Gino Bogani cumple 78: el dandy que creó el look de las divas más grandes y aún sigue vigente
“Pibe” le decía Tita Merello, su vecina de enfrente, a Gino Bogani. Lo llamaba por teléfono de madrugada, cuando veía la luz prendida en el taller del diseñador, que no dormía hasta no tener todo listo para el desfile. Le aconsejaba que descansara, que comiera, que se fuera a dormir.
“Pensar que un día me dijo: Pibe, no te calentés, si total la ética y la estética ya no están más de moda. No me cayó bien en ese momento. Pensé que en lugar de estimularme a seguir adelante, me venía con eso. Unos meses más tarde, la cabeza me hizo un click y pensé que Tita tenía razón. ¡Imaginate esa frase adaptada al hoy! La Merello fue adelantada y muy genial.”
Bogani, que el martes 6 de octubre cumple 78 años, no para un segundo. Mientras acomoda los vestidos en los maniquíes para las fotos de Viva y coordina con Juana Viale los horarios de las pruebas, cuenta que nació en Trípoli, Libia. Allí se conocieron sus padres: un militar italiano y una argentina que estaba de vacaciones.
Cuando tenía 35 días, el bebé Bogani viajó al sur de Italia y de ahí a Florencia, la ciudad natal de su padre. Luego llegaría el viaje a la Argentina cuando él tenía 7 años: primero fue Rosario y luego Mar del Plata, donde su familia se quedó por lo menos 10 años.
Sus padres, Alma y Francesco, siempre apoyaron la inquietud artística que sintió su único hijo desde pequeño. “Ellos eran exigentes, pero no hablo de la exigencia del látigo. Cada vez que les mostraba un mapa del colegio, me decían: ‘Vos podés hacerlo mejor’ y yo lo hacía de nuevo. A los 10, 12, ya tenía ese amor propio de querer hacerlo todo mejor”, recuerda.
Y vaya que lo hizo mejor. Dejó Mar del Plata, donde dio sus primeros pasos en el diseño junto a su madre, en una boutique que tenían. Hasta allí llegaban las compradoras de las tiendas Harrods, en búsqueda de unos suéteres que hacía quien se convertiría en el niño mimado de la moda argentina. Ya en Buenos Aires, fue el primer diseñador con categoría de celebridad en nuestro país.
-¿Te acordás la primera vez que tomaste unas tijeras?
-Perfectamente. Tenía apenas 17 años y estaba en Mar del Plata. Yo tenía tres modistas que me hacían las blusas con los pañuelos (uno de sus hits). Había una que era impecable: me traía los pañuelos con los dibujos combinados a la perfección y yo, que soy obsesivo, me parecía brutal. Pensé que todas harían lo mismo, pero muchas veces cortaban y la mejor parte del dibujo quedaba en la sisa y no se apreciaba. Entonces, mi mamá, que pensaba que yo podía hacer de todo, me dijo: “Cortalas vos”. Y ahí empecé, cortando los pañuelos de 90 por 90. Y luego me compré una tijera de corte y es la que sigo teniendo. Mi tijera favorita tiene más de 45 años, se llama “Silver shadow”. Nadie la puede tocar.
-¿Cómo siguió la historia?
-Cuando llegué a Buenos Aires no quería saber nada con la moda. Me interesaban el teatro y el cine. Hasta que pusimos una boutique con mamá, enfrente a nuestro primer departamento en Barrio Norte. Llevaba el nombre de mi madre: Alma. Entonces me empezaron a invitar a los programas de tele, como los que conducían Blackie, Antonio Carrizo, Cacho Fontana, o a Buenas tardes mucho gusto... Iba no como Gino Bogani, sino como el joven que hacía la ropa de esa boutique. Luego tuve mi local donde hoy hay un anticuario, en la entrada del hotel Alvear.
-Pero ahí ya eras Gino Bogani.
-Silvia Albizu, una mannequin top de los años ‘70, me dijo que tenía que ponerle mi nombre. Y lo hice. Mi madre también lo quería. En esa época ya era conocido: hacía desfiles desde el ‘68, pero no quería quemar mi nombre en la moda por si luego terminaba siendo actor (risas).
La fama
El nombre de Gino Bogani se fue haciendo cada vez más conocido entre el jet set local. Las mujeres de la alta sociedad morían por sus diseños. Los desfiles eran una performance, en cuya primera fila estaban sus clientas más famosas: Susana, Mirtha y la Borges, su “hermana de la vida“ como él la define. Luego se mudó a un petit hotel en la calle Rodríguez Peña, a mediados de los años ‘70, en donde desde entonces vive y atiende a sus clientas.
-¿Pensaste en ese momento que te convertirías en el gran maestro de la alta costura argentina?
-(Tajante) ¡De ninguna manera!
-Cincuenta años después seguís ocupando el mismo lugar. Dicen “Bogani” y hay que ponerse de pie.
-¿Te digo algo? Ultimamente me pasa que a raíz de estar en la tele vistiendo a Juana (Viale), noto que se mira mucho mi trabajo pasado y realmente me siento muy orgulloso de lo que he hecho. Hay ciertas cosas que hasta me había olvidado. Es tal la cantidad de vestidos, de trajes, de tapados, de vestidos de novia que hice... Y aún tengo la sensación de que me faltan hacer muchas cosas más. Me siento muy feliz conmigo mismo, y ojo que no es vanidad. Antes no me sentía así.
-¿Y por qué te pasa esto ahora? Hay generaciones nuevas que me están descubriendo.
.Quizás escucharon mi nombre, que soy un señor que hace moda... Las chicas de 20 o 30 años no han podido ver nada mío.
-¿Y te gusta este descubrimiento millennial que se refleja en redes?
-Absolutamente. Me gusta porque si les gusta lo que hago, quiere decir que mi estilo sigue vigente.
-Vestiste a Mirtha Legrand. Le hiciste el vestido de novia a Marcela Tinayre. Ahora llegó Juana, a quien vestís desde hace más de tres meses... Toda una saga familiar.
-Juana me llamó el domingo 24 de mayo a las 9 de la mañana y me dijo si me interesaría vestirla. Le dije que sí: es divertida y moderna. Nos entendemos con la mirada nada más. El otro domingo terminó bailando con el vestido y estaba feliz. Y una noche, hizo tantos giros con un vestido largo con cola que parecía que iba a salir volando... Adoro vestirla.
-Cuando se la ve en la tele, parece que entra en un trance.
-¡Entra! Y no sabés lo que se divierte en las pruebas. Ella desfila el vestido, se le iluminan los ojos, hace de todo. Yo le doy algunos consejos porque soy insoportable, pero los resultados se empiezan a ver. A mí me interesa que se sienta cómoda. Le estoy haciendo cosas que le gustan. Es la clave para que ella lo disfrute y lo transmita. Y la gente lo nota. Me dejan mensajes divinos en las redes sociales.
-¿La mujer es la que elige el vestido o el vestido a la mujer?
-Una mujer que se hace un vestido tiene que lograr que ese vestido la haga sentir bien, valorizada, estupenda. Si ella se siente así, va a estar con una actitud de seguridad. Y yo sé qué vestido es para cada una. A los vestidos hay que entenderlos y eso es lo que le pasa a Juana, y por eso los luce como los luce.
-¿Tus clientas, las “mujeres Bogani”, lo entienden así también?
-Hay clientas que vienen con pedidos de colección. Otras te dicen que vienen a probar y sólo les importa cómo se ven. Hay que ponerse siempre los colores que le quedan bien a cada persona. Hablo de todo esto con ellas, las hago entrar en un túnel para que se encuentren con ellas mismas. Hay mujeres que no se valorizan. Yo las ayudo a que lo descubran.
-La moda argentina te considera el primer diseñador con categoría de celebridad. ¿Lo sentís así?
-Cuando empecé, sólo había casas de alta costura muy importantes como Greta, Vanina, Carola, Jacques Dorian, por nombrar a algunas. Pero muchas de esas casas compraban los patrones acá o en Europa, e incluso hasta los compartían (salían como 2.000 dólares), algo que las clientas sabían. También estaban los diseñadores que hacían vestuario para el cine, como Horace Lannes.
-¿Cuál fue tu aporte específico?
-Yo creo que lo que hice fue romper con todos los tabúes: trabajé con todos los colores juntos, mezclé texturas y estampados cuando nadie lo hacía. Creo que de alguna manera dignifiqué la moda, al trabajador de la moda, al “modisto”, palabra que detesto. En ese entonces había más boutiques conocidas, y más tarde comenzaron a aparecer los diseñadores, todos después de mí. Y me fui convirtiendo en un personaje porque salía en las revistas. Tenía mucha vida social, iba a la televisión: fue un todo.
-¿Te sentís un ícono?
-No, me siento muy orgulloso de lo que hice y de lo que hago. Sentirse un ícono es como si lo hubiera hecho todo y a mí me queda mucho por hacer.
-¿Hay algún diseñador internacional con el que te sientas identificado?
-Me identifico con personalidades más artísticas, como un Yves Saint Laurent o con un Valentino. No, en cambio, con un Oscar de la Renta o una Carolina Herrera. A Giorgio Armani lo admiro: siempre fue dueño de su marca. Igual, es imposible comparar los mercados. Afuera es completamente diferente: Gianni Versace en su momento tuvo sus inversores, Karl Lagerfeld tenía a Chanel detrás. Prefiero los artistas. Geoffrey Beene me encantaba.
-¿Cuánto influyeron en tu éxito las mujeres famosas?
-No sé si influyeron en mi carrera, fueron más influyentes como amigas, te diría. Siempre fue muy positivo para mí estar cerca de ellas y Graciela Borges ha sido mi musa. Pero también me he sentido influenciado por las mannequins. Puedo nombrarte a Silvia Albizu, Mora Furtado, Mariana Arias, Ginette Reynal, Delfina Frers, Ethel Brero... y tantas más que adoro. Pensaba en ellas para hacerles los vestidos. Recuerdo el vestido de novia colorado que le hice a Mariana, que la transformó en mannequin-vedette. Cinco años más tarde, lo hizo Versace y de su vestido habló el mundo (risas).
-¿Es cierto que Susana Giménez y Carlos Monzón causaron una revolución en un desfile tuyo?
-Es cierto, pero fue en un cóctel que di cerca del verano. Creo que esa fue la primera foto social juntos de ellos como pareja. Carlos llegó impecablemente vestido y Susana estaba fabulosa, con un vestido de tul negro con pailettes. Me acuerdo de que las mujeres lo miraban mucho a Monzón, querían tocarle el brazo para ver si era humano.
-¿Alguna vez te arrepentiste de no haberte ido del país?
-Tuve dos oportunidades, una en Europa y otra en los Estados Unidos, pero las cosas se dieron para que me quede en mi país. Estoy muy contento: acá siempre me han estimulado, me han apoyado. A mí me gusta producir algo en la gente y lo he logrado. Por ejemplo: cambié los horarios de presentación de colecciones para más tarde de lo habitual, así los maridos de mis clientas podían estar.
-¿Sos el mas caro?
-Esa historia me ha perseguido toda mi carrera. En la alta costura hasta el vestido negro más simple tiene un trabajo detrás que a simple vista no se ve. Influyen las telas que se usa, las terminaciones artesanales, cómo están forrados, la mano de obra. ¿Por qué un Mercedes salió siempre más que un Fiat 600? A veces me entero que venden cosas de poca calidad más caras que las mías y me molesta. Como eso de valorar siempre más a lo de afuera. Si es Gucci o Prada, las mujeres pagan sin chistar. Lo de afuera parece que siempre se valora más, lamentablemente.
-¿Te sentís un clásico para todas las generaciones?
-Lo que importa es quién se pone la ropa. Si la chica de 17 tiene espíritu de moda, lo sabe llevar. Antes las mamás las acompañaban a hacerse primero su vestido de 15 y luego el de novia, vivían todo el proceso. Ahora eso no existe más.
-Vestiste a Tini Stoessel, que es parte de esta generación que mezcla un saco de alta costura con zapatillas. ¿Cómo te llevás con las nuevas estrellas?
-Vestirla a ella me pareció fantástico. Todo para mí es muy estimulante. Si no lo sintiera así, dejaría de trabajar. Sigo porque me gusta y me divierto. Lo hago por la adrenalina que me genera.
Primavera con pandemia
El gran tema de 2020 es qué va a pasar con cada actividad. ¿Cómo le pegó a Bogani este año inaudito? “Yo creo que hubo un cambio muy importante cuando fue la caída de las Torres Gemelas”, asegura.
“Hasta ese momento, hacía equipos para mujeres que llegaban bien vestidas para volar a París o Nueva York y para cuando volvían de ese vuelo. ¿Te imaginás eso hoy, que hay que desvestirse entero en los aeropuertos? La vida cambió tanto... Antes del Covid, la moda vivía con mucho vértigo: cada semana sacar un producto nuevo. ¡Era una locura! Ya no hay más un estilo. Ahora te ponés un traje de baño con una calza laminada y un saco oversize y estás perfecta. Antes un look duraba dos años, hoy ni siquiera dos meses".
-Con la cuarentena se puso de moda cocinar. ¿Cocinás?
-A veces. Cuando a las tres de la mañana tengo hambre, bajo y me hago dos súper huevos fritos. Pero no le dedico tiempo al asunto. Prefiero más preparar una buena mesa y que me cocine otro.
-¿Qué cosas te gusta disfrutar con el dinero que has ganado o que ganás?
-En este momento, más que disfrutar, trato de ver cómo hago para conseguir dinero para pagar todo lo que tengo que pagar. Hasta racionalizo los ramos de flores que se compran en casa. Pero más allá de eso, disfruto mucho de viajar. Me muero de ganas de ir a Cefalú, en Sicilia, que no conozco.
-¿Te enamoraste perdidamente?
-Sí y fui correspondido siempre y así también me han dejado (risas). Todavía me llaman los herederos de un gran amor que tuve y eso me encanta. ¿Cómo podés vivir sin haber sentido el amor o sin haberlo sufrido?
-¿De qué te arrepentiste siempre?
-De haber postergado, pero jamás de haber pasado horas en un vestido hasta que saliera como quería. Trabajar me excita.
-¿Qué te queda por cumplir?
-Una línea de ropa de hombre. También, algún vestuario de cine interesante.
-¿Le tenés miedo a la muerte?
-No, pienso que es parte de la vida. Pero no me gustaría morir joven: tengo mucho por hacer. Tampoco me gustaría sufrir.
-¿Un deseo para los 78 que ya llegan?
-Me impresiona decir “78”, pero estoy contento. Me siento ágil, activo, entusiasmado como siempre con mi trabajo. Tengo el amor de mis amigos y es una de las cosas que, junto con mi trabajo, más felicidad me da.
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