Natación en aguas abiertas: el deporte que está ayudando a los limeños a mantenerse a flote en pandemia
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A Patricia del Río el mar siempre le dio “igual”. No la inspiraba particularmente. Tampoco era para ella una fuente de sosiego. De hecho, ha contado que nunca pasó más de dos horas en la playa, que solo tomaba fugaces chapuzones para menguar el calor de los veranos. Eso hasta un día de junio del 2020.
Porque siempre hay un día en todas las grandes historias.
Habían transcurrido los tres meses de la primera cuarentena, quizá los más duros de la vida de la periodista, cuando no pudo más con la sensación de que el planeta se había muerto. Ella fue de las pocas que no se quedó en casa para trabajar, sino que cubría desde la radio y la televisión esa inverosímil y dolorosa realidad que todavía estamos viviendo. Hoy se sabe más del virus y se entiende -o debería- cómo son las reglas del juego de una pandemia, pero entonces la incertidumbre era brutal. Comenzó a sentir que se asfixiaba con las noticias que tenía que anunciar las cifras del luto, los testimonios al aire acompañados de sollozos, los interminables obituarios de gente que conocía y que desconocía. Extrañaba a su hijo, del que se separó por temor al contagio; las calles en las que ya no se veía un alma o un carro; el tiempo avanzar. Y entonces, un día bajó a la playa Yuyos, en Barranco. No tiene claro qué la motivó, pero empezó a nadar.
“Fue increíble. Iba sola, con mi ropa de baño, me moría de frío. Pero con el tiempo fui dándome cuenta de que el mar era el único lugar donde podía llorar sin que se notara. El único sitio que me daba paz”. Su hermana surfer le prestaría un wetsuit, al que comenzó a darle duro. Eso, más un gorro y unas aletas que desempolvó de algún ropero de las épocas en que nadaba en piscina, son hasta ahora los rudimentos necesarios para que Del Río bracee diez o doce kilómetros cada jornada. Por seguridad, y porque con amigos todo es mejor, se unió a la escuela Nadar es vida y no hay foto que no le tomen -con 3/4 partes del cuerpo metido dentro del Pacífico- donde no muestre una sonrisota. Nadar en el mar durante la pandemia le ha significado, sin duda, descubrir la inagotable fuente de endorfinas que necesitaba para seguir a flote mientras continúe el temporal.
Tribus acuáticas
La natación en aguas abiertas se puede hacer de forma recreativa o competitiva. En ambos casos, esta consiste en nadar en espacios abiertos como el mar, lagos o ríos. Su origen se remonta al 3 de mayo de 1810, cuando el poeta británico Lord Byron nadó varias millas para cruzar el estrecho de los Dardanelos, desde Europa hasta Asia.
Los desafíos de la dinámica no son pocos: los nadadores deben enfrentarse a los movimientos de las corrientes, remolinos u oleajes y a diversas temperaturas. Implica un gran esfuerzo físico y mental pues se lucha contra el mismo espacio natural y las distancias.
En nuestro país, la disciplina no había sido popular hasta la pandemia. Si bien en los últimos años ya se notaba un interés mayor por practicarla, ha sido con la clausura de las piscinas como medida de control para evitar contagios por el COVID-19 que esta viene pescando muchos seguidores. Así, hay quienes se lanzan al agua solos, en grupos que se han formado orgánicamente en las orillas o en escuelas.
Algo similar sucede con nadadores más experimentados. Ellos entrenan de forma individual o colectiva, para desafíos profesionales nacionales -como la mítica ruta Olaya en la que, anualmente y por 22 kilómetros, se nada de Chorrillos a La Punta- o competencias internacionales. De hecho, por ejemplo, el Perú cuenta con la Selección Nacional de Natación categoría Aguas Abiertas, dirigida hoy por una leyenda del gremio, María Isabel Barragán.
Muchos de estos últimos ven con alegría el aumento de gente entusiasmada con la práctica de sus amores, aunque solo hacen un pedido a los nuevos cardúmenes: continuar con los protocolos de bioseguridad para evitar contagios. Como se sabe, el agua no es un agente transmisor de Covid-19, pero sí es riesgosa la poca distancia social o la falta de uso de mascarillas en la orilla. Por lo demás, bienvenidos sean.
Océano de emociones
“Cada pequeño desorden en mi nado fue, luego, una gran victoria mental. Vencer el pánico de nuevo, la ansiedad, el miedo que nos paraliza. Si alguien me hubiese dicho que en pandemia descubriría o rememoraría cosas como estas, no le hubiese creído. Como tampoco hubiese creído que, nadando, aprendería a entender el peso de la respiración en mis días. Tan simple y secreta, tan frágil y a la vez potente”.
Las líneas que preceden a estas las escribió el periodista Beto Villar en una cuenta de Instagram que acaba de abrir: @enaguasprofundas. Allí documenta, con fotos y testimonio, la revolución personal que viene siendo para él nadar en el mar desde hace poco más de un mes. Un día empezó motivado por un amigo y ahora bracea tres veces por semana, solo, absorto de los cambios emocionales que se le van revelando.
“La pandemia me empujó al mar. Ha coincidido con una serie de cambios espirituales fuertes que me estoy impulsando a hacer, trabajar en cosas que pienso que no puedo. Ser, por ejemplo, más resuelto. Le di la oportunidad y no puedo estar más contento”, le cuenta a Somos. Agrega que lo que le sigue sorprendiendo es que los limeños, teniendo el privilegio de vivir tan cerca del océano, no lo aprovechemos. “A mí me costó 39 años darme cuenta de que tenía esta enorme piscina natural gratuita para mí”. Como a Patricia del Río, Villar confirma el efecto catártico que practicar este deporte puede provocar. “Me ha pasado que, estando a 200 metros de la orilla, he volteado a ver la ciudad y he empezado a llorar. Es como una descarga de tristeza por todo lo que viene ocurriendo este año, en general. Desahogas. Además, claro, de tener la chance de observar Lima frente a ti, desde esa perspectiva. Eso es una maravilla”.
Nuevas olas
No hay ‘trucha deprimida’, dice Patricia Woyke (64), deportista de toda la vida y cabeza de ‘Las truchas’. Un día, el 5 de junio, después de la primera cuarentena, ella y otras siete amigas que se ejercitaban en una piscina bajaron la Costa Verde buscando el agua negada de las academias de natación. Todas tenían miedo, al principio no se alejaban de la orilla. Sin embargo, volvió a suceder. Cada brazada era el olvido momentáneo, el cuerpo inyectándose de energía. La calma. Hoy ya son 50. “Esto a todas nos ha cambiado la vida y la manera en que afrontamos la pandemia. Entras al mar, sales y, así tengas el día más duro, pones el pecho”, relata la ex ciclista.
En setiembre se aburrieron de ir y venir de una playa a otra y ansiaron distancias más largas. “No podíamos adentrarnos sin protección, así que un día le pregunté a un pescador que siempre veíamos si nos podía acompañar los sábados en travesías más demandantes. La idea era llevar agua, comida o recoger a alguien si fuera necesario. Se llama Édgar Pandal, pero le decimos de cariño ‘Superman’, porque así se llama su bote”. Con él se van desde Pescadores (Chorrillos) a la cueva de la Herradura, a la Chira, a la Rosa Náutica, a Peña Horadada, a la isla San Lorenzo. Son rutas entrañables contra las mareas, las malaguas, las preocupaciones y las tristezas. Y, en cada una, pura epifanía//.
UN BÁLSAMO TAMBIÉN PARA LOS MÁS EXPERIMENTADOS
El odontólogo Eduardo Collazos nada desde hace doce años en mar abierto. “Este año ha sido el más terapéutico”.
Hace 12 años que el nadador y odontólogo Eduardo Collazos (49) se mueve con pericia en aguas abiertas, ya sean peruanas o foráneas. Su asombrosa experiencia incluye haber cruzado el estrecho de Gibraltar (2014), el canal de la Mancha (2019) y haber braceado alrededor de la isla de Manhattan (2018). En nuestro país ha completado la icónica travesía ‘Ruta de Olaya’ nueve veces. Durante más de una década ha nadado frente a la Costa Verde, de ahí que asegura que desde hace dos años comenzó a observar mayor interés en la práctica de este deporte. Sin embargo, añade, este se ha ido incrementando exponencialmente con la pandemia, a raíz de la clausura de las piscinas. “Es algo impresionante, hay mañanas que encuentras tantas personas en ciertas playas que bien valdría poner un semáforo en un bote para que no se choquen entre sí”, bromea el deportista, quien hoy pertenece al fogueado grupo Perú Swimmers y a otro llamado Los Marlines. “Y entiendo por qué sucede este fenómeno. Con todo el tiempo que yo vengo haciendo esto, sin duda te digo que el océano ha sido vital el último año. Para mí y muchos conocedores del tema. De no haber podido nadar diariamente me hubiera vuelto loco. Esto ha sido un bálsamo para poder tolerar los tiempos difíciles que aún seguimos teniendo”, revela. Collazos, que se prepara ahora para nadar de noche desde la costa de Los Ángeles hasta la isla Santa Catalina (ocurrirá en 80 días), recomienda a todo el que viva cerca al mar a vencer el miedo y adentrarse. La pasión llegará por sí sola.//
BRAZADAS CURATIVAS
LO NECESARIO PARA EMPEZAR
- El nadador Eduardo Collazos sugiere, primero, haber aprendido a nadar antes en una piscina, por un tema de seguridad.
- Explica que el equipo básico consta de un gorro, lentes, aletas, un wetsuit (traje de neopreno), una boya (para ser visto y para flotar cuando sea necesario. Ver foto). Hay algunas con compartimentos impermeables para guardar pertenencias.
- Sugiere, además, el uso de un reloj con GPS (ver foto) que provea de información sobre tiempo, distancia, número de brazadas, temperatura del agua, etc.
- Finalmente recomienda iniciar la práctica en un grupo, no solo (a). Junto a otras personas se aprende y todos se protegen mutuamente.
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