llegó un gran señor muy cortés con «el papelito» en la mano.Triunfó el colega.Ella fue nombrada para Buenos Aires.Como siempre ocurre, a causa de que Alguien Mira y Ve, ella fue nombrada para la Argentina y expulsada del servicio Poco después, a pedido de la Argentina parece.Esta es la historia. Mis españoles no la saben hasta hoy entera… (178)¡Poco chilena!No tenía piel de elefante.Era dolorosamente sensible a la crítica.Le afecta mucho el libro de Raúl Silva Castro, quien decidió salir a la arena con todas sus armas para terminar con el mito Mistral.El tumbador de monumentos maneja un bulldozer virtuoso.Arremete la grosería implícita en versos de la impostora que habla de las tribulaciones de la carne, emplea palabras tan chocantes como herida, llagas, sangre.Nada con las funciones corporales.Para el exegeta puritano y antianatómico dichos términos no son sino muestras de delectación morbosa y de pésimo gusto.Lo peor reside en que se le ha fabricado una aureola intocable.Ella es dogma sagrado en escuelas y liceos.Se le ha otorgado licencia absoluta para cantar, incluso con impudicia.Mereciendo la cárcel o el destierro, en cambio se la premia con elogios desmesurados y delirantes panegíricos, «… se ha llegado a disculpar cada uno de sus extravíos y a encomiar todas sus audacias como summum del arte poético y hasta el evangelio de la poesía».Lo saca de quicio que haya gente que la encuentre genial.Le hace dudar de su limpieza de sangre y le indigna que en el poema «Mis libros» dé «paso a la sospecha de una ascendencia hebrea.De allí acaso su inclinación vehementísima hacia la Biblia, de la cual no escoge el Nuevo Testamento -fuente de principios morales incorporados al alma del hombre mediterráneo-, sino al Antiguo, que refleja la turbulenta sensualidad y el materialismo del pueblo judío en todo lo que tiene de inadaptable al espíritu occidental».La acusa de no temer, de no detenerse ante el límite, de ser brusca, directa, desvergonzada, de llamar sangre a la sangre y a las entrañas, entrañas.No tiene recato en exhibirse al desnudo en sus sentimientos y pasiones.El crítico le descubre otro defecto: «Falta de castidad».De allí deduce el crimen antipatriótico, la sin chilenidad de la temeraria. «Con el ardor en que se consume, la elección no siempre afortunada de palabras, una exaltación inmoderada del tono que corre entre un ditirambo excesivo y un realismo rastrero, los rasgos en los cuales se ve más profundamente cuán poco chilena es la poesía de Gabriela Mistral.»¡Poco chilena!Además, burda y pedanteNo le perdona «sus increíbles vulgaridades y sus errores presuntuosos».En el fondo, toda su obra es una impostura, afeada por una falta de decoro, que quizás no se explique por las sinuosidades de un espíritu oscuro sino también por la carencia de tranquilidad y sentido de, las proporciones. «En otras composiciones pasa con facilidad peligrosa de lo rudo a lo grotesco, de lo turbulento a lo grosero y rompe el ritmo y descoyunta la imagen, porque no se conforma con trabajar en paz y calma su estrofa y su verso».Silva Castro condena a los que admiran estos versos demoníacos.El galardón de 1914 lo juzga un crimen de lesa poesía. «Sólo en momento de prisa, o dominado el criterio del jurado por un mal gusto deplorable, pueden haber sido premiados tales sonetos. Carecen de iodo aliño, de todo arte literario, y son tan oscuros y retorcidos como si fuesen la caricatura de una poesía.»De fiscal acusador ante el tribunal literario, Silva Castro, acto seguido, pasa a formar parte de la Santa Inquisición o de la Sagrada Congregación de la Fe.No dejará que prospere el engaño de la impía. «Gabriela Mistral ha pasado como poeta cristiana a los ojos de mucha gente.Es curioso que nadie haya reparado en estos graves olvidos de la doctrina de su religión en cuestiones elementales.»Uno de sus pecados capitales es el realismo indecente, su no esconder nada, su franqueza descarada que linda con un inconsciente cinismo. «En su realismo, como se ve, no encuentra límite ni estorbo; todo le parece bien con tal que le permita decir lo que las demás mujeres ocultan por pudor, y sobre todo lo que ocultan los hombres, cuando hacen poesía, por pudor reflejo, porque al fin y al cabo no hay poeta que llegado el caso no recuerde que es hijo de mujer.Afortunadamente –salvo manifestaciones aisladas-la poesía americana no ha seguido esa poesía realista que señalara Gabriela Mistral en poemas que llegan a parecer impúdicos.»Silva Castro tal vez sólo sea citado en el futuro por lo que escribió contra Gabriela Mistral.No consiguió derribar el ídolo.Portugal le fue grato, hospitalario.En un congreso internacional de escritores -donde había grandes de las letras- el honor fue para ella.En Santiago -menos mal- el Congreso Nacional aprobó un mensaje, designando a Gabriela cónsul vitalicio con derecho a elegir residencia.Era el primer chileno que obtenía tal designación.Dicho reconocimiento no la reconcilió con el país, pero le aseguró cierta base material que le permitiría vivir lejos sin sobresaltos económicos.En 1938 asumió el Consulado en Niza.Pronto siente que le hace falta el calor.Volvería hacia el trópico.¿Cuál sería ese primer lugar que elegiría en el mapamundi?La pregunta cabe porque se sabía de antemano que la patiloca no duraba mucho en ninguna parte, pues ni siquiera las ciudades más bellas no nos deben hacer olvidar que el paraíso no existe en este perro mundo.Ella señaló con un dedo en el globo: marcó Niteroi; cónsul general en Brasil. Luego iría a Potrópolis, donde estuvo instalada en el siglo pasado la Corte del Emperador de la Casa de Braganza.Un ahogado y amigo llamado FreiEduardo Freí Montalva sostiene con Gabriela una correspondencia forjada por mutuas simpatías y la atención de encargos de índole práctica encomendados por la ausente.El político fue amigo y abogado suyo.No es extraño entonces que el epistolario esté cruzado por escuetas descripciones de tramitaciones oficinescas y sea un pequeño monumento al «vuelva mañana» chilensis.Pero por ese epistolario circulan también ideas, informaciones nacionales, preocupaciones por un mundo hundido en la Segunda Guerra mezcladas con liquidaciones de cuentas, anuncios sobre despachos de sueldos, giros telegráficos a Niza, posibilidades de compraventa de casas, amén de la árida prosa referente a hipotecas y gravámenes, testamentos; envío de dólares y problemas con los cambios diferenciales.Todo lejos de la poesía.Freí consigna datos de su conversación con Emelina.Ella quiere comprar la casa que su media hermana Gabriela posee en La Serena, pero en la Caja dispone sólo de 65 mil pesos.Es curioso: a estas gestiones está vinculado el Presidente de la República de aquel entonces (1940), su amigo y protector Pedro Aguirre Cerda. Pero en su despacho jurídico un ayudante desubicado y de poca nariz se niega a atender al abogado alto y narigón, que patrocina los asuntos de la Mistral, sin olfatear que éste en 1964 será elegido, como su patrón, Presidente de la República.No todo es en ese intercambio de cartas moneda de vellón y abominación de la burocracia.Freí le pido a Gabriela que le consiga con Jacques Maritain un retrato dedicado.Además, le solicita un prólogo para «un librito que tengo ya terminado» (La política y el espíritu).Pues no sólo de pan vive la mujer y… el hombre.Ella siempre está autorretratándose: «yo voy con paso de indio en los asuntos».Y quejándose, criticando. «Ay, el mal mayor, mí amigo, es la pobremadera infeliz que da nuestra clase media».No le agrada el nombre inicial del partido de su corresponsal.Le habla de «la doble equivocación bautismal: la de llamarse conservadores Y el denominarse falangistas».Ella, por su parte, seguirá ensayando autodefiniciones políticas, influidas por su indigenismo:… suelo darme cuenta de que soy una socialista; pero no de Blum, ni del sanguinoso Stalin, sino […] del Imperio de los Incas, o de su plagio, las Misiones del Paraguay […] o de cualquier buen convento italiano [otro de sus amores].(179)Y en la cara opuesta de la moneda divisionaria, el ojo profético vuelve sus fobias crónicas:….. Pero milicos para hacer una trastada los hay y los habrá […]. La gente fascista que quiere gobernarnos se estrena con los escritores […]. Es una …. pena que algunos de ellos se dejen envolver […]. El que ha naufragado en la seudohispanidad de Franco es Scarpa a quien estimo mucho literariamente, pero a quien no he tratado. (180)El carteo es parte de la biografía. Las epístolas son como las lámparas que los mineros llevan en la frente para descender por piques y galerías a los socavones de la vida oculta.VIII LLEGADA Y PARTIDA DE YIN-YINPETROPOLIS ES PARA ella un «derramamiento de colinas, danza desordenada que por tal, parece de mujeres, y de mujeres felices […], con sus percales coloreados».La llama «fiesta perpetua».No tiene estaciones perfiladas.Allí siempre es primavera.Sin embargo, una mañana…. precisamente la del «horrible día 23» de febrero de 1942, sintió que hasta allí llegaba el estruendo y la carnicería de la Segunda Guerra Mundial.Poco antes, unos diez días, estuvo almorzando en la casa de su amigo Stefan Zweig, avecindado en Petrópolis.Había sido -como de costumbre- un encuentro cordial, muy a su gusto.Ella le anunció la venida de Waldo Frank, que se alojaría en su casa. Zweig le propuso compartirlo unos días. Él preparó un almuerzo austriaco y lo sirvió entre risas, comentarios culinarios e intercambio de noticias.Después, en la terraza, donde le agradaba trabajar, él le leyó una carta de Roger Martin Du Gard.La guerra era el tema de la correspondencia de aquel entonces.Después se buscaron para asistir a una recepción en la Gobernación.Hitler parecía triunfante y en ello residía la mayor angustia de Zweig.Escribía su autobiografía, los años de Viena y la Europa de preguerra.Era nostálgico.Gabriela pensaba descubrir en ella muchas cosas que no sabía de su buen amigo.Siempre lo acompañaba su mujer.Tenían casi treinta años de diferencia.Ella treintaitrés; él sesentaiuno.A Zweig le gustaba decir: «En años soy más que su padre». Pero ella lo cuidaba como a un niño.No necesitaba protegerlo del clima, pero sí del mucho escribir y del exceso de caminar, que, según Gabriela, era su «único vicio».También tenía que fortalecer su ánimo y los nervios ante los cables fatídicos.¿Confiaba en la caída de Hitler, a pesar de tantos anuncios de su victoria?Esperaba con ansias el fin de la guerra. «Basta de horror», repetía.Le dolía mucho su separación del idioma alemán.No oírlo a su alrededor, no comprender todo lo que se decía en la conversación, el’ los libros y periódicos, en calles y noticiarios, le causaba una sensación de inferioridad y de aislamiento deprimentes.En el caso de un escritor, esa privación es más aguda y torturante.Al mediodía del 23, Gabriela pasó en autobús frente a la casa de la pareja Zweig, ubicada a media colina; divisó sus columnatas,Supuso que él estaría escribiendo su autobiografía.Se acostaba y levantaba tarde.A las nueve de la noche, ya en cama, la sobresaltó el teléfono.Se oía mal; pero -¡qué horrible!- por fin logró entender que los Zweig habían fallecido.Pensó en un accidente de automóvil; partió como un bólido hacia su casa, trastornada, «con una sensación de sonámbulos que hacen cosas absurdas; saberlos muertos no era posible para nosotros, y muertos por suicidio, menos».Supo que cuando ella por la mañana, cerca de las doce, pasó frente a la casa, ya habían expirado, pero nadie lo sabía.La empleada no se extrañó mucho por el retardo de la pareja en levantarse.A mediodía puso el oído en la puerta y tuvo la impresión que escuchaba la respiración del «señor Zweig».A las cuatro de la tarde se atrevió a abrir la puerta; dio cuenta a la policía; en ese momento llegó de visita un arquitecto francés y preguntó por los dueños de la casa; ella le dijo, señalando el dormitorio: «Sí, allí están; pero están muertos».Gabriela se reprochó no haberlos visto más, tanto como para avizorar su secreto. Sentía que «ese hombre llano como una criatura, tierno en la amistad como no sé decirlo y realmente adorable», le trasmitía a ella una sensación de cariño y ternura. «No pudimos hacer nada por él, aparte de quererle… »De nuevo la había tocado de cerca el suicidio, esta vez en la ciudad de la «fiesta perpetua»Su leal amiga y secretaria, la diplomática mexicana Palma Guillén, está recordando:Para que se vea hasta qué punto Gabriela era apasionada y firme en sus principios, he aquí un hecho: lo que la decidió a dejar Lisboa y venir a América, fue que Juanito, un chamaco todavía, se mezclaba con sus amigos de la escuela, en las «Mocidades», la organización fascista de juventudes, y Gabriela quiso sacarlo de ese ambiente…(181)¿Quién era Juanito? ¿Un inesperado sobrino suyo, que un día un hermano de padre le entregó, casi recién nacido?Ella pasaba entonces por amarillos aprietos. Se sabe que el gobierno del general Ibáñez -contra cuya dictadura escribió unas cuantas claridades- le quitó la jubilación.Tenía una ocupación Incompleta en el Instituto de Cooperación Intelectual, en París.En esa ciudad, o en Marsella, adonde ella solía viajar por razones de clima, recibió la visita inopinada de un joven desconocido.Al verlo percibió un aire vagamente familiar.Tenía su apellido y el mismo nombre del descubridor de Chañarcillo, Juan Godoy.Pero éste no había hallado ninguna mina y no tenía un cinco.Se presentó como su hermano o hermanastro.El padre común, en sus andanzas, embarazó a una joven argentina.La historia no extrañó a Gabriela.Su simpático e irresponsable progenitor, armado de la guitarra, solfa hacerlo cuando se le presentaba la ocasión.Además, la crónica registraba el hecho corno realmente acaecido.No dudó de la veracidad del parentesco; el hermano se convirtió en persona de su confianza.Gabriela se desplazaba también con frecuencia a Barcelona, donde se movía entre escritores y maestros, los dos gremios de su vida.Era virtualmente un ídolo para profesoras secundarias, que admiraban su poesía.Su hermano Juan participaba en las reuniones como cazador de altanería.Fijó la puntería en una bella catalana, María Mercedes. (Los nombres varían según las fuentes: Palma Guillén dice que su nombre era Martha Muñoz; otros -como Juan Mujica de la Fuente- sostienen sin absoluta certeza que se llamaba María Mercedes Font.Isolina Barrazade Estay, pariente de Emelina, la hermanastra de Gabriela, afirma que su nombre era Marta Mendoza).Gabriela se dio cuenta de la relación amorosa.Creyó su deber poner en guardia a la incauta: le dijo sin rodeos que su hermano era una bala loca. (¡Tenía a quién salir!) Carecía de profesión conocida, salvo su enrolamiento en la Legión Extranjera apostada en África al servicio de Francia.Le recomendó que no se embarcara en un matrimonio sin futuro.El sólo tenía presencia; dinero ninguno.Pobre de solemnidad.Y ella también andaba a palos con el águila, rasguñando cómo subsistir, lo que hacía gracias a sus artículos periodísticos, conferencias y esporádicos cursos o charlas en las universidades.Le habló a una pared, pero a una pared enamorada.El matrimonio se hizo… Tal vez ella decidió casarse porque quería vivir el amor y dejar un hijo.El hijo llegó.El acta de bautismo en 1925, en Barcelona, registra el nombre de Juan Miguel Godoy.La madre -que se apresuró a vivir porque se sabía sentenciada a una muerte temprana- falleció tuberculosa poco tiempo después.El medio hermano de Gabriela, a principios de 1926, le llevó el niño.Le dijo que no podía tenerlo, se lo dejaba a ella. «¡Bien -dijo ella-, pero a condición que no vuelvas nunca a reclamarlo!» Palma Guillén evoca el episodio:Yo no estaba con Gabriela en esos momentos.Ella, por el frío, estaba en Marsella y yo había ido a París por un asunto de trabajo al Instituto de Cooperación Intelectual de París, que tenía sus sesiones en el Palais Royal y en donde ella trabajaba, y yo con ella. Ella era jefe de la Sección de Letras.Me llamó por telegrama y cuando llegué me la encontré muy atareada porque no tenía práctica alguna de cuidados de niños y no sabía qué hacer con un crío de meses, porque Yin-Yin tenía menos de un año -nueve o diez meses tal vez- cuando se lo llevaron.La vida de Gabriela, aunque muy dura desde el punto de vista económico-porque durante la primera infancia de Yin-Yin ella vivió de su pura pluma, escribiendo artículos-, su vida, digo, fue plena y feliz porque tenía aquel niño que adoraba y porque trabajaba para él.Prácticamente vivía para él.(182)Gabriela lo llama Yin o Yin-Yin.Y lo mimó con todo el exceso de su carácter y la pasión de una madre frustrada que por fin tenía un hijo de su sangre, aunque no lo hubiera parido.El escritor mexicano Andrés Iduarte aporta datos complementarios en su artículo «En torno a Gabriela Mistral», aparecido en Cuadernos americanos.Refiriéndose a su permanencia en casa de la Mistral en Bedarrides, Vaucluse, reproduce en pocas palabras la importancia que atribuía al niño como parte de su vida: «Dios ha de darme salud -me decía en 1939- para velar por él unos años más».Sobre su parentesco con Yin-Yin hubo toda clase de versiones.Su media hermana Emelina se muestra muy escéptica: «Mire, hijita, ese hermano natural no existe.Si Lucila quiere adoptar un niño, no tenía por qué inventar ese hermano».Son varios los que piensan que Yin-Yin es hijo de la carne de la MistralMaría Urzúa -escritora que fue secretaria de Gabriela en Petrópolis de 1944 a 1945- cree derechamente que Yin-Yin es hijo de la Mistral. «Nació posiblemente en África.Tal vez en Argelia, a fines de 1925».El desenvuelto Ricardo Latcham, conocido crítico -quien estudió literatura en España- descubre al padre con nombre y apellido: «Yin-Yin es hijo de Gabriela Mistral y Eugenio D’Ors».No le caben dudas.Yin-Yin tenía aficiones literarias.Escribió una novela.Gabriela le deslizó en confianza unas observaciones críticas y él hizo pedazos el texto.Le dejó una carta muy lacónica:Querida mamá, creo que mejor hago en abandonar las cosas como están.No he sabido vencer.Espero que en otro mundo exista más felicidad; cariñosamente Yin-Yin.Un abrazo a PalmaSe me matóCuando aún suele volverle la imagen del dormitorio de Stefan Zweig, con los dos suicidas, el 14 de agosto de 1943 muere en Petrópolis, a los dieciocho años, Juan Miguel, envenenado con una dosis de arsénico.«Suicidio», certifica el acta de defunción.Gabriela, aturdida, ensimismada, muda, acepta esta versión en los primeros meses.Luego reacciona.Comienza a hablar de asesinato o «suicidio inducido».Más tarde agrega en carta a Alfonso Reyes:Lo importante es que me liberé de un país lacio y de boca Pegada.Donde me suicidaron a Juan Miguel -porque resulta que no se suicidó … (183)Años después, en un Oficio Consular (Nº 17/10, 1947) al Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, informa:Mi experiencia trágica del Brasil -la muerte de un deudo mío provocada por el hecho de que «ele era branco de mais»- dura como una llaga en mi memoria.»En otra carta a Alfonso Reyes, escrita desde Roslyn Harbour, New York, en 1954, repite su acusación:… y me fui a Brasil donde me asesinarían a mi Yin y me lo darían por suicida.Caí en un amargo resentimiento hacia él, por meses.Al llegar la Navidad, la banda que lo perseguía en el colegio llegó a mi casa, entera, los cuatro.Tuve el coraje de preguntarles por qué habían matado a un ser tan dulce y tan noble amigo para cada uno de ellos.Y ésta fue la respuesta:-Nosotros sabemos que la señora sigue pensando en eso.Pero eso tenía que pasarSalté en mi silla y le respondí-¿Por qué «tenía que pasar»?-Porque él tenía cosas de- más-¿Qué tenía de más ese niño al cual yo tenía que engañar para que saliese conmigo diciéndole que yo iba a comprar zapatos y ropa para mí?-Él tenía el nombre de él y el nombre suyo de usted que le daba prestigio.También él era blanco de más-Villanos -les dije-; él no tenía la culpa de ser blanco ni de que ustedes sean negros.»‘Su amiga cubana Dulce María Loynaz alude a ese capítulo con información extraída de conversaciones, en un «recuerdo lírico>>:Yin-Yin era, como todos saben, hijo de un hermano semifabuloso de la poetisa, que se lo trajo cuando aquél era tan sólo un tierno infante.Dejarlo al fraternal rescoldo y desaparecer fue un todo.Júzguese la emoción de esta mujer ávida de maternidad, hambrienta de una ternura que sólo a ella parecía vedada, cuando, de pronto, se sorprende con un chiquillo que le cae del cielo, en sus mismos brazos.Lo crió y educó amorosamente.Era la única criatura suya en el mundo, y ella aceptó la soledad si entre su escarcha podía florecerle el viejo sueño.Pero he aquí que la misma tragedia que ensombreciera sus años juveniles le acechaba otra vez en el crepúsculo de su existencia.Pronto habría dealirle al paso, le hincaría de nuevo los colmillos, como si se hubiera aficionado al sabor de su sangre.Era Yin-Yin, en el decir de la poetisa, dócil de índole, despejado de habla, sensible, inteligente; era también vivo y alegre como un cervatillo.Cumplía ya sus quince años, y aquella Nochebuena quiso ir a una fiesta de compañeros de colegio.Fue su primera y última fiesta, porque Yin-Yin murió aquella misma noche misteriosamente envenenado.Los anales policiales registraron el caso como suicidio, y el mundo entero se estremeció al conocer el triste fin del niño amado por Gabriela: otro suicidio en su vida, otro perder de igual manera la criatura de su corazón.Sin embargo esta vez se resistió a admitir que voluntariamente había sido de nuevo abandonada, reclavada en la misma cruz.Sostuvo siempre, hasta el final -y no a mí sola-, que el niño aquel había sido asesinado, aunque nunca nos dio explicación cumplida de tan inconcebible crimen. (186)Ella practicaba no tanto el culto de los muertos como el culto al dolor por los muertos.Empezó así su carrera literaria.Pero su vida misma se poblaba con la memoria pertinaz y detallada de la «mala muerte».Más atenazante que el fin de Romelio, de su madre, de su hermana, fue para ella la muerte de Yin, «mi niñito», ahora más niñito que nunca.Vuelve a contarlo mil veces, como si el carrusel fúnebre no se detuviera nunca. «Y escribir estas tres palabras todavía me parece un sueño: «se me mató»».Lo repite tres meses más tarde.Y volverá a decirlo tres años después.Siente que está loca porque lo que ha pasado es una locura.El gran, el pavoroso absurdo del mundo.Su mente comienza a hilar la madeja de las causas.Para ella, más que un suicidio fue un crimen.La culpa la tiene «una banda de malvados que le maltrataba de palabra en un colegio odioso lleno de xenofobia».Ella se disculpa ante Yin. Conversa con él. Le aclara su equivocación. «Yo no te mandé a ese colegio y tú hubieras podido dejarlo en cualquier momento». Habla del racismo al revés, de los que hostilizan al que ven distinto, con esa despiadada crueldad de las bandas juveniles, en este caso de los «hooliganes mulatos». «Le decían el francés»; se reían de su joroba, que para Gabriela no era sino un «lomito doblado».Las que podían ser riñas de muchachos o celos por jovencitas, o bromas pesadas, lo afectaban a morir.Cuando en un salón de baile invitaba a una pareja a una samba no faltaba el amigo infeliz que denunciara a gritos sus aventuras con mujeres de la vida, cuidando que lo escucharan las mamás o las chaperonas vigilantes, las señoras bigotes, como llamaba Gabriela a las aristócratas de la antigua ciudad imperial.Ella estaba segura de entenderlo, porque él se le parecía en la, susceptibilidad.Le chocaba y mortificaba la rudeza, que lo trataran mal o le dijeran cosas desagradables.Su tía agrega que su sensibilidad, por lo exagerada, «parecía la de un desollado».Le dio todos los consejos de una madre preocupada; le rogó que saliera menos, que se quedara en casa.Pero era imposible retenerlo.Convivía en él un doble peligro: no podía estar sino en medio dela gente y no se hallaba preparado para ello porque no tenía ojos para la perversidad o para advertir el engaño.No se percataba que de todos modos era allí un extraño; aunque perteneciera a la familia de un cónsul, era un forastero.El arrepentimiento de Gabriela se hace más agudo por haberle impuesto su «vida errante», un deambular de país en país, mudando continentes, impidiéndole echar raíces.El pobre estaba enamorado de una joven alemana.Verdad o mentira, la bandita de su escuela le contó y lo convenció de que esa muchacha lo consideraba un antipático.Era mucho para él y nunca lo aceptaría.Gabriela salta indignada como una tigresa a la cual le tocan el cachorro.Falso: su niño es superior a ella en todo, en calidad humana, en recursos, en cultura, incluso físicamente.Pero Yin cayó en la celada porque nunca tuvo la conciencia de su propia valía.Lo sintió sufrir terriblemente en aquel año de 1943, pero no por la Segunda Guerra Mundial, que mataba en su furibundo apogeo, ni por la fobia antigermana que dominaba a su tía.Ella le vio tan desesperado que se armó de resignación para decirle que, a pesar de que ella era alemana y no la conocía, podía casarse con la muchacha y vivir juntos en la casa, donde había unos cuartos desocupados.Yin le respondió que no se casaría.Electra y Edipo – SobrinoEn las complejidades de sus sentimientos no se excluye el amor de la tía al sobrino, de la madre por el hijo. Aquella prueba aumentaría su soledad, pero los uniría, de un modo profundo.Vivíamos una especie de idilio, porque el estar solos nos había ligado mucho más; él sabía de mi dolencia del corazón y me cuidaba como un primor, con una ternura indecible.Y no hay quién me haga comprender que ese niño que se levantaba a medianoche por haberme oído respirar mal, se haya matado en estado normal sin que lo hayan enloquecido con una droga cualquiera de las que abundan en los trópicos o de las que manejan otras bandas de hoy.Él vivía ahora a todo su gusto: no gustaba de las visitas y tenía un sentido de la casa que parecía árabe. (187)El dolor es mayor por su afán de identificación.Más de alguien le explica que la raíz de la tragedia radica en el carácter del muchacho.Gabriela rechaza con vehemencia el argumento del «temperamentalismo» porque siente que es un ataque directo en contra suya y de toda su tribu.Su gente era, es y será así mientras exista.Y si dudan, mírenla a ella y se convencerán.Acaso aquello de la índole fatal es un mal de los Godoy.Todos viven torturándose.Es nuestra normalidad y yo no me inquietaba demasiado de las pequeñas rarezas de Yin.Peor soy yo misma.Pero ese muchacho tiene algo singularmente extraño.Tal explicación no la rechaza del todo.Al fin y al cabo el parto fue con fórceps, que dañó bastante a la madre y al niño. El pobrecito quedó con cinco o seis magulladuras en la cabeza y una gran cicatriz en la nuca.Tal vez ese percance le afectó el sistema nervioso.El joven se ha visto asediado por las tentaciones del mundo.Según Gabriela, una francesa madura anda rondándolo.Viene a verlo desde Sao Paulo.Y lo tienta.Le insiste en que abandone a su familia, o sea a su tía Gabriela, y se vayan a vivir juntos.Yin le ha dicho que no; prefiere seguir con su tía; se ha puesto casero; cambia los muebles; se inscribe en clubs, cancela cuotas anuales.No piensa en matarseGabriela no cree en la droga asesina; en cambio, culpa a los que le perturbaron el cerebro Los responsables, a su juicio, no son sólo los «tres de la banda»; acusa también a unos de las dos mafias que lo cercaban. «Corresponden a las serpientes que trabajan el mundo hasta en sus mínimos rincones».Ella embiste contra los malhechores.Los expulsa de la casa.Cuando su «chiquito» ya había muerto dos de la banda golpearon a la puerta. Ella estaba paralizada en su cuarto.Apunta que durante nueve días no pudo andar.Por eso los recibieron «dos bobos», dos amigos sin malicia que dejaron irse a los sospechosos sin averiguarles nada.Mujer de premoniciones, olía que el peligro flotaba en el ambiente.Movida por signos funestos en la última semana de su vida, como para arrebatarlo a un sino mortal, sostuvo conversaciones con él y le propuso planes que le pusieran a cubierto del riesgo que lo rodeaba. Le dijo que a la postre había juntado el dinero necesario para que él se fuera a estudiar o, si lo prefería, para disponer de un capital inicial que le permitiera embarcarse en pequeños negocios que le dejaran horas libres para leer y escribir, como le gustaba.Gabriela subraya que su dinastía literaria tenía en él al representante de una nueva generación.Cuenta que el muchacho escribía… muy bien; pero muy bien sus novelas de ensayo en una lengua limpia y sobria, sin un solo lugar común, con un fondo de pesimismo muy Godoy, con una rara elegancia de sintaxis, sin vicio de sentimentalismo, con ironía, y adentro con una agudeza y una sutileza que nunca vi en gente de su edad.(188)En su eterno devanar alrededor del tema, ella volverá a sumergirse en conjeturas sobre el conflicto de las civilizaciones y las fallas del continente.Yin había nacido y vivido en naciones donde no imperaban ciertas feas costumbres de nuestras tierras.Por eso:Yin no embonó nunca con el país ni con los sudamericanos en general; nuestro confusionismo y nuestro hábito de mentira y de hipocresía le repugnaban vivamente.Gabriela dice una breve frase de mea culpa y luego expone su descargoYo tal vez le sacrifiqué con traerlo de Europa.Pero, ¿cómo iba a quedarme o a dejarlo en medio de la guerra sin superlativo que vino?Si el conflicto mundial alcanzó en Europa y en Asia el clímax del horror, tampoco perdonó a América, aunque fuera de otra maneraLa guerra me ha desnudado tantas tristes verdades de mi gente criolla americana, me ha hecho verlas tan ciegas y tan sin remedio próximo, que la pasión de ellas que me había absorbido y gastado fue abajándose y apagándose.(189)Vuelve a la lamentación.Doña Job Mistral está llorando, y tal vez exagerando. Porque el niño -impreca- no era una porción de su vida; era la vida misma.La suya se había terminado. «Vida, personal, no tuve de hace tiempo.Menos que nunca en estos años de Brasil»Cenizas sobre la cabeza.Elegía tras elegía.Adoración sin remedioLa casa era él, el día él, la lectura él.Yo sé que Dios castiga rudamente la idolatría y que ésta no significa únicamente el culto de las imágenesEl sufrimiento incontrolable la vuelve verdaderamente idólatra.Se aferra otra vez a la doctrina de la reencarnación.Yin debe vivir de nuevo.Recae en la herejía que había abrazado fugazmente en su juventud. Torna a hablar del Karma. Enseguida se vuelve en demanda de consuelo a los griegos, invocando el estoicismo, al evocar el silencio o las palabras del joven muriendo de arsénico en el hospital.Loca por recuperarlo o sentirlo o entenderlo sucedido, prestará oídos a los hechiceros de la macumba.Ha caído en las manos del misterio y se dice como una oración pagana una y otra vez: «No viene de ahora ni de aquí, sino de una orilla oscura que usted no sabe, este golpe, este hachazo y esta ceniza».Le ha dado vuelta la espalda al cristianismo y rechaza el consuelo.Ya que no lo tiene en la vigilia quiere tenerlo en el sueño, provocar la sensación de su presencia, porque sólo así se siente viviente. Imagina que si Palma Guillén hubiera estado en casa talvez su destino sería distinto.Pero «Palmita llegó tarde para salvarlo».Gabriela reconoce que su secretaria mexicana profesaba por el muchacho un «amor lúcido», en cambio el suyo era insensato.Se contempla a sí misma y se conduele de verse tan quebrada.La enamorada ha quedado sola.Nada ni nadie puede reemplazarlo.Tiene ganas de morirse pronto para juntarse con él.Hay cierto placer casi estético y masoquista en el modo cómo se observa y siente lástima de sí misma.Ahora no me queda sino una hermana tendida, postrada y con setenta y dos años.Nunca la poesía fue para mí algo tan fuerte como para que reemplace a este niño precioso con una conversación de niño, de mozo y de viejo, que nunca se me quedaba atrás en ella.Otro no me puede encandilar como él; no hay compañía que me cubra el costado derecho como él, cuando yo iba por esas calles de las extranjerías heladas y duras; no hay tampoco don de olvido en mí para semejante experiencia.La tengo trenzada conmigo en cada cinco minutos.Y yo voy viviendo en dos planos, de manera peligrosa.Decirles más es inútil, Porque no les he dicho nada en tres páginas.Ustedes recen por él alguna vez, hasta aquellos de ustedes que no creen mucho.Yo vivo mejor que nunca en la incertidumbre de la vida eterna y un pensamiento único me aplaca y me pone a dormir cada noche; el que yo iba a dejarlo pronto y a vivir sola mi trasmundo con él en poco tiempo, a corto plazo.(190)Aquella noche aciaga llamó a la Embajada para conseguir automóvil a fin de trasladarse al hospital.Pidió hablar con el embajador, Gabriel González Videla.No le dieron con él, ella lo anotó en la lista de sus llagas.Cuenta que, pasado un tiempo, dos miembros de la pandilla juvenil vinieron a decirle que los otros lo habían asesinado.Esto, que ella llama confesión, lo sintió como una liberación de su propia culpa.Como se proclamaba predestinada a la desgracia, temió que el niño se hubiese matado porque se sentía desdichado con ella.Ahora sabía que eso no era cierto o, por lo menos, que ella no lo había impulsado al suicidio.No, Yin «fue feliz conmigo».No quiso ni fue a la muerte voluntariamente. ¡Se lo mataron, «¡Lo mataron!, pero fue feliz conmigo».Lo repite como una cantinela en una velada de confidencias, a su amiga Matilde Ladrón de Guevara.La Mistral estuvo a punto de enloquecer.Llevó esa muerte a cuestas en lo que le tocaría todavía vivir.Y se dedicó por un tiempo a escribir oraciones a Yin-Yin, su sobrino e hijo adoptivo.Transcribió «Cinco sueños» con Yin.Se dirigió a Cristo y a la Virgen.Se reconoce cierto tono registrado ya en Desolación.Oído divino de Cristo, escuchad y acudid a la voz y a la búsqueda tuya que va haciendo Juan Miguel.Suavidades y blanduras que están en Cristo, curad como hijo herido a Juan Miguel… Ruego por él al Espíritu Santo, a Dios Padre y a la Santísima Trinidad.Luego eleva «Oraciones a las Potencias Angelicales por Yin» Y «Oraciones a los muertos y a los santos por Yin»LAS VÍSCERAS DE LA GLORIAAL PARECER, las dignidades del Premio Nobel atraviesan por los intestinos de la burocracia y se cuecen en la cocina de la literatura.El palacio esconde rincones reservados. Al escenario brillante y magnífico, con la presencia del rey, se llega por corredores secretos, donde se discuten las vísceras de la gloria.El trámite atraviesa el proceso de premiaciones que muestra cierta analogía con el de santificación o las consagraciones religiosas.No falta..á en ninguna de ellas el Abogado del Diablo, ni las presiones, las recomendaciones, las maniobras y la competencia encarnizada entro los patrocinantes de los candidatos.Los nobelizables deben recorrer un camino a través de sucesivas alambradas de púas.Ya Gabriela había explicado muchos años antes «porqué las rosas tienen espinas».La gran mayoría no alcanzará la meta.Antes llega el fin de la vida.El Premio Nobel nace por una crisis de conciencia.La origina una especie de catarsis o autopenitencia que se impone el inventor de la dinamita.Gracias a ella acumula una fortuna astronómica.Fabricante de la muerte en grande, tal vez lo visitan por las noches los difuntos, multiplicados, como si fuera poco, en escala geométrica por su comercio con la nitroglicerina.Alfred Nobel, prototipo del pecador semiarrepentido, quizás acepte la convivencia de la virtud y el crimen.Con el dinero de las matanzas, acumulado en casi todas las guerras de la época, decide premiar el aporte a quien rinda mayor provecho a la humanidad.Filántropo, pero no tonto ni tanto, respetará el capital.Apartará simplemente una fracción de sus rentas -treinta millones de coronas suecas- a fin de instituir un galardón bautizado con su nombre.Este efecto publicitario lo convertirá ante las generaciones futuras en un benefactor del hombre y la cultura.No olvidará a sus colegas de profesión. El Premio Nobel recompensará cada año a quien haya realizado el descubrimiento o invento químico más sobresaliente.Lo mismo en el terreno de la física, fisiología y medicina.Pero hay en su espíritu una zona admirativa que mira más allá de las ciencias de la naturaleza. Cierta atracción contradictoria por la expresión hermosa y una debilidad hipócrita o sincera hacia lo que él llama el mundo de los ideales.Por lo tanto, reservará también una parte de los intereses de su imperio mortal a exaltar la «hermandad do los pueblos», la supresión o reducción de los ejércitos permanentes y la celebración y fomento de conferencias de paz.Es decir, premiará a su contrario.El diablo pone una tienda de cruces y exalta el vuelo de los ángeles. Instituye además el que pronto será el más ansiado de los laureles literatos del mundo.Como cumple a un temperamento nórdico, exacto y Previsor, Alfred Nobel establece en su testamento del 27 de noviembre de 1876 especificaciones minuciosas.Define con precisión notarial quiénes compondrán los jurados en las distintas ramas de su Premio.El hombre cuida la moralidad.Reitera que su otorgamiento se hará con entera independencia de influencias políticas o estatales.Algún sicólogo encontraría materia sugerente de análisis penetrando al interior de uno de los mayores propagadores de muerte del siglo XIX, que resuelve quedar en paz con el mundo sobreviviente destinando parte del dinero amasado con la sangre de millones para que éste lave su frente culpable, la cubra con una inocente guirnalda de pacifista supremo, amable protector de las ciencias y favorecedor humanitario de las bellas letras.El Premio Nobel de Literatura ha sido la aspiración máxima de multitud de escritores en el siglo XX. ¿Pero es cierto que su adjudicación siempre se ha mantenido al margen de «influencias políticas y estatales», a presiones de grupos e instituciones, a simpatías o malquerencias ideológicas? ¿Nadie que ansió ser agraciado nunca realizó una gestión para conseguirlo?¿De quién fue la idea?El tramo que antecede a la concesión del Nobel a Gabriela puede arrojar clarificadores destellos sobre ese espacio secreto, que gira en sordina por pasadizos oscuros y despliega en la sombra una serie de movimientos escondidos antes que estalle la luz espléndida en el Concert Husset, la gran sala de Estocolmo donde se hace la entrega solemne.¿De quién fue la idea de proponer el Premio para la escritora chilena? ¿De un compatriota movido por la admiración? ¿Se le ocurrió a un político criollo, buscador de nombradía o amante de la justicia literaria?Ni por pienso.El proyecto no brotó en el magín de un chileno.Fue la escritora ecuatoriana Adela Velasco la madre del empeño.El hecho revela que si nadie es profeta en su tierra, puede serlo un poco más en la casa grande.Gabriela Mistral por ese entonces gozaiba de mayor reconocimiento en el resto de América Latina que en su país.Pero había un chileno bien puesto para el cual el nombre de Gabriela Mistral no era desconocido ni indiferente: el Presidente de la República.Pedro Aguirre Cerda recibió una carta fechada en Quito solicitándole que auspiciara la candidatura de su antigua amiga para el Nobel.La proposición le pareció lógica y merecida; puso en movimiento el aparato del Estado; instruyó al servicio diplomático; solicitó a Carlos Errázuriz, embajador de Chile en Suecia, que dedicara sus mejores desvelos a esa misión.Este respondió que era amigo de Gabriela hacía diez años y nada le sería más grato.El Presidente pidió un plan, previo informe sobre los requisitos, usos y costumbres del jurado para discernirlo.Vale decir, se convirtió en tarea oficial del gobierno chileno, sobre cuyos pasos, naturalmente, debía guardarse estricto sigilo.Ella, al parecer, no era consultada de antemano, o tal vez se hacía la desentendida, la que no sabía, aunque vigilara de reojo los movimientos y estallaba en rabietas cuando se hacía una gestión que le disgustaba o juzgaba torpe.Sin embargo, no todo es silencio.En El Mercurio del 17 de agosto de 1939, aparece un suelto de crónica en que se informa que se ha iniciado en Chile un movimiento a fin de obtener el premio Nobel de Literatura para Gabriela Mistral. Se anota que el ministro de Educación Pública, don Rudecindo Ortega, ha dado ya los primeros pasos en tal dirección.Por aquel tiempo Gabriela Mistral trabajaba como cónsul en Niza, donde una comunicación oficial le anunció el interés del gobierno chileno.La leyó con cierta turbación.Se demoró en contestarla.En la respuesta se muestra reticente.Sí, ha sabido algoLa iniciativa surgió en Ecuador.Luego tuvo acogida en Argentina.Hubiera preferido que en primer término le informan desde Santiago.Pero esto no le extraña.Las cosas son así.Lo que sí le importa es que nadie piense que ella anda detrás de dicha petición.Algo la inquieta aún más: ¿los que proponen la tarea sabrán enfrentaría?A continuación Gabriela Mistral explica el procedimiento con soltura de experta en la materia, lo cual indica que, pese a su proclamado desinterés, está perfectamente enterada.Recomienda que no se peque por ingenuidad o ignorancia.La Academia Sueca no premia autores desconocidos, que no estén traducidos al idioma del Nobel o, al menos, a lenguas de uso común en el sector culto de la sociedad, inglés o francés.Ella conoce tan bien el modus operandi que incluso proporciona ejemplos.Recuerda que cuando la escritora española Concha Espina quiso lograr el Premio encargó traducciones de alguna de sus obras al sueco.Gabriela se sabe casi inédita en otras lenguas.Uno que otro poema suelto ha sido traducido en revistas. (No se ha descargado todavía el aluvión de traducciones de su compatriota Neruda).Es raro que se editen poetas extranjeros.Por ahora en Francia sólo registra el caso de libros publicados de Rabindranath Tagore y Rainer María Rilke.En cuanto a su poesía, cuatro traductores franceses han manifestando interés, Mathilde Pomes, Francis Miomandre, Pillenient, Max Daircaux.Por el momento en París, no hay ningún libro suyo publicado.Repetirá que nunca hará nada por promoverse.Como diciendo «esto no lo veo para mí», nombra a ti-es escritores latinoamericanos que, a su juicio, merecen el Premio: el venezolano Rómulo Gallegos; el mexicano Alfonso Reyes y el brasileño Casiano Ricardo.Se manifiesta escéptica en cuanto al éxito de la gestión.Habla sin entusiasmo respecto a tres o cuatro biografías escritas sobre ella, amén de un «panfleto» -agrega- que una editorial chilena publicó… a la mala persona que se llama en Santiago don Raúl Silva Castro y que él ha distribuido en el extranjero en, una empresa de denigración literaria.Un plan de operacionesPese al examen de los reparos o enumeración de dificultades, Gabriela pasará a exponer, como un general en campaña, el plan de batalla.La segunda movida táctica acostumbrada por los gobiernos que se embarcan en la aventura del Nobel es subvencionar editoriales francesas o inglesas para que publiquen al escritor que desean auspiciar.Un escritor chileno que trabajaba entonces en la Legación en Francia, Salvador Reyes, se permite deslizar tímidamente a Gabriela una insinuación: ojalá diga en su apoyo una palabra favorable el Instituto de Cooperación Intelectual de París.Ella aclara enfática que conoce la institución por dentro -porque trabaja en ella- y conmina a no cometer tal error.Es territorio neutral y se cuidará de no recomendar a nadie.Sería preferible que el gobierno chileno se preocupara de cualquier otro escritor aceptable.A su entender hay no menos de cinco o siete que lo merecen.Ella misma ha conseguido que el Instituto publique un libro de historiadores chilenos y otro sobre el folklore nativo.Pero el principio institucional es trabajar con muertos, omitir a los vivos, para qué meterse en líos ni correr el albur de la corrupción que desata el olor del dinero.Más influyentes, por supuesto, serán las voces premunidas de autoridad literaria que apoyen la sugerencia de su nombre.No necesitaba ella pedir que lo hicieran.Contaba con el apoyo de admiraciones tan intensas como espontáneas.Un puñado de entusiastas creía a pie juntillas que Gabriela Mistral merecía este reconocimiento.Comenzaron a movilizarse.Alguien organizaba el movimiento desde bambalinas.Cartas iban y venían.La campaña se puso en marcha.Duró años, tiempo suficiente para que Gabriela sufriese, desesperase, olvidase, se preocupara de otras cosas, maldijera a su manera, agradeciese, rectificase, aprobara o desautorizara iniciativas que la sacaban de quicio.A partir de 1938, el movimiento entró en su fase más alta.Se trataba de conseguir esta distinción por primera vez para un latinoamericano.Se gestiona el respaldo de las cancillerías.No es fácil.Competían 17 países.El apoyo de América Latina es unánime, inclusive del Brasil.Repite que para ganar el Premio Nobel es requisito indispensable -la primera movida táctica- estar traducido al francés, lengua puente para una posterior versión sueca.La versión francesa se encarga a Mathilde Pomes.Ella le pone punto final en junio de 1940, cerca de París, bajo los bombardeos de la aviación nazi.Horas después la traductora emprende el éxodo.Decidieron solicitarla introducción consagratoria a Paul Valéry.El autor de Cementerio marino dijo con toda franqueza, literalmente, que no conocía la literatura chilena ni la de Gabriela Mistral.Le dejaron unas traducciones para que supiera sobre quién escribida.Cuando las leyó hizo una segunda confesión: esa poesía le resultaba completamente lejana; nada más extraño a su temperamento.Él representaba el orden, también en el reino de la literatura.Era como esos mandarines chinos que dibujaban sus ideogramas en una pintura refinada, con una caligrafía artística y pulcra trazada a pincel, a semejanza de esos orfebres que ensartaban versos bien unidos como si fueran perlas legítimas, previamente mordidas y confirmadas en su verdad y espesor, deslizadas en el hilo de bramante de un collar milenario.Y ahora le pedían un prólogo sobre una escritora de las antípodas, oriunda de un país a medio hacer, saturado de volcanes, terremotos, maremotos, inundaciones, desórdenes no sólo de la naturaleza sino de la conducta cívica y literaria.El pertenecía a un espíritu diametralmente distinto.A Valéry se le consideraba cabeza de serie de la poesía pura.Y ahora venían a solicitarle que escribiera una presentación que sirviera de abrepuertas ante la Academia Sueca a esta escritora chilena que era exactamente un reverso de todo lo que él personificaba.Sin embargo, entregaría su prefacio en el plazo convenido.Exacto como el pensamiento de su padre.Y además verídico, hasta sincero.No diría nada que su autor no sintiera.Dejaría estampado de entrada que la poesía de Gabriela Mistral le resultaba tan remota como Los Andes, hecha con peñascos de montaña, No es la mía.Tal vez no la entiendo a fondo porque está integrada por abismos que nunca he visto.Sin embargo la respeta.Intuye su valor intrínseco como representante de un continente que está en el segundo o tercer día de la creación.Valery pertenece a una civilización madura, siglos de pensamiento cartesiano avant Descartes, madurado no sólo en la cabeza sino en el cuerpo, en la mirada, en las costumbres, en la forma de apreciar la vida y también de concebir la literatura.Europeo, hijo del viejo mundo, se encuentra un poco perplejo y desconcertado ante tanta expresión primitiva, ante coordenadas que se rigen por leyes sicológicas y mentales diferentes.El poeta francés descubría en ella -a partir del «Poema de la sangre»- una «mística fisiológica en estado puro, exaltándose, en términos líricos y realistas».Subraya que la intimidad con la materia es sensible en toda su obra.Esto es la purísima verdad, pero como Gabriela sabe que Paul Valéry es el pontífice de la poesía pura, desdeñoso de la materia, dicha certificación le sabe a injuria.Valery le había caído mal en el Instituto de Cooperación Intelectual, donde compartían sillones contiguos.Valéry era amante de la parodia, le gustaban las caricaturas y bromear.Riéndose trató en cierta oportunidad de corregir el castellano de Unamuno.Gabriela no le perdonó su falta de respeto.Para Neruda, tan plebeyo como Gabriela, la materia era una esencia fundamental de la poesía.Ambos están de acuerdo en la premisa.Siente que tanto ella como el autor de Residencia en la tierra son el contratipo del poeta puro, por excelencia, Paul Valéry.Este otro Pablo chileno se propone -como ella- la poesía impura, «rodeada y gastada como los útiles, impregnada de sudor, manchada de alimentos y de gestos vergonzosos, una poesía que no excluya nada».¿Qué tiene que ver con ella el señora al autor de Monsieur Teste?La actitud de la Mistral respecto a Valéry está hecha de distancia.El gobierno chileno ha financiado la traducción de sus poemas al francés.Valéry no olvida que aceptó escribir el prólogo solicitado y que fijó de entrada sus honorarios en cincuenta mil francos, con un anticipo.Es hombre honesto.Cumplirá su compromiso.Poco después que recibe el cheque, con cargo a los fondos reservados de la Legación, envía la introducción prometido.Texto de noble factura, no omite, como se sabe, la confesión de sus radicales diferencias con la escritora, que presenta a conciencia fría.Para destacar el relieve de las diferencias, habla de cuán remota le resulta la sensibilidad de la chilena; pero a renglón seguido ratifica su deber de comprender a los ajenos.Tenemos el imperativo de vivir también la vida de los otros.Y si esto no es posible, al menos hagamos un esfuerzo por sentirla y respetarla.Nadie, sin duda, parecerá menos calificado que yo para presentar al lector una obra tan distante como esta delos gustos, ideales y hábitos que se me conocen en materia de poesía.Lo que he dicho y he vuelto a decir sobre este tema, lo que he podido hacer, las condiciones que he creído mi deber imponerme, los ensayos que he publicado, todos ellos frutos de, un espíritu nutrido por la más vieja tradición literaria europea, parecen designarme lo menos del mundo para apreciar una producción esencialmente natural, abierta más allá del océano, por el solo llamado, choque o designio de lo que es.Mas, ¿qué valdría la cultura si no enseñara por fin a volver sobre ella misma y si, por la generalidad de sus ambiciones, nos hiciera perder la fuerza de considerarla como un caso muy particular?Creo que un hombre no podría vivir su vida si no fuera capaz de vivir también una infinidad de otras, completamente diversas, y siento que algunas circunstancias, del todo externas, me habrían llevado a producir ciertamente obras muy distintas a las que he escrito.Nos empobreceríamos cruelmente si quisiéramos ser nosotros mismos hasta el punto de no ser sino nosotros mismos.(191)La autora y su prologuista se conocen personalmente.Como se ha dicho, suelen coincidir en las reuniones del Instituto de Cooperación Intelectual, una especie de Ateneo, con ciertas facultades resolutivas, antesala de lo que más tarde sería la UNESCO.Valéry recordará con cortesía a su colega de sesiones.Madame Mistral representaba a su país con una gracia y una simplicidad que la rodearon del respeto y de la simpatía de todos los que participábamos en nuestros trabajos.Me daba cuenta de que había en ella esa alianza de atención y de ensueño, de ausencias externas y de luces inmediatas, que son características de la naturaleza de los poetas, pero debo confesar que entonces no conocía nada de su obra, y que he debido esperar hasta la presente traducción para apreciar en ella lo que se puede apreciar de una poesía en su traducción a una lengua extraña. (192)El poeta francés apunta al eterno drama de la traición implícita en las traducciones poéticas.Envuelven un riesgo muchas veces «mortal».En la prosa el peligro no parece tan grave, pero es raro, excepcional, el verso que sobrevive a la prueba de fuego al mudar el vino de la vasija.¿Cuál es la imagen que el prologuista traza de esa mujer que declara extraña? ¿Por qué le resulta tan excéntrica?Pertenece, para comenzar, a una nación lejana.Por su padre le circula sangre vasca, negra y también indígena.Ello explicaría que la sensación inicial provocada por el texto sea descubrir un objeto misterioso, digamos un sujeto exótico, aunque animado de verdad.No se la confunda con una extravagancia literaria, en la cual se especializan ciertos poetas.Simplemente responde a una naturaleza diversa.El asombro deriva de un mundo y de una vida muy intensa, regida por coordenadas insólitas.Subraya un rasgo característico esencial: la fuerza de una sensibilidad que puede llegar al paroxismo, hasta extremos celosos, excluyentes, salvajes.En ella es visible -hasta chocante- la rudeza hacia el hombre, que se toma dulzura cuando se vuelve al niño.Denota algo muy prolijo y de otro mundo cuando habla de las formas de la materia, de la humanidad.Tiene el don de penetrarlas.Ella establece con su entorno y las entrañas de las cosas una relación de secreta intimidad.Valéry no puede ni quiere ocultar que los separa un muro. Advierte que el material de construcción de este edificio a ratos enigmático y abigarrado le debe muy poco a la tradición europea, aunque está escrito en una vieja lengua del continente central.Ella maneja ese idioma como si viniera de otra matriz, o de un laboratorio primitivo donde el barroco latinoamericano y la cristalización de los sueños en palabras se fragua con elementos vírgenes naturales de una tierra inédita.Por eso la obra que introduce Valéry ante el público francés le causa entre deslumbramiento y pavor.Culminará su diálogo confesando miedo y atónita sorpresa:La poesía tierna y a veces feroz de Gabriela Mistral, se me aparece, en el horizonte de Occidente, ataviada con sus singulares bellezas, pero, por otra parte, cargada con un sentido que le da o que le impone el estado crítico de las más nobles cosas del mundo.(193)La rebelión de la mestizaEntregado el prefacio, había que conseguir la publicación del libro por una editorial de peso.Tan de peso es Stock que pide diez mil francos adelantados.Por añadidura deja pasar un tiempo sin lanzarla obra.Luego comunica que el precio ha subido en treinta mil francos más, aparte de la obligación que el cliente compre el papel.De súbito Stock da un giro en 180 grados: retira sus condiciones.No aumenta el precio ni exige la entrega del papel. ¿Por qué este vuelco? Porque acaba de leer en los diarios una noticia que cambia totalmente su cuadro del mercado. Gabriela Mistral ha recibido el Premio Nobel de Literatura de 1945.El editor ordena terminar a toda máquina la impresión y lanzar la obra sin demora.Pocos días antes, Gabriela viajó a París e inquirió por el libro aún en prensa.La información la puso fuera de sí.Contrastando con la opinión de Valéry, que en su prólogo elogiaba la versión de Mathilde Pomes, la autora sostenía que la traductora, aparte de transgredir el sentido de los versos, introducía añadidos ajenos al original. Irritadísima, le pidió a Oscar Schnake, hacía poco designado ministro de Chile, que impidiera la publicación del libro.En esta demanda intervino también el escritor Georges Duhamel.El editor no los escuchó.La obra apareció llamando la atención sobre el mérito de la mercadería fresca: se trataba del recién anunciado Premio Nobel.Gabriela se sabía de mal genio; cuando estallaba podía ser agresiva.¿La razón del nuevo enojo?El prólogo de Valéry.Desencadena su molestia en una carta indignada que escribe precisamente a su anterior agredida, Mathilde Pomes.Vale por un texto de interpretación literaria a la luz de la antropología.Usted conoce mi carácter: no tengo cortesía viciosa y digo mi pensamiento con una derechura un poco brutal. No entiendo que se haya pedido ese prólogo a Paul Valéry. El no sabe español. Es lo más serio del asunto; él debe leerlo un poco, como yo leo el inglés, sin entender los modismos.(194) Ella ha leído a Dostoievski.Cada hombre es superficie y mundo subterráneo.Además tiene conciencia de ser extranjera, de tierra y de sangre.Por lo tanto, de una personalidad dominada por impulsos que pueden parecer extraños.Es difícil que la comprendan,… porque esto de entender almas ajenas, amiga mía, no tiene nada que hacer con el talento y con la cultura […]. Perdone el atrevimiento de esta afirmación […]. Las razas existen y además de eso, hay los temperamentos opuestos. (195)Toda esta diversidad se traduce en otro ojo para mirar, sentir y contar el mundoNo puede darse un sentido de la poesía más diverso del mío que el de ese hombre.Yo le tengo la más cabal y subida admiración, en cuanto a la capacidad intelectual y a una fineza tan extrema que tal vez nadie posea en Europa, es decir, en el mundo.Eso no tiene nada que ver con su capacidad para hacer prólogos a los sudamericanos y, especialmente, uno mío; yo soy una primitiva, una hija dcl país de ayer, una mestiza y cien cosas más que están al margen de Paul Valéry.(196)La campesina, la mestiza, con sus cien cosas más, no quiere serlo que no es, también por Orgullo subido de la dignidad.No le gustan los pedigüeños de elogios ni los traficantes de reputación internacional en el mercado parisiensePero eso no es todo: en cuatro ocasiones, dos recientes, me he burlado en artículos de Prensa de la gente nuestra que se hace dar prólogos o críticas en Europa, a base de paga y por gente que ignora sus libros y no sabe pizca de esta América.(197)Ella no quiere hacer papeles desairados y quedar en ver vergüenza. «Un prólogo de Valéry me dejaría en ridículo soberano.Nadie puede saber que yo no lo he pedido, que no lo he buscado».Prefiere el anonimato o la muerte antes que el compromiso con esos menesteres grotescos.Que el Virgilio francés se quede con su plata, pero que aquella introducción no se publique.Por todo lo cual, cara Mathilde, le pido, le ruego, le suplico, que usted, haciendo pagara Valéry su prólogo, pues se trata de un trabajo ya hecho Y el Pago es legítimo como el que más, no incluya el prólogo y le explique al ministro González lo ocurrido.Sino lo hiciera, me obligaría usted a algo muy feo: a cortar el prólogo de los libros uno por uno.(198)Ya se ve con las tijeras en la manoParecería inverosímil que este arranque de ira se lo produzca un prólogo desconocido.Subraya con trazo neto la reciedumbre de su carácter el hecho que lo rechace por principio y no por conveniencia.Emite un juicio anticipado desechándolo porque considera al hombre que la analiza un extraño que no puede comprendería.Usted ya sabe que yo no he leído el texto; no se trata de que me espere alabanzas y que esté defraudada; se trata de honradez de campesina y de mujer vieja; yo no puedo aceptarlo. (199)Entiéndase que no está repudiando todos los prólogos.Pero si alguno se publica que sea escrito por alguien más vecino a la lengua que ella habla, que la conozca un poco, que se haya sentido más atraído por el imán de América Latina y sustente un concepto de la poesía que no sea exactamente el opuesto al suyo.Tiene un nombre de reemplazo in mente: sugiere a Francis de Miomandre.Fundamenta su proposición: sabe algo de Sudamérica y conoce bastante el español.No es un Papa de la poesía pura como Valéry, respecto del cual ella alienta una desconfianza intuitiva, sobre todo cuando se dedica a hacer prólogos por encargo.En carta a la escritora argentina Victoria Ocampo, publicada en la revista Sur de Buenos Aires, en octubre de 1945 (la comunicación tiene fecha del 16 de mayo de 1943), el autor de La joven parca le confidencia que lo distrae de la labor literaria (está enfrascado en una interpretación personal de Fausto) el hecho que vive «devorado por trabajos sin gracia y sin valor.Dicto mi curso en el Colegio de Francia. ¡Hago prefacios!Nadie en el mundo ha hecho tantas cosas como yo».Conste que esta declaración está escrita en una Francia ocupada, cuando la Segunda Guerra Mundial tiene atenazada a Europa.Valéry no es el más indicado para conducir de la mano por los círculos entonces dantescos de Europa y llevar hasta el «paraíso neutral» de Estocolmo a esta mujer pura tormenta.Ella prefiere la introducción informativa, sin mucho vuelo, de Miomandre.Este afirma que a la gran desconocida en Francia, en Europa, en cambio toda América Latina la conoce.Anota datos sicológicos.Reservada, modesta, no trata de imponerse ni le gusta hablar de sí.Lo último acójase con beneficio de inventario.Porque la mujer es locuaz y a menudo emplea la indetenible primera persona, no para decirse linduras, sino para contar sucedidos, desgracias que le han acontecido, explicar su filosofía de las cosas, pequeñas o trascendentes, sin desdeñar frases agrias a propósito de sí.El prologuista destaca la fuerza de su vida interior.Percibe su temperamento místico, receptáculo de la humanidad sufriente.Su poesía le parece un mensaje que América envía en una botella arrojada al mar del espíritu hacia las costas de Francia, del llamado Viejo Mundo en una palabra.Lacónicamente, el introductor tendrá que ensayar un somerísimo perfil biográfico.Se trata de una chilena montañesa, condicionada por dos sangres.Encarna una manifestación del Nuevo Mundo.Le parece su poesía presagio de un humanismo sui géneris en comunión directa con la naturaleza. Prefirió este prólogo bien intencionado, casi intrascendente, inofensivo.El texto rechazado alcanzaba una profundidad mucho mayor.Es explicable.El nuevo no significaba un choque entre dos personas; el otro era un conflicto de civilizaciones.Por eso ella montó en una cólera sagrada.Tenía sus razones, pero Valéry no era culpable.Simplemente fue la colisión de dos mundos.Valéry representa una quintaesencia intelectual europea, cuya filosofía poética ama las abstracciones de las grandes ideas.Charmes contiene su Cimitière Marin, meditación bergsoniana sobre el Tiempo. El rostro de su obra a Gabriela le parece impasible, con una pupila de iris congelado.Sin embargo en La crisis del espíritu como en sus Miradas sobre el mundo actual, Paul Valéry, que ella juzga un poeta de mármol, «sin corazón», cede el paso al ensayista desazonado frente al curso de ese río demasiado turbio Y revuelto que es la época contemporánea.Pero ella no olvida que al verlo por primera vez supo de inmediato que pertenecían a dos hemisferios diferentes, lo sólo terrestres sino también cerebrales.Quiso Valery detener el tiempo, pero no pudo culminar Mi Fausto, obra en que ansiaba expresar su sueño de perennidad.Sólo por meses no alcanzó a conocer la noticia que aquella campesina, un poco desastrada en el vestir, medio gigantona, venida de un país de volcanes y montañas, para la cual le contrataron un prólogo que la lanzara al conocimiento europeo, había ganado el Nobel, ese premio que él ambicionó y creía merecer más que nadie y nunca recibió, hecho comprensible en tiempos de guerra y barbarie.Paul Valéry murió el 20 de julio de 1945, a los setentaidos años.Fue enterrado, conforme al título de su poema, en el Cementerio Marino de Cette, donde surcan las palomas.Tranqila, mirando un niñoEstá sumergida en el dolor por Yin-Yin cuando llegan al consulado de Chile en Petrópolis dos periodistas.Acaban de recibir un Cable acogiendo el rumor que el nombre de una ex maestra de una escuela rural de Chile, señorita Lucila Godoy Alcayaga, que usa el seudónimo de Gabriela Mistral, se baraja como probable Premio Nobel de Literatura.Ella contesta que no sabe, no cree nada de lo que se dice.En 1944 se dijo lo mismo […] en verdad algunos países americanos presentaron mi candidatura. Eso es todo. Yo no creo que tengan éxito. Por mi parte tampoco he tenido la menor participación de esa idea. (200)Juzgaba insensato el afán de algunos amigos de sembrar estatuas con una loca generosidad, a diestra y siniestra.Matilde Ladrón de Guevara le pregunta dónde estaba y qué hacía cuando supo la noticia del Premio Nobel:Estaba sola en Petrópolis en mi cuarto de hotel, escuchando en la radio las noticias de Palestina.Después de breve pausa en la emisora, se hizo el anuncio que me aturdió y que no esperaba.Caí de rodillas frente al crucifijo de mi madre, que siempre me acompaña, y bañada en lágrimas oré: «¡Jesucristo, haz merecedora de tan alto lauro a esta humilde hija!» Pero en esa época vivía la espantosa tragedia de mi Yin y estaba al margen de la vida.Todo me era indiferente.Aun esto … (201)El 15 de noviembre de 1945, la casa se puebla de reporteros y se colma de telegramas.Tiene que descolgar el teléfono. «Felicitaciones, Gabriela Mistral».Es la primera vez que alguien de México al sur recibe el Premio. ¡Cómo no!Es el triunfo de la América india.Esa mañana, en muchas escuelas del continente se entonan sus rondas.La gente a su alrededor espera que el bullicio contribuirá a mitigar su angustia por Yin-Yin.En Estocolmo el Dagens Nyheter la llama «símbolo maternal de las ambiciones culturales del continente americano».Una semana más tarde se recibió en Suecia su telegrama de agradecimiento.Luego avisó que arribaría en barco a Gotemburgo.Pedía que la esperaran y le reservaran una habitación en un hotel.Anunció que viajaría con su secretaria.El pandemonium en Petrópolis fue la imagen perfecta del caos.Parabienes por un lado y nerviosismo incontrolable a raíz de los preparativos del viaje, por el otro.Contratiempos, amnesias, suspensos, atrasos.Cuando llegan al puerto la nave ya había zarpado.Vuelve el transatlántico a la Bahía de Río de Janeiro para que se embarque la señora que llegó tarde.En Gotemburgo la aguarda una secretara de la Embajada.En la estación ferroviaria de Estocolmo la reciben enviados de la Academia Sueca y funcionarios chilenos.Cuenta en confianza que el elegante abrigo que lleva se lo prestó la embajadora de Francia en Río de Janeiro.Se aloja en un departamento del Gran Hotel, desde cuya ventana puede mirar los barcos.Los que la rodean advierten a primera vista que viste con visible desaliño.El embajador Gajardo se arma de coraje y se atreve a hacerlo una pregunta escabrosa:-¿Ha traído traje especial para la ceremonia de la entrega del Premio?-No.La ropa de siempre-Pero van a estar el Rey, el Príncipe heredero, los miembros de la Familia Real y de la Corte, la crema del Estado, los académicos, la flor y nata de los escritores y científicos.Tiene que usar un traje largo, negro, ojalá de terciopeloFinalmente, la tienda más afamada -ahora sería una boutique de moda- le confeccionó un vestido de terciopelo negro.Anunció que no cobraba nada.Lo anotó en el ítem de sus gastos de representación, La joyería Jensen no quiso quedarse atrás y entregó un prendedor de plata, labrado por un orfebre.Así nuestra heroína quedó presentable ante la gran sociedad de la nobleza y de la intelectualidad suecas.Cada vez que en Estocolmo cruzo frente, al Concert Husset,, nuestro acompañante chileno o sueco, casi siempre diferente, nos dice lo mismo: «Aquí recibió el Premio Nobel Gabriela Mistral «El vasto edificio con paredes en tono rosa está emplazado en el corazón de la ciudad, frente a la plaza con las esculturas de Carlos Milles.En aquel 10 de diciembre de 1945 (la Segunda Guerra Mundial había terminado hacía pocos meses), esa sala de conciertos, inaugurada recientemente, resplandece con todas sus lámparas iluminando la granada concurrencia.Son las cinco de la tarde.En el centro del escenario hay dos marineros con sendos clarines de plata.Sobre un telón verde, un par de banderas suecas circundadas por las de los países de los distintos agraciados.Tres filas de hombres vestidos con elegancia y una sola mujer, corpulenta, de ojos verdosos, con traje de terciopelo.Son los miembros de la Academia de Letras y los laureados con el Nobel.En una esquina la tribuna del orador.Resuenan unas notas vibrantes cada vez que se vocea el nombre del premiado; desciende acto seguido a la platea para estrechar la mano del anciano Rey y recibir el premio.Gabriela Mistral resulta la tercera en ser nombrada.Quien traza su semblanza es el poeta sueco Hjalmar Gulberg.No sólo es secretario de la Academia sino traductor al sueco de muchos de sus poemas. «Yo presenté -dijo- una antología directamente en sueco, Dikter (Poesías)».El hecho hacía innecesario atravesar el puente de la versión francesa.La conoce más que otros.Su discurso tiene algo de informal; lo pronuncia parte en sueco, parte en castellano.Otra vez el son agudo de los clarines.Gabriela con tranco moroso, la frente despejada, echa la cabeza hacia atrás, lo cual pone de relieve su estatura en un país de mujeres altas; da unos pasos por el estrado y baja cuidadosamente los peldaños para encontrarse con el Rey, que espera a la campesina chilena de pie.El monarca Gustavo V es más viejo que su interlocutora.Se inclina amable y murmura algunas frases en inglés; después le entrega el diploma, una medalla de oro macizo y un cheque por ocho mil libras esterlinas.Ella agradece con una sonrisa y vuelve a su asiento ante un teatro que la ovaciona, especialmente los suecos que de algún modo ven en ella una hermana o una prima sudamericana de su Selma Lagerlöff, fallecida cinco años antes.De vuelta a la Embajada Chilena, le preguntaron si se sintió nerviosa durante el acto de entrega.No. Estuve tranquila mirando a un niño que estaba en un asiento de balcón y que se parecía mucho a mi sobrino. (202)Por lo visto, el fantasma del joven muerto también estuvo presente en medio de la radiante ceremonia, ocasión que cualquiera pensaría que para ella sería un momento de dicha; simplemente había controlado sus nervios.Pero cuando regresé a mi asiento, después de recibir el premio de manos del Rey, al subir la escalerilla del proscenio, sentí que se me fundían las rodillas.(203)Como se sabe, era la primera vez que se le otorgaba a un latinoamericano.Si alguien la felicitaba, ella trataba de rebajar su mérito diciendo que había ganado por transacción.El premio se disputaba entre dos grandes países y dos grandes escritores de nuestro continente, el mexicano Alfonso Reyes y el argentino Jorge Luis Borges, que murieron sin conseguirlo.Para evitar el choque de los poderosos -explicaba- escogieron un poeta nacido en un país pequeño.La Segunda Guerra Mundial no era el clima más propicio para otorgar el Premio Nobel de la Paz.Ni el de Literatura.Ninguno.Se suspendieron. ¿Iba a concederse el de la Paz en una Noruega ocupada por los nazis en los años 40 ó 43?Tampoco el 44, porque el conflicto proseguía.Pero el 45, cuando Hitler, igual que su «milenario» Tercer Reich ya se habían vuelto cenizas, se entregaron dos Premios Nobel de Literatura.Uno, con efecto retroactivo, el de 1944, concedido al escritor danés Johannes V. Jensen.El de 1945 fue para una chilena poco conocida, Gabriela Mistral.El veredicto de la Academia habló de su «lirismo inspirado por un vigoroso sentimiento […], que ha hecho del nombre de la poetisa un símbolo del idealismo del mundo latinoamericano».En el discurso de agradecimiento, ella desarrolló ese pensamiento. «Hoy Suecia se vuelve hacia la lejana América para honrarla en uno de los muchos trabajadores de su cultura … »Subrayó su pertenencia a un Chile no dictatorial. «Hija de la democracia chilena-puntualizó en aquella ocasión-me conmueve tener delante a uno de los representantes de la tradición democrática de Suecia …»Algo más. Era también personificación de una estirpe mezclada y expresión de su habla y de su poesía.Por una aventuranza que me sobrepasa, soy en este momento la voz directa de los poetas de mi raza y la indirecta de las muy nobles lenguas española y portuguesa…(204)Después tiene que aceptar festejos nocturnos.Los estudiantes de la Universidad de Upsala la acogieron con respetuosa solemnidad y los académicos sacaron sus togas de los closets.Pero más tarde la reunión perdió el aire estirado.Esa noche de invierno boreal, Gabriela -como de costumbre- se dejó arrastrar por la corriente de la conversación.Estuvo un mes en Suecia.Tenía que volver a Petrópolis.Pero en esos días, en esas noches –que para otro en su lugar hubieran sido de redonda felicidad- la visitan sus fantasmas.Se le refuerza la convicción de que Yin-Yin cayó asesinado.Para ella es la muerte de un hijo, el único de su sangre, que fue suyo, y que ella quiso como la madre absoluta. ¿Del duelo vino a sacarla la noticia del Premio Nobel?Ningún premio la cambiará por dentro ni cerrará su herida.Gratitud para quienes se lo concedieron, pero nada en el mundo borrará de su conciencia la culpa de los que mataron a Yin-Yin.Esos días no le han devuelto la calma.La gente que la acompaña la nota agresiva.En viaje de regreso llega a París sin visa.Tiene dificultades con los funcionarios de Inmigración en el aeropuerto de Le Bourget.No vacila en sostener que las autoridades francesas le tienen mala voluntad.No falta quien, tomando en cuenta su apoyo a la República durante la Guerra Civil de España, la llamó «simpatizante roja».Después que recibe el Premio Nobel sucede lo inevitable: los periodistas la bombardean con cañonazos de preguntas. ¿Quién es usted?Responde:Soy una especie de izquierdista tradicional […] Soy socialista.Un socialismo muy particular, es cierto, que consiste exclusivamente en ganar lo que se come y en sentirse prójimo de los explotados.X NOBELES Y ANTINOBELESCON EL NOBEL se acordaron de ella en Chile.Se apresuraron a invitarla.No quería ir.El Presidente, su tocayo y coterráneo González Videla, no le era grato.No fue él, sino el ministro de Educación de entonces, Bernardo Leighton, quien le extendió el convite.Le contestó declinándolo a través de su compadre Tomic:Esta carta es para el ministro Leighton, pero va a usted con el ruego de leérsela: mi letra es mala y uso el lápiz por la vista que se irrita un poco.Además Doris no está para copiarla a máquina y la secretaria italiana no entiende español… son tres calamidades. Estimo mucho el convite del ministerio por el valor de quien convida y por la fineza que es el recuerdo de los ausentes.Compadre, yo vivo con una especie de «corazón de vidrio».En subiendo el calor hacia el mediodía yo llevo un paño al corazón que entra en taquicardia.Por esto sólo he bajado en un mes tres veces a Nápoles.Tengo abajo la oficina y la empleada me llama cuando hay un asunto oficial.En invierno, la taquicardia amaina, pero la simple marcha a pie, aunque un poco rápida, me pone los pulsos al vuelo.Una persona así de achacosa no sirve, para viajar un mes.Usted sabe también que mi interés mayor de ir a Chile, después del de ver a los pocos que son míos de frontera adentro y hablar con ellos unas semanas, es el interés, más la necesidad de acabar con ese larguísimo «Recado descriptivo sobre Chile».Sé que no me dejarán verlo; sé que tengo que entregarme a la gente por no herirla; sé que sólo veré hoteles y casas de señoras.No el paisaje, no los pastos cuyos nombres me faltan, no las cosechas, no la cordillera a la cual no puedo subir, no a los indios, no mi Patagonia querida, no las minas del carbón, no el desierto de sal.El chileno ve siempre en la negativa una excusa o una hostilidad, y yo tengo allá demasiados seres que me odian, una verdadera riqueza de antipatías sin causa.(205)Andará por muchos lados, pero a Chile no va, a pesar que casi todo el país quiere festejarla.Vuelve sólo en 1954, cuando le dan, con tonto retardo, el Premio Nacional de Literatura.A principios de 1960 encontramos al agente presidencias mexicano en el tren nocturno, en viaje de Santiago a Concepción, donde debía realizarse un encuentro de escritores.Nos explicó su plan de guerra contra la Academia Sueca.Los frutos de la tierra americana no son gustados en Europa, salvo si son plátanos, piñas, si tienen el dulzor del trópico o la finura de la zona templada.La primera naturaleza latinoamericana puede ser devorada con fruición, hasta con gula.Pero los frutos de la segunda naturaleza -o sea las ideas de los hombres, los hijos del espíritu, los libros, las obras de arte- parecen productos de otro planeta, aptos para respiraciones que no son las de su pecho.De allí el desdén, de allí la ignorancia enciclopédica del continente que lo sabe todo y lo que no sabe carece de importancia.Que los chilenos no se dejen engañar por el merecido Premio Nobel a Gabriela Mistral.No podían hacer menos, pero es la excepción que confirma la regla. ¿Cómo van a comprender entonces esos libros límpidos del maestro, esa cátedra que no entiende Europa?Es una creatura de la vida americana.En el Viejo Mundo será siempre un extranjero.El cree que América tiene un mensaje que dar a la humanidad y México en particular.Cómo va a entenderse en Europa a un hombre que confía en el valor de las pirámides mayas y de las civilizaciones aborígenes, que incluso propone una doctrina propia para la nueva literatura latinoamericana, la cual, a su juicio, debería.… buscar el pulso de la Patria en todos los momentos y en todos los hombres en que parece haberse intensificado; pedir a la brutalidad de los pechos un sentido espiritual; descubrir la misión del hombre mexicano en la tierra, interrogando pertinazmente a todos los fantasmas y las piedras de nuestras tumbas y nuestros monumentos.Un pueblo se salva cuando logra vislumbrar el mensaje que ha traído al mundo.(206)La incompatibilidad es total.Hay que retomar -propuso el apasionado emisario del mandatario mexicano- la Declaración de Independencia Intelectual de América Latina, formulada ya de algún modo, desde Europa, en 1823, por Andrés Bello.Hay que dejar de ser vasallo cultural.Había sonado la hora de la libertad.Él tocaría su trompeta en la reunión de Concepción.Debemos sumar a la emancipación política, no dijo la emancipación económica, sino la independencia cultural.Pero se declaró autorizado para ir más allá del rechazo y la negación del Nobel y de la arrogante superioridad del Occidente europeo y anunciar una respuesta de tono afirmativo.México crearía un Premio que no sería el Nobel americano sino el laurel máximo con que estas tierras coronarían la excelencia de un escritor.Este premio se llamaría Alfonso Reyes.Lo propuso, lo voceó en la asamblea, haciendo sonar todos los timbales.Y luego el asunto quedó en nada.Por ironía irreverente y positiva de la historia, esta mujer que gozó haciendo el ditirambo de Alfonso Reyes -a quien el jurado ignoró desde su Monte Olimpo en Estocolmo- fue el primer latinoamericano que recibió el Premio Nobel de Literatura.Alfonso Reyes todavía vivía.Seguramente no sintió amargura, sino más bien alegría melancólica porque lo estimó justo, porque no parecía hombre para hundirse en menesteres minúsculos ni deambular por los lúgubres pasadizos donde se urden maquinaciones a fin de obtener distinciones y medallas.Gabriela lo recuerda haciendo su discurso de despedida a José Vasconcelos.Es casi un diálogo entre los dos mexicanos que estima más admirables.Como hemos visto, Vasconcelos, el hombre que la trajo a México y en algún sentido le cambió la vida, había tenido la gran caída, resbaló por el piso de la política de los señores de la guerra o de los traficantes de la revolución y debía partir al destierro que él mismo se había impuesto.En esa tristeza, para decirle la cordialidad que ese hombre en desgracia le inspira, pero también para trazar su fisonomía oculta, su silueta sicológica y la definición del varón dinámico para el cual, sin embargo, su reino no es este mundo:En el ocio todos somos iguales.Tú, hombre activo por excelencia, has tenido que acentuar tus perfiles, que provocan entusiasmos y disgustos.Te has dado todo a tu obra -buen místico al cabo- poseído seguramente de aquel sentido teológico que define san Agustín al explicarnos que Dios es Acto Puro.Te has desenvuelto en un ambiente privilegiado en cierto modo, pero en otro funesto y peligrosísimo: removidas profundamente las entrañas de la nación, parece que toda nuestra sangre refluye a flor de la piel, que todas las fuerzas están movilizadas, que se puede hacer todo el Bien y todo el Mal.Pero cuando se puede hacer todo el Mal, ya no es posible -a pesar de la tentación apremiante-, ya no es posible hacer todo el Bien.Ese es el dolor de la patria y ésos han sido, asimismo, tus propios tropiezos.» –Hay escritores que no son profetas en su tierra y menos fuera de ella.Alfonso Reyes nunca conocerá siquiera la sombra de esas luces de reflectores a neón que proyectan sobre la marquesina las obras del boom.No es que pertenezca a la línea de los autores herméticos.Su descubrimiento se hará lento, empezará por América y cuando llegue a su máxima extensión será siempre el de un país generoso y reservado que jamás ingresará en la lista de los best sellers de la semana.En este orden Gabriela es un poco su hermana.Con Premio Nobel y toda la algarabía que el hecho supone, también ella pertenece a la categoría de los latinoamericanos esenciales que viven ocultos como una mina (así la llamó Neruda).Sus metales preciosos brillan más en la oscuridad y en el recinto de espíritus discretos y recogidos que en una calle tumultuoso del marketing contemporáneoEran admiraciones correspondidas.Alfonso Reyes, hombre de honda mesura, escribe en prosa un «Himno a Gabriela»:Gabriela es un índice sumo del pensamiento y del sentimiento americanos.En ella se da la ira profética contra los errores amontonados por la historia; se da la fe, la esperanza y la caridad; la promesa de una tierra mejor para el logro de la raza humana; la mano traza en el aire los pases mágicos, a cuyo prestigio relampaguea ya la visión de un mundo más justo […]. ¿Qué sufrimiento, qué alegría la encontraron nunca indiferente? ¿Qué latido de nuestra América no ha pasado por su corazón? Su inmensa poesía está tejida con todos los estambres que hilan el trabajo y la virtud de los hombres.Así creían los antiguos que Heracles había construido el ara de Dídima, con la sangre, los huesos, la sustancia misma de las víctimas ofrecidas.Yo no suelo hablar con tanto arrebato.Yo reservo mis entusiasmos para quienes creo que lo merecen. (208)Consejos para nobelizablesLa experiencia del Nobel la dejó convertida en una experta en el ramo.A Zenobia Camprubí, la esposa de Juan Ramón Jiménez, le dio un cursillo rápido sobre cómo conseguirlo:Tan querida Z. de J.R.:Yo soy animal de rumia y a ustedes dos los rumio con frecuencia.Escribo poco, o no escribo, cuando les sé en tal lugar y sin problemas grandes ni chicos [… ]. Mi carta es para saber de ustedes, pero también para decirles esto: el próximo Premio Nobel español que venga debe ser para Juan Ramón.Todos sabemos eso.Debe presentar la candidatura alguien que sea muy alto en Europa y Juan Ramón es sabido de gente europea importante.Escogida esa persona por ustedes, tenemos derecho a apoyar la candidatura los otros Premios Nobel.Sólo el año pasado se nos declaró eso oficialmente por la Academia Sueca.No hay franquistas en ella y los miembros que he tratado repudian a Franco.Hablé aquí hace días con una señora sueca que es jefe de la editorial primera de su país; le hablé de Juan Ramón.Lo ha leído-lee español- y lo admira mucho.Ella podrá ayudarnos también a lo de hacer ambiente «con los viejos».Hable usted, querida, con Margot sobre esto.Debería presentarlo al jefe del Departamento de Español de Columbia y añadir a eso los otros departamentos españoles de las universidades americanas.Sobra recordarles las nuestras.Lo de Gallegos falló tal vez por torpezas.Anduvieron preparando la candidatura unos mozos medio alocados.Parece que Gallegos no se presenta de nuevo.Lo de Alfonso fracasó por la raíz: no premian el ensayo.Solamente lo dieron a Bergson y después advirtieron que «se habían salido de lo dispuesto por Nobel»; que se premie la creación pura y no el ensayo.Se lo hice saber con firmeza a Alfonso, y él tuvo una respuesta dura e incrédula, cosa que me apenó, porque yo lo he tratado siempre con una confianza de hermano.Adhirieron todas las academias y casi todas las universidades de la América Española.Pero la Academia Sueca […] le importan poco las Academias […] (la chilena no adhirió a lo mío sino […] pasado el tiempo y con una exigencia vergonzante de mi gobierno, el cual hizo todo y no por deseo mismo ciertamente).Dígame cuatro letras sobre este asunto.Si lo hacemos debe ser con miras al año 52 ó al 53.Disponer de mí como una buena criada: mandarme con toda confianza, en toda confianza.Gabriela.(209)La traslaticiaCuando retorna al Brasil siente la casa transida por la presencia ubicua de Yin-Yin.Como su temperamento es algo desmedido no sólo cambiará de residencia; cambiará de país. Pondrá agua, montañas, husos horarios de por medio.Escribe al Ministerio pidiendo traslado.Prefería siempre -subraya- los climas benignos.Quiere irse a California.Solicita que la nombren cónsul en San Francisco.Acompaña certificados médicos sobre su mala salud: diabetes, enfermedad del corazón.En California se hace amiga de Thomas Mann, personificación del intelectual europeo, pero, a diferencia de Paul Valery, tiene algo que ver con Brasil, lo cual agrega a su carácter una dosis mesurada de locura y fantasía.Ella no percibe un gran sueldo y reclama por el alto costo de la vida.No tarda en pensar que sería mejor volver a México, un país de su lengua y de sus afectos.De nuevo pido cambio al Ministerio de Relaciones.Parece que la Premio Nobel es una chilena errante, andariega perdida, no se arraiga en ninguna parte -mumuran-.Si ella lo quiere hay que dárselo.Recibe el nombramiento de cónsul en Santa María de la Veracruz.El puerto es húmedo y caluroso.Al Golfo de México lo cruzan turbulencias; pero ella contempla el rostro de la gente en la calle y se siente entre sus indios.Desde Veracruz escribe al embajador Gajardo:Me han contado esta cosa cómica: el señor Latcham habría dicho en una conferencia de prensa que yo «me he inventado la sangre india».El chileno tonto recorre estos países indios o mestizos declarando su blanquismo.Yo sé algo, espero, de mí misma.Por ejemplo, que mi padre mestizo tenía en su cuerpo la mancha mongólica, cosa que me contó mi madre; segundo, que mi abuelo Godoy era indio puro.Es frescura corregir la plana a los dueños de sí mismos.(210)Pronto el demonio de la inquietud vuelve a poseerla.El ruido la desquicia y el calor sofocante es un tormento.Encuentra una quinta cerca de Veracruz, ubicada en una colina que es un mirador al mar.Poco después siente que esa mudanza no la calma del todo.De nuevo la eterna vagabunda cambia de domicilio.Se instala en Jalipa, a distancia intermedia entre Ciudad de México y Veracruz.La altura, desde luego, es menor que la de la capital y esto reportará menos trabajo para su corazón gastado.Un rico mexicano aficionado a la literatura le entrega una casa de su hacienda.Ella tiene la sensación plena de vivir a todo campo en esa típica morada rural, de largos y apacibles corredores.Cerca hay una capilla con santos vestidos a contratiempo, completamente fuera de la época bíblica.Gabriela tenía sus habitaciones en el segundo piso, eran enormes, con grandes y repujados catres de bronce y cortinajes claros para evitar la entrada de los zancudos.Esa hacienda había sido hasta hacía poco teatro de escenas revolucionarias.El general Obregón, Presidente de México, pernoctó por lo menos una vez en esos espaciosos aposentos con lechos repletos de historias fantasmales y muebles de caoba, alhajamiento barroco o rococó de otros siglos, junto al sello estampado de la artesanía indígena, donde el mimbre se convertía en silla y en mesa y el olor de las flores de azahar despertaba a primera hora de la mañana.Allí Gabriela recibía visitas de amigos, sobre todo de escritores.Acogió con señorío de hidalga rural a un hombre que quería, por el cual sentía afecto maternal, a quien estimaba más que nada por su inalterable bondad y decencia, Luis Enrique Délano.Llegó acompañado por el maestro, antiguo fogoso parlamentario, César Godoy Urrutia.Ambos venían a solicitarle su apoyo para un congreso por la Paz que se realizaría pronto en Ciudad de México.Ella dio el sí con un pronunciamiento que se hizo célebre y muy controvertido, «La palabra maldita».Un día fue Rómulo Gallegos el que se sentó junto a ella en un sillón de mimbre instalado en el corredor que daba a un patio de limoneros, mangos y naranjos.Le preguntó cuál era el procedimiento que seguía la Academia Sueca para discernir el Premio Nobel.XI EL MIEDO A PUBLICAR LIBROSEN CIERTA OCASIÓN esta mujer de pies movedizos -como un Mercurio desgreñado y sin dinero- rehusó (cosa extraña) la tentación de una nueva mudanza.Para otro hubiera sido un ofrecimiento irresistible.El Presidente Miguel Alemán dictó un decreto donando a Gabriela Mistral cuarenta hectáreas de tierras fiscales en el estado de Veracruz, en el lugar que ella deseara, posiblemente cerca de Hermosilla.Rechazó el regalo cortésmente.Las razones de su negativa confirman arraigados temores de su espíritu, el miedo a la envidia y su odio a la maledicencia.Nunca un escritor mexicano había recibido un presente semejante.Además ella se imaginaba el pelambre en los corrillos santiaguinos.Por otra parte no faltaría quien, si aceptaba el obsequio excepcional, pensara que ella había dicho de palabra o por escrito su amor a México tantas veces por vulgar interés y no por un sentimiento que no se cotizaba en tierras ni dinero.Posiblemente en la declinación del donativo terciara otro motivo.La errabunda impenitente sentía la comezón del traslado subiéndole a las rodillas, hormigueándole el desasosiego y volviéndole los ojos hacia un país fino, locuaz y querido.Confía a su amigo, el embajador Enrique Gajardo:… me llamó la Loba y allá voy.De mis catorce años en Europa es a Italia y sólo a ella a quien llevo en el corazón.Y mi mal sigue, me han dado algunas sorpresas; los pies se hinchan bastante.Quiero vivir a orillas del mar, éste siempre me alivió el corazón.(211)Decía a su corresponsal Gastón von dem Busche que bastaba con escribir en la vida tres libros que fueran verdaderos.Ella autorizó sólo cuatro: Desolación, Ternura, Tala, Lagar.Después de su muerte han proliferado nuevas obras.Sobre todo son recolecciones de artículos y de cartas suyasTenía temor a publicar libros, tal vez por manía perfeccionista, pero el primero no encontrada editor hasta que apareció bajo el título Desolación, en Nueva York.Le sucedió a la edad en que murió Cristo, coincidencia que subraya en ciertos recodos ápices de su vida como signo de crucifixión o de ascendimiento. ¿O era descendimiento?Tanto desconfiaba de sí misma después de aquel volumen, que tuvo que pasar un par de años antes que se diera a la estampa el segundo, Ternura, poesía para niños, aparecido en Madrid.Esta vez no fue por falta de editores.Tras Desolación podían hasta sobrarle, aunque nunca lloverle. ¿Qué la inhibía entonces? ¿Una autoexigencia paralizante? ¿O quizás la contenía la amarga convicción que no podría escribir una obra superior?Esto acontece con algunos autores que han tocado divinamente la flauta con un libro y desconfían de su capacidad de reeditar la hazaña haciendo otra vez el milagro, un milagro diferente, desde luego, porque nunca segundas partes fueron buenas.No son pocos los que predijeron que García Márquez nunca podría repetir la proeza de Cien años de soledad. Pero el escritor colombiano no se amilanó, aunque supiera que todas las obras que procreara después serían distintas de la primera, versión caribeña de la Biblia, dotada de una pecaminosa y turbadora aura diabólico-celestial.A Neruda le dijeron en su hora que jamás podría volver a escribir un libro tan bello, un manual de enamorados tan bueno para copiar descaradamente declaraciones sentimentales como Veinte poemas de amor y una canción desesperada.El poeta se abanicó.Su obra siguiente fue de ruptura escandalosa.Tentativa del hombre infinito señaló un absoluto fracaso de público y ventas.Casi nadie la aplaudió.Quiso escribir un libro iconoclasta, que remeciera la casa de las musas y la terremoteara por dentro.No sólo se dio el gusto de arrasar con los puntos y las comas, sino de incendiar su propio templo en Efeso, pues su divisa de autor y su norma de vida fue quemar con cada nuevo libro su poesía anterior, porque, a su juicio, repetirse es morir.Gabriela Mistral publica en 1938 Tala.Como sucedió con Desolación, más bien se lo publican.Si con el libro inicial el padrino que se encargó de todo fue Federico de Onís, en el citado caso asumió esa misión la argentina Victoria Ocampo, directora de la revista Sur, en quien la Mistral percibe una «tragedia idiomática», el «ambidextrismo» de hablar en español y escribir en francés. «¿En qué zona del seso y del alma ella padece su bigamia lingüística?», se pregunta en febrero de 1942.Tala tampoco apareció en Santiago sino en Buenos Aires.El producto de su venta lo entregó a entidades catalanas, especialmente a la Residencia Pedralbes, refugio de niños vascos víctimas de la Guerra Civil Española.Tala también desconcertó. ¿Y ésta es Gabriela? ¿Dónde están las nieves de antaño? ¿Dónde quedó Desolación, esa poesía clara y fuerte como un torrente, iluminadora como un incendio, salvaje, filuda como un cuchillo que pega puñaladas al alma, violenta como una guerra, desesperada como la mujer vuelta loca de amor? ¿Dónde está?Alguien hubo que gritó: «Perdimos a Gabriela»No. Era Gabriela.No una Gabriela perdida sino una Gabriela distinta. O la misma Gabriela en otra etapa de su vida.¿Había cambiado en «pathos», en furor de sentimiento, en el grito de animal acorralado?Habían cambiado la forma, el tono, la nitidez alucinante.Ahora abandonaba el ascetismo de la palabra precisa. penetraba al reino barroco del mistralismo, a una poesía donde se pasean fantasmas, donde la imagen se sublima, cobrando distancia respecto del objeto, envuelta a menudo en los primores del arcaísmo y en las neblinas de un amanecer que no termina por admitir la cristalina claridad de la mañana.¡Por fin en Santiago de Chile!Allá por 1954 apareció primero la última obra que publicó en vida.El editor se dio un pequeño placer sádico o módico: la publicó amputada.Lagar.Le gustaba esa palabra.Como el vocablo Tala.Ambos poseen un sentido cortante, terminal, mortuorio, en una de sus acepciones.La escogió tal vez porque en su valle nativo vio el lagar como un lugar de esencias, donde la gente baila sobre la uva dulcísima de la zona para exprimirle con los pies desnudos el zumo que sublimará en un pisco de vértigo.Tal vez era el lagarla imagen que mejor podía representar su suerte.Ella se sentía uva pisoteada por las patadas de la vida y macerada por la muerte.Mortificada.Golpeada.En sus páginas alguien muere, asesinado o suicida.Y ese alguien pisado en el lagar de la vida y de la muerte, vuelto vino primordial de la memoria, embriagado de pena, era uno de su familia, ese sobrino o hijo único, en el cual ella había concentrado toda la ternura de madre o de tía.La muerte de Yin-Yin la enloqueció mucho.Con él había recibido su reino maternal.Y Lucila, que hablaba a río,a montaña y cañaveral,en las lunas de la locurarecibió reino de verdad. (212)Lagar era para ella una metáfora personal, donde sus deudos queridos entregaban su sangre. No olvidaba tampoco a su sobrina Graciela: «Y las pobres muchachas muertas, escamoteadas en abril … »Piensa que la evocación de su infancia le viene porque se siente vieja.Incurre en la coquetería de las afligidas: se duplica la edad.Ciento veinte años tiene, ciento veinte,y está más arrugada que la tierra..Se le olvidó la muerte inolvidable,como un paisaje, un oficio, una lengua.(213)Cuando se publicó Desolación -orgullosa de su aparente humildad y pesimista sobre el juicio ajeno-, escribió a Eduardo Barrios: «Todo lo malo que pueden decir de mi libro me lo he dicho yo antes».En carta anterior le había manifestado que se mantenía en pie «El poema del hijo».Abomina de sus versos que andan por demasiadas bocas.Cita entre los condenados «El ruego», «Los sonetos de la muerte».Son cursis, dulzones -exclama-.¿Dulzones «Los sonetos de la muerte»?Opinión personalísima, extraña.Porque era una mujer extraña, cuyas reacciones a veces respondían a una lógica o ilógica muy particular, proclive a desampararse.Una poesía que cambia y permaneceEn su obra posterior a Desolación, Gabriela Mistral trata de cumplir con el voto que formula al final del libro.Se esforzará por reemplazar el dolor por la esperanza.Para ello se vuelve a los niños en Ternura. (La edición Aguilar hace una reordenación distinta, temática de sus poemas).Comprende «Canciones de cuna», «Rondas», «La desvariadora», «Jugarretas», «Cuenta-mundo», «Casi Escolares», «Cuentos».Allí pide:Dame la mano y danzaremos,dame la mano y me amarásComo una sola flor seremos,como una flor y nada más … (214)En su «Tierra de Chile», hace a Radomiro Tomic la ofrenda de su «Salto del Laja»: «Viejo tumulto, hervor de las flechas indias … ». A su tocayo Gabriel Tomic le entrega en la mano una fucsia convertida en «Ronda de fuego»:Esta roja flor la danen la noche de San Juan..Flor que mata a los fantasmas;¡Voladora flor de fuego! (215)No están mal escogidas estas dedicatorias premonitorias para la estirpe de un hombre que en años de dictadura luchó con denuedo «contra bestia y miedo».Trata de conseguir esa flor y de apretar esa mano.Lo necesita.«La desvariadora», la que dice cosas febriles y hace conjuros para que Yin-Yin no se le aleje, es naturalmente una Gabriela trastornada. Que no crezca el niño.¡Dios mío, páralo!¡Que ya no crezca!Páralo y sálvalo:mi hijo no se muera! (216)La Cuenta-mundo le narra, le traspasa y le comunica al hijo un universo suyo, de magia.Tala encierra un retorno al duelo.Se abre con la «Muerte de mi madre».Se convierte en perjura.Mucho le costará guardar fidelidad a su palabra de desterrar el dolor de su poesía.Escribe una nota reveladora:Ella se me volvió una larga y sombría posada: se me hizo un país en que viví cinco o siete años, país amado a causa de la muerta, odioso a causa de la volteadora de mi alma en una larga crisis religiosa.No son ni buenos ni bellos los llamados «frutos del dolor», y a nadie se los deseo.De regreso de esta vida en la más prieta tiniebla, vuelvo a decir, como al final de Desolación, la alabanza de la alegría.El tremendo viaje acaba en la esperanza de las Locas Letanías y cuenta su remate a quienes se cuidan de mi alma y poco saben de mí desde que vivo errante.(217)En «Nocturno de la consumación», dedicado a Waldo Frank, confiesa: hace «tantos años que muerdo el desierto/ que mi patria se llama la sed».Tala es como una prima hermana de Desolación.Pero la forma se ha modificado. En otra advertencia sobre «Nocturno de la consumación», explica un aspecto de esta mudanza.Cuantos trabajan con la expresión rimada, saben que la rima, que escasea al comienzo, a poco andar se viene sobre nosotros en una lluvia cerrada, entremetiéndose dentro del verso mismo, de tal manera que, en los poemas largos, ella se vuelve lo natural y no lo perseguido… En este momento, rechazar una rima interna llega a parecer rebeldía artificiosas Ahí he dejado varias de esas rimas internas y espontáneas.Rabie con ellas el de oído retórico, que el niño o Juan Pueblo, criaturas poéticas cabales, aceptan con gusto la infracción.(218)En la nota al «Nocturno de la derrota» toca un problema arduamente debatido a propósito de la poesía y la prosa mistralianas: su mentado «arcaísmo».No sólo en la escritura, sino también en mi habla, dejo por complacencia mucha expresión arcaica, sin poner más condición al arcaísmo que la de que esté vivo y sea llano.Muchos, digo, y no todos los arcaísmos que me acuden y que sacrifico en obsequio de la persona antiarcaica que me va a leer.En América está persona resulta siempre ser una capitalina.El campo americano -y en el campo yo me crié- sigue hablando su lengua nueva veteada de ellos.La ciudad, lectora de libros doctos, cree que un tal repertorio arranca en mí de los clásicos añejos, y la muy urbana se equivoca.(219)A ratos el lenguaje de sus recados exhala un aroma de antiguo sabor.Sugiere una misteriosa continuidad de los textos clásicos, pasados por el cedazo del folklore pero también por el filtro de una personalidad tan enraizada a la tierra como un árbol de los valles transversales.En su seguidilla de Nocturnos se vuelve a la figura incoercible de José Asunción Silva, poeta suicida, como la atrajo otro del mismo fin, Anthero de Quental.El gremio de los que se dan muerte ejerce sobre ella un hechizo turbador.La muerte solitaria o la muerte en grande la obsesiona.Hace expresa mención que en «Año de la Guerra Española» escribe el «Nocturno del descendimiento» con ruego al «Cristo del calvario».Sus «Historias de loca», al igual que «Alucinaciones», ceden a la parte nocturna y fantasioso de su carácter nebuloso. «Materias» encarna la realidad que la salva de la locura completa: el pan que «huele a mi madre cuando dio su leche»; la sal, «que nos conforta y nos penetra/ con la mirada enjuta y blanca»; el agua: «Quiero volver a tierras niñas,/ llévenme a su blando país de aguas»; el aire: «Entro en mi casa de piedra/ con los cabellos jadeantes,/ ebrios, ajenos y duros/ del Aire».Mujer de geografías vivas, americana del Sur total, dedicará primero su himno al «Sol del Trópico», tan predilecto.Luego a la impredecible Cordillera de los Andes. «Especie eterna y suspendida/ Alta-ciudad-Torres-doradas … ». Retorna a su mitología regional.El canto al maíz, pan y Dios de los indios. «Y al sueño, en vez de Anáhuac/ le dejo que me, suelte/ su mazorca infinita/ que me aplaca y me duerme».Toda la naturaleza contemplable y comestible pasa por sí misma.Ilustrando el porqué de los dos himnos, al «Sol del Trópico» y «A la Cordillera», escribe una nota sustanciosa sobre la necesidad del regreso «hacia el himno largo y ancho, hacia el tono mayor».El que discuta la necesidad de hacer de tarde en tarde el himno en tono mayor, sepa a lo menos que vamos sintiendo un empalago de lo mínimo y lo blando, del «mucílago de linaza»…Si nuestro Rubén, después de la «Marcha Triunfal» (que es griega o romana) y del «Canto a Roosevelt», que es ya americano, hubiese querido dejar los Parises y los Madrides y venir a perderse en la naturaleza americana por unos largos años -era el caso de perderse a las buenas-, ya no tendríamos estos temas en la cantera; estarían devastados y andarían entonando el alma del mocerío.Llega el escuadrón de mozos sin mucho gusto que digamos del «Aire Suave» o de la marquesa Eulalia.Tienen razón: el aire del mundo se ha vuelto un puelche violento [su viento de la Patagonia] y el mar de jacintos se muda de pronto en el otro mar que los marinos llaman acarnerado. (220)«Saudade» es una provincia importante en su territorio de añoranzas, que se reparte por debajo de toda la superficie de su obra. «País de la ausencia», con obsesión del fin: «…y en país sin nombre/ me voy a morir».Como «La extranjera» o «Beber»: «Recuerdo gestos de criaturas, y son gestos de darme el agua».Su mentada «Todas íbamos a ser reinas» merece una nota, que también es nostalgia pura: «…y siendo grandes nuestros reinos,/ llegaremos todas al mar … »«Locas mujeres», con diversas clases de demencias, «la que camina interminablemente… Ella camina siempre hasta cuando ya duermen los otros».Amén de sus enajenaciones: «Donde estaba su casa sigue/ como si hubiera ardido».O la sin razón que imponen las cárceles, aquella que padece la «Mujer del prisionero»: «Yo tengo en esa hoguera de ladrillos,/ yo tengo al hombre mío prisionero …»En su poema de la «Naturaleza», habla -así era siempre- de sí misma como parte de la arboleda del mundo. «Mi pecho da al almendro su latido/ y el tronco oye, en su médula escondidos mi corazón como un cincel profundo».El árbol es su hijo.Y vuelta «al desvarío».Y a la guerra insensata que trajo la caída de Europa.No acepta a Hitler.Siente como suya la muerte en Finlandia.Condena a Stalin.La Segunda Guerra Mundial es un luto personalísimo.Eterno luto.Pasan los años.Y escribe «Aniversario» por Yin-Yin. «Todavía somos el tiempo… sin saber tú que vas yéndole/ sin saber yo que no te sigo … »Alone afirma que Gabriela Mistral «tiene la palabra siempre lenta, pero segura.Y larga.No se cansa uno de oírla».Quería a su Elqui, pero no quería a Chile:La apoteosis de Gabriela Mistral permitirá decir sobre ella ciertas verdades, particularmente una, que antes habría debido dejarse en silencio: más allá de cualquier crítica hállase fuera de todo posible daño: los altares son intangibles.Digámoslo, pues, sin reticencias.Gabriela Mistral no amaba a Chile.Amiba su Monte Grande natal y, por extensión, el Valle de Elqui, el campo y la montaña, la gente montañesa y campesina, sus días infantiles […]. Este hecho presentido por muchos, que solían lanzarle como acusación de ingratitud, algunos pudieron comprobarlo personalmente y lo escucharon, no sin violencia, de sus propios labios.Amaba singularmente la tierra de Sarmiento (sin Perón), y don Andrés Bello nunca le inspiró bastantes consideraciones … (221)Mujer más individual que inexplicable o extravagante; tras la rumia de una mente atormentada, alimentada por el ir sumando muchas iras, sinsabores y enojos ante desaires y «desconocidas», anhelante de esconder algún secreto o pecado capital, ansía iniciar una existencia distinta en otra tierra, como para intentar un nuevo camino.Así -se ha visto- decidió abandonar su patria y convertirse para siempre en una chilena vagabunda.Esta autodesterrada, quien decidió sentenciarse voluntariamente a exilio perpetuo, anotó por sí misma en su libro de bitácora la pena del ostracismo, sin revocarla jamás.Deambuló de un país a otro, con escasos y brevísimos retornos.Desde su salida a México vivió virtualmente toda su vida en el extranjero.Sin embargo, estuvo condenada a transportar siempre dentro de sí en el país que había dejado.La estampa de una maldición bíblica.Ella fue Caín y Abel, juntos.Dondequiera que vayas, pese a todas las distancias, tu alma seguirá estando dentro de la tierra que abandonaste.Y hablarás sobre ella interminablemente, como un tema venturoso o torturante que no te dejará nunca en paz, volviendo por la mañana y por la noche a reiterarlo en variaciones infinitas o con majadería quijotesco.Así, como otros desterrados de Chile, como los jesuitas Ovalle o Lacunza en la época colonial, sentirá en medio del corazón y en las circunvoluciones cerebrales esa herida que nunca se cierra, por donde manan el recuerdo, la nostalgia, la execración del solar querido Y odiado.Ella adora su tierra y tiene poca confianza en el hombre.No los meterá a todos en el mismo saco del desliz original, de la inmundicia del alma.Perdonará a los niños, a los limpios de boca.Morirá en suelo ajeno como su admirado Alighieri.Lo reverencia porque escribió un libro que le hubiera gustado escribir a ella, donde castiga con tormentos en diversos círculos del infierno a sus enemigos personales y a las abominables categorías de individuos falsos y deleznables, traidores, mercenarios y maledicentes.Nunca remitió la pena que impuso a los lenguaraces de su país.No les concedió indulto.Aborreció a los hombres malandrines.También quiso a otros.Pero sobre todo amó su territorio quebrado.Gastó mucho ojo, pulso y lápiz de mina en describirlo.En verdad se trata de una tierra estrafalaria.Benjamín Subercascaux la llamó «loca geografía».Más que un país es una playa.Al fondo la cordillera y en plano inclinado hasta el mar, delgado como una lanza, flaco como un hombre famélico, que está en los huesos, como recién salido de un campo de concentración o de las hambres de Biafra.Al sur se hace pedazos, atomizado en archipiélagos, o se extiende por una deshabitado Patagonia donde el personaje principal es la nieve, punteada alo lejos por rebaños de corderos, por estancias perdidas o por pequeñas ciudades del fin del mundo donde a la noche blanca sucede una noche de tinta negra, en las huracanadas vecindades del Polo Sur.Pero ella, para su fortuna, es nortina media, nota, del Norte Chico.Porque el Norte Grande sería la otra cara de la desolación, el desierto del Tamarugal, que se parece al Sahara.Oriunda de unos valles transversales de transición, donde el desierto se suaviza, acaba y deja paso a la faz amable de la naturaleza, ella la reconocerá más frutal, pero sin perder lo que llama «sobriedad austera del paisaje, un como ascetismo ardiente de la tierra».Sostiene que esa área ha dado a la raza sus tipos más vigorosos.Después el panorama insiste en la acogida benévola.La agricultura extensiva confiere color verde a la tierra, pero las ciudades mayores se vuelven grises, acumulando asfalto y muchedumbres.En la capital se concentra un tercio de la población y en la zona central, tres cuartos de todos los chilenos.Más allá se impone el imperio de la lluvia y de la selva oscura, lo que ella denomina el trópico frío.Le sale al recuerdo el pequeño y diferenciado territorio patrio con su figura de hilo extendido de norte a sur a lo largo de más de cuatro mil kilómetros.En relación a los gigantes del globo, su dimensión física es reducida y su población exigua.Ella se resiste a aceptar esto como un signo de inferioridad.Si el tamaño del suelo es menguado, el porte de su voluntad -murmura, dando rienda suelta a un orgullo rara mente dicho- o la «índole heroica de su gente» es mayor.Se consuela diciendo que la casa chica tiene una puerta grande: el mar.*Fuente: Teitelboin, Volodia. Gabriela Mistral Publica y Secreta. Santiago de Chile: Ediciones Bat; 1991 Notas
148, Ibid., «El costado desnudo», pág. 41
221.Hernán Díaz Arrieta (Alone), Interpretación de Gabriela Mistral, Anales de la Univ., pág. 15.
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