La huida de EE.UU. de Afganistán envalentona a la yihad mundial
Cuando un nuevo presidente estadounidense toma posesión de su cargo, los dirigentes de los demás países compiten por ser los primeros en hablar con él. Cuando los talibanes tomaron el control de Kabul, hubo una carrera similar para hablar con Abdul Ghani Baradar, la cara pública de la dirección del grupo militante afgano. El ganador fue Ismail Haniye, dirigente de Hamás, el grupo islamista que controla la franja de Gaza. Según la información facilitada en el sitio web de Hamás sobre la llamada, Haniye felicitó a Baradar por su victoria contra la "ocupación estadounidense" de Afganistán. Será, según dijo, "el preludio de la desaparición de todas las fuerzas de ocupación, entre las cuales sobresale la ocupación israelí de Palestina". Baradar, por su parte, respondió deseando a Hamás "la victoria y el empoderamiento como resultado de su resistencia".
Esos cumplidos diplomáticos se vieron acompañados de desbordadas celebraciones por parte de otros yihadistas. En la provincia siria de Idlib ocupada por Hayat Tahrir al Sham, un grupo que se considera vinculado a Al Qaeda, la organización que cometió los atentados del 11 de septiembre de 2001, los combatientes celebraron un desfile y repartieron baklavas por las calles. En los distritos del sur de Somalia controlados por Al Shabab, otra filial de Al Qaeda, se anunciaron tres días de festejos. En las redes sociales, yihadistas de todo el mundo compartieron memes celebrando la victoria de los talibanes y, en especial, un montaje de la famosa foto realizada por Joe Rosenthal de los marines estadounidenses izando la bandera en Iwo Jima.
Estados Unidos y sus aliados invadieron Afganistán el 7 de octubre de 2001. Osama bin Laden, el cerebro de los atentados del 11 de septiembre, residía en ese país bajo la protección de los talibanes, que también proporcionaban instalaciones de entrenamiento a sus seguidores de Al Qaeda. Estados Unidos exigió a los talibanes que lo entregaran; éstos se negaron. Pocas semanas más tarde, eran expulsados de Kabul por las fuerzas antitalibanes con la ayuda de la aviación y las fuerzas terrestres estadounidenses.
Desde entonces, Estados Unidos no ha sufrido, ni de lejos, un ataque terrorista de la misma magnitud. Y, en tanto que fuerza organizada y organizadora, Al Qaeda es una sombra de lo que fue. Osama bin Laden está muerto; fue abatido en 2011 en Pakistán, donde se había refugiado. El temor a un final similar, llevado a cabo por drones o fuerzas especiales, obliga a sus sucesores a vivir en la clandestinidad, lo cual complica enormemente sus operaciones. Ayman al Zawahiri, el egipcio que se convirtió en jefe de Al Qaeda tras la muerte de Bin Laden, lleva casi un año sin aparecer en público por miedo a ser asesinado o porque ya lo ha sido. Aunque algunas organizaciones afiliadas como Al Shabab han celebrado la victoria de los talibanes, la organización central de Al Qaeda no ha dicho ni una palabra.
A pesar de ello, el violento islamismo yihadista del que fue pionera esa organización no ha sido derrotado. Las filiales de Al Qaeda y otros grupos yihadistas no sólo se muestran activas en conflictos activos en Pakistán y Oriente Medio, sino por todo el Sahel y en la India, Indonesia, Malasia, Tailandia y Filipinas. No todos los que adoptan esa denominación se ven realmente como parte de una lucha global; muchos se centran en los "enemigos cercanos" más que en el "enemigo lejano" de Estados Unidos y sus aliados occidentales. Sin embargo, también las luchas contra los enemigos cercanos provocan sufrimiento, destruyen los medios de vida y obligan a la gente a abandonar sus tierras y a convertirse en refugiados. Alimentan la inestabilidad.
Aparentemente, la capacidad de organizar atrocidades como el 11-S se ha reducido gracias a la mejora de la inteligencia, la presión sobre las finanzas y un martilleo de incursiones y ataques con drones. A pesar de todo, las doctrinas yihadistas siguen inspirando atentados por parte de yihadistas solitarios en Estados Unidos y Europa, aunque ya no al ritmo visto a mediados de la década de 2010. Además, la lucha contra el yihadismo lleva o sirve de pretexto a todo tipo de abusos contra los derechos humanos; sobre todo, en China occidental, donde se utiliza como justificación para la opresión sistemática de los uigures y otros grupos mayoritariamente musulmanes.
A medida que se extendía la ideología yihadista, los países occidentales han ido enviando soldados, asesores y dinero a cada vez más lugares. El contraterrorismo y la "lucha contra el extremismo violento" se han convertido en sectores mundiales. En 2020, Estados Unidos tenía 7.000 soldados activos desplegados en una docena de países africanos, además de misiones de entrenamiento en otros 40, con el islamismo militante como objetivo predominante.
No cabe duda de que la vuelta al poder de los talibanes es el momento más sonado para los yihadistas desde que el Estado Islámico aprovechó la desafección suní para crear en 2014 un "califato" en el oeste de Irak y el este de Siria. Ese hecho sirvió de inspiración para la realización de atentados en Europa e Indonesia. La actual victoria es, en cierto modo, mayor. Por primera vez desde la derrota de la Unión Soviética en Afganistán ocurrida en 1989, los islamistas han arrebatado un país a una superpotencia. "Todo el mundo está diciendo: vaya, si esos tipos pueden hacerlo, nosotros también", afirma David Kilcullen, antiguo soldado y experto en antiterrorismo en UNSW Canberra, la academia militar de la Fuerza de Defensa Australiana. "Están deslumbrados, asombrados e impresionados por lo que han conseguido los talibanes", afirma Mina Al-Lami, que sigue los medios de comunicación utilizados por los islamistas violentos y también los no violentos para BBC Monitoring.
Lo que eso signifique en la práctica dependerá de cómo se desarrollen los acontecimientos en Afganistán, cómo se traduzca la inyección de moral en victorias sobre el terreno y cómo respondan los países contra los que se dirigen los yihadistas.
Hace frío fuera
El islamismo militante no nació con los talibanes y Al Qaeda. Sus orígenes intelectuales se remontan a las décadas de 1950 y 1960, cuando los radicales de Egipto empezaron a desarrollar una nueva ideología basada en el rechazo al socialismo, el capitalismo y los regímenes nacionalistas laicos influidos por ellos. Sayyid Qutb, dirigente de los Hermanos Musulmanes de Egipto, se convirtió en el gran teórico del movimiento. En Estados Unidos, hasta donde había huido huyendo de la atención de la policía secreta egipcia, se radicalizó como consecuencia de su repulsa a la moral y las costumbres sexuales de los estadounidenses, que representaban "el nadir del primitivismo". Su principal razón era la idea de que los musulmanes se veían maltratados por los regímenes de sus propios países, que imitaban el materialismo de otros países irreligiosos.
Qutb fue ejecutado por las autoridades egipcias en 1966; la organización de los Hermanos Musulmanes que él había reformado se propagó a diversos países, a menudo en la clandestinidad. Sin embargo, en el Afganistán de la década de 1980 ocupado por los soviéticos, sus ideas adquirieron una nueva forma y trascendieron la idea de una resistencia a regímenes concretos para convertirse en una lucha armada mundial conocida a veces como yihadismo salafista.
La invasión llevada a cabo por la Unión Soviética en 1979 hizo que cientos de combatientes de todo el mundo musulmán se dirigieran a Afganistán para unirse a los muyahidines, o "combatientes en la guerra santa". Uno de ellos fue Bin Laden, un joven saudí que había heredado una fortuna de la empresa de construcción de su padre y que había estudiado con el hermano menor de Qutb, Mohamed. Otro, Aden Hashi Farah Aero, uno de los fundadores de Al Shabab. También estuvo allí Abdelmalek Droukdel, uno de los fundadores de Al Qaeda del Magreb Islámico, grupo que lucha en Níger y Malí; al igual que Abu Musab al Zarqawi, uno de los fundadores de lo que llegaría a ser el Estado Islámico. Todos ellos vieron en Afganistán en los inicios de una yihad que acabaría conduciendo a una existencia más auténtica y pura en la sumisión a Dios
Su origen y su fe comunes, así como la adopción compartida de un objetivo elevado y unas tácticas bárbaras, no hacen de los yihadistas del mundo un frente unido. Los combatientes de Irak que fundaron el Estado Islámico lo hicieron porque consideraban que Al Qaeda era demasiado blanda: la rama afgana del Estado Islámico lleva años sumida en una acerba guerra con los talibanes en el este de Afganistán. Ha sido uno de los pocos grupos islamistas que no ha expresado su admiración tras la caída de Kabul; por el contrario, han denunciado a los talibanes por ser, en la práctica, lacayos de los estadounidenses. El boletín del grupo, Al-Naba, se ha mofado diciendo que "el apoyo al islam no entra en los hoteles de Qatar ni en las embajadas de Rusia, China e Irán", en referencia a las oficinas políticas de los talibanes en Doha y a sus relaciones con los Estados infieles.
La animosidad es recíproca. La única ejecución admitida por los talibanes desde su toma del poder ha sido la de Abu Omar Jorasani, cabecilla del Estado Islámico del Sur de Asia. Pero el Estado Islámico es un caso atípico. Kilcullen no está solo en sus temores de que los talibanes vuelvan a permitir que Afganistán se convierta en una base para otros yihadistas. En el acuerdo negociado en 2020 con Estados Unidos en Doha, los talibanes prometieron rechazar Al Qaeda y su misión internacional. Nunca lo hicieron. Según una estimación de la ONU, en el país puede haber entre 400 y 600 miembros de Al Qaeda, muchos de ellos amparados por los talibanes.
Sirajuddin Haqqani, número dos de los talibanes, dirige una unidad semiautónoma especialmente brutal llamada red Haqqani que, entre otras cosas, solía servir de contacto de Al Zawahiri con los talibanes. (Si el dirigente de Al Qaeda aún está vivo, es muy posible que siga haciéndolo). Los miembros de la rama Haqqani se han destacado por patrullar Kabul desde que cayó en manos de los militantes.
Semejantes vínculos no significan que Al Qaeda pueda pavonearse impunemente de estar reconstruyendo sus operaciones. Es poco probable que los talibanes quieran que nadie empiece a planear atentados contra Estados Unidos o Europa, y menos aún de forma inmediata. "Por ahora, Al Qaeda se mantiene al margen debido a las órdenes de los talibanes afganos", afirma Asfandyar Mir, de la Universidad Stanford. Sin embargo, el cambio de régimen afgano podría extender la yihad a objetivos cercanos.
Pakistán constituye una preocupación especial. Tehreek-e-Taliban Pakistan (TTP), grupo yihadista formado por quienes suelen ser llamados los talibanes paquistaníes, libró en ese país una guerra salvaje entre 2007 y en torno a 2014, cuando fueron empujados en su mayoría de vuelta a Afganistán. Tras un período de recuperación y reagrupamiento, el TTP, muchos de cuyos miembros están afiliados a Al Qaeda, ha intensificado últimamente sus actividades con 120 atentados en Pakistán el año pasado y 26 en julio pasado. El regreso de los talibanes al poder en Afganistán ha envalentonado al TTP, que podría verse a partir de ahora mejor abastecido.
El gobierno pakistaní lleva mucho tiempo apoyando a los talibanes de diversas maneras y acogerá con satisfacción el debilitamiento de la influencia india en Afganistán anunciado por el regreso de ese grupo al poder. Los militantes a los que apoya en la Cachemira administrada por la India quizá resulten reforzados por combatientes afganos que penetran por el Hindu Kush. El 23 de agosto, el presidente del partido del primer ministro paquistaní Imran Khan dijo en la televisión que "los talibanes dicen que están con nosotros y que vendrán a liberar Cachemira para nosotros". Aunque un TTP renovado supone un problema, es probable que Pakistán piense que puede mantenerlo bajo control mediante la presión diplomática y económica. Afganistán depende de Pakistán para muchos productos importados. De todos modos, ahora que los talibanes han vuelto al poder, quizás consideren que necesitan menos a Pakistán.
Menos probable parece un flujo directo de material o soldados desde Afganistán hacia conflictos situados más allá de Asia meridional. Por más que hayan sido fundadas por hombres que lucharon en Afganistán, las filiales de Al Qaeda en África y Oriente Medio tienen hoy menos vínculos directos con ese país. Viajar a Afganistán o desde él resulta más difícil que en la década de 1990, afirma Aaron Zelin, del Washington Institute, un centro de estudios estadounidense, y más difícil que viajar a Siria durante el momento álgido del Estado Islámico.
Dunas y condenas
De todos modos, aunque no conduzca a un apoyo directo de los talibanes, la salida de Estados Unidos de Afganistán supondrá una enorme inyección de moral para los yihadistas. Y eso puede ser especialmente cierto en los conflictos en los que participan agentes externos junto al bando gubernamental. Seguid luchando, dice la lección, y al final los extranjeros se rendirán y se irán, aunque lleven ahí muchas décadas. Y entonces ganaréis.
Quizás estén en lo cierto. En junio, el presidente francés Emmanuel Macron prometió que las fuerzas francesas desplegadas en el Sahel, la región definida por el límite meridional del desierto del Sáhara, no permanecerían allí "eternamente". Ese despliegue, una misión conocida como Operación Barján, comenzó en 2013 después de que los yihadistas se apoderaran de la mitad norte de Mali. Desde entonces, los yihadistas del Sahel han mantenido ocupado al contingente francés, que ahora cuenta con 5.100 efectivos.
Estados Unidos ha tomado parte en la misma lucha. Construyó una enorme base militar en Agadez, en Níger, otro de los países del G5 del Sahel que se enfrenta a insurgentes yihadistas. (Los otros tres son Burkina Faso, Chad y Mauritania.) También ha desplegado unos 800 combatientes de sus fuerzas especiales en Somalia, donde han llevado a cabo incursiones contra Al Shabab y coordinado más de 200 ataques con drones.
En diciembre pasado, Donald Trump anunció la retirada de la mayoría de las tropas estadounidenses de Somalia. Los ataques con aviones no tripulados también se detuvieron, si bien se han reanudado este mes de julio bajo reglas de enfrentamiento más estrictas. La financiación europea para las tropas africanas en Somalia se ha recortado; Etiopía, que ocupa partes de Somalia desde 2009, está retirando soldados para luchar en su propia guerra civil en la región de Tigray. Francia ha iniciado un proceso que llevará a la reducción de Barján a la mitad y que se centrará más en matar terroristas que en proteger pueblos y ciudades. "Como africanos, nos enfrentamos a nuestra hora de la verdad en un momento en el que muchos sienten que Occidente pierde su voluntad de luchar", escribió el presidente de Nigeria Muhammadu Buhari en el Financial Times el 15 de agosto.
La retirada occidental no se realiza desde una posición de éxito. Lo ocurrido en Kabul podría repetirse en Mogadiscio. Al Shabab lleva tiempo utilizando tácticas similares a las de los talibanes, afirma Samira Gaid, directora del Instituto Hiraal, un centro de estudios sobre seguridad en Mogadiscio. Debilitan al gobierno y las fuerzas internacionales con atentados y, al mismo tiempo, dirigen (incluso en las zonas gubernamentales) un gobierno en la sombra para pagar a sus combatientes.
Al igual que los talibanes, prosperan proporcionando a los residentes un mínimo de seguridad más allá de las capacidades de un Estado fallido. Su violencia no es popular, dice Hussein Sheikh Ali, también de Hiraal, pero su eficacia es admirada. "Si un hombre en un puesto de control te da su palabra, lo consigues; si un juez de su tribunal dice algo, se cumplirá". Por el contrario, el Estado somalí, que goza del reconocimiento internacional, es considerado una y otra vez como el más corrupto del mundo.
En el Sahel más de 700 personas han sido asesinadas por Al Qaeda y el Estado Islámico en lo que va de año. El último atentado, en un pueblo de Malí situado junto a la frontera con Níger, mató a 51 personas el 8 de agosto. Ese ataque socava la afirmación de Marc Conruyt, el general francés al mando de Barján hasta julio, según la cual "las fuerzas sahelianas son [hoy] capaces de hacer frente a los grupos terroristas armados".
Peor que el antiguo jefe
Dado que los militantes tienden a reclutar a sus miembros entre las minorías tuareg y fulani del norte de Malí, los soldados del sur del país, donde los militantes están menos extendidos, suelen perfilar burdamente como sospechosos a los hombres de esos grupos. La etnia no es lo único que puede provocar un ataque. También puede provocarlo el hecho de llevar calzoncillos (la mayoría de los malienses no los llevan, de modo que es considerado una prueba de haber estado en Libia). "Conozco a personas a las cuales han matado a padres, hermanos e hijos y que luego se han unido a los militantes", dice Corinne Dufka, investigadora de Human Rights Watch, una organización benéfica con sede en Nueva York.
La respuesta al terrorismo islamista promovida por Occidente ha solido centrarse de forma excesiva en el adiestramiento defuerzas de seguridad, afirma Michael Keating, antiguo diplomático británico que ha trabajado tanto en Somalia como en Afganistán y que es ahora director del Instituto Europeo de la Paz, un centro de estudios. Sería mejor proporcionarles un espacio político en el que operar. "Se presta mucha atención al adiestramiento, las comunicaciones y todos los aspectos técnicos", añade. Pero "en realidad, si se quiere construir instituciones sostenibles, hay que asegurarse de que esas instituciones están muy bien cimentadas".
En Somalia, donde las tropas británicas y turcas han estado adiestrando a las fuerzas de seguridad, conseguir que luchen no es sólo una cuestión de que posean capacidades técnicas. Se trata de construir instituciones locales por las que merezca la pena luchar. Lo mismo ocurre con las fuerzas de defensa que luchan en los países del G5.
¿Y qué ocurre si los yihadistas tienen éxito? Pocos militantes islamistas en el mundo han logrado gobernar mucho más que pueblos y distritos rurales. Cuando se extienden más, el apoyo popular suele ser vital. Tras tomar la ciudad iraquí de Mosul, los islamistas fueron bien recibidos al principio por los residentes (suníes, en su mayoría), quienes los vieron como una alternativa a la violencia y la corrupción de los servicios de seguridad iraquíes (dominados por los chiíes). Los gobiernos apoyados por Estados Unidos o Europa tienden a la corrupción, ya que sus funcionarios buscan ganar dinero con los fondos inyectados desde el exterior.
Los nuevos jefes proporcionaron servicios que habían sido descuidados durante mucho tiempo por el gobierno, como la simplificación de las facturas de electricidad y la recogida de basuras. Su llegada al poder supuso un bien acogido descenso de la violencia terrorista, puesto que eran ellos los responsables de buena parte de la que se producía antes.
Sin embargo, también estaban comprometidos con un califato regido según lo que consideraban las pautas de la civilización musulmana temprana. Enseguida prohibieron a las mujeres salir solas de la casa, reprimieron vicios como el tabaco y la bebida y empezaron a perseguir a las minorías religiosas. El grado de descontento popular con esos gobernantes pronto superó la favorable acogida inicial.
También el dinero es importante. Mientras luchan, los yihadistas pueden obtener ingresos mediante impuestos sobre el tráfico en las carreteras y las actividades ilícitas; a los talibanes les ha ido bien con la producción de opio. Una vez en el poder, suelen necesitar más ingresos y no pueden recaudarlos de la misma manera sin deslegitimarse. En Siria e Irak se ha desarrollado una lucrativa afición por el secuestro de extranjeros. En Mozambique, los yihadistas que tomaron el control de Cabo Delgado a principios de agosto han recurrido al saqueo de bancos y la extorsión de empresas. De ese modo pueden pagar a sus combatientes, adquirir armas y continuar la lucha. Ahora bien, el dinero reunido mediante el saqueo o la toma de rehenes se agota. Las divisas dejan de fluir. Y la situación se vuelve desesperada.
Puede que a los talibanes les espere el mismo destino. Antes de la caída de Kabul, los maestros y médicos que trabajaban en escuelas y clínicas situadas en los territorios ocupados por los talibanes siguieron recibiendo un sueldo pagado por el gobierno central de Kabul (y por los donantes extranjeros). Gravar el transporte de, por ejemplo, combustible sólo funciona si hay divisas para pagarlo. Las reservas de Afganistán, depositadas en su mayor parte en la Reserva Federal de Nueva York, se encuentran ahora congeladas; no está claro si continuará la ayuda bilateral al gobierno. Sigue habiendo otras formas de sangrar la economía. Sin embargo, es posible que quienes dan la sangre no estén dispuestos a hacerlo de buen grado.
La pluma y la espada
La yihad no es, en principio, la única forma de conseguir los estrictos Estados islamistas que desean sus seguidores. En teoría, podrían ser votados. En algunas partes de Asia, han tenido éxito gobiernos con una importante representación islamista. Sin embargo, se ha visto que los intentos de instituir gobiernos plenamente islamistas en el mundo árabe son muy susceptibles de sufrir reacciones en contra cuando disminuye su popularidad inicial. Los Hermanos Musulmanes gobernaron Egipto durante menos de dos años antes de que un golpe de Estado los devolviera al desposeimiento del poder, la cárcel y algo peor. El pasado mes de julio, el presidente de Túnez acabó con la participación política del islamismo al disolver el parlamento del que era presidente un líder islamista.
Es tentador, pues, considerar la espada más poderosa que la pluma. Los islamistas que recuerdan al antiguo dirigente de los Hermanos Musulmanes de Egipto, Mohamed Badia, apelando a sus seguidores para que se enfrenten a los tanques con un activismo pacífico afirman que esas ideas son ahora objeto de burla y denuncia en Internet. "Los talibanes cautivan el imaginario colectivo. Cuando expresas tus pensamientos contra esa violencia, muchos te atacan. Es un poco preocupante", afirma Osama Gaweesh, periodista egipcio exiliado en Londres. Con el aumento de la pobreza y las restricciones políticas en muchos Estados de Oriente Medio, las frustraciones buscan una salida. Algunos hablan de una renovada fe en la acción de masas, esta vez portando armas siguiendo el modelo de los talibanes. "Han dejado de confiar en unos partidos y unas organizaciones islamistas elitistas y en quiebra", dice Naim Tilawi, un islamista jordano que combatió en Siria. "Quieren, en vez de eso, un yihadismo de masas".
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De The Economist, traducido para La Vanguardia, publicado bajo licencia. El artículo original, en inglés, puede consultarse en www.economist.com.
Traducción: Juan Gabriel López Guix