Wallis Simpson: la fiera indomable por la que un rey de Inglaterra, Eduardo VIII, renunció a su trono

Meghan Markle tiene una larga sombra que se difumina en la historia reciente de la familia real británica. Un personaje con el que siempre será comparada. Se trata de Wallis Simpson, la divorciada americana que hizo temblar en 1936 a la monarquía inglesa cuando el rey, Eduardo VIII, renunció al trono por amor para casarse con ella.

Diana Mitford, lady Mosley tras su segundo matrimonio, fue una de las amigas íntimas del duque y la duquesa de Windsor –título que recibieron Eduardo y Wallis tras la abdicación– y publicó por primera vez las memorias de Wallis Simpson en 1980.

Mitford, asidua asistente a las fiestas de París o al 'moulin' de Orsay, es testigo privilegiado del matrimonio, y con perspicacia retrató la personalidad de Wallis en 'La duquesa de Windsor. Memorias de una amiga', que acaban de ser de nuevo publicadas en castellano por La esfera de los libros (21,90 euros).

Wallis Simpson nació como Bessie Wallis Warfield el 19 de junio de 1896 en una casa de campo de un pueblo de Pensilvania donde su familia, de buena consideración social, solía ir a veranear. "Sus cuatro abuelos habían apoyado la causa confederada", explica Mitford, y su abuela solía decirle "ni se te ocurra casarte con un yanqui".

Su padre murió cuando era muy pequeña y su madre tuvo que ser apoyada económicamente por su cuñado, que pagó el internado de Wallis, Olfield School, el colegio femenino más caro de Maryland. Allí Wallis fue conocida entre sus compañeras por ir siempre perfectamente vestida.

La esfera de los libros

En 1916, Wallis escribió a su madre: "Acabo de conocer al aviador más fascinante del mundo". Era el aviador de la Marina Earl Winfield Spencer Jr, con quien se casó al poco tiempo. Pero enseguida descubrió que "su marido bebía demasiado y que al beber se ponía grosero, agresivo y violento", explica Mitford. Se acabó divorciando en 1926.

Simpson ya tenía para entonces 28 años y se había forjado la personalidad que enamoraría en el futuro a un rey: "Era independiente, pero no dura, más bien vulnerable. Y tenía una insólita capacidad para hacer amigos allá donde fuera. Inteligente y vivaz, graciosa y buena compañía, era el alma de las fiestas [...]. Sabía sacar lo mejor de los demás, hacía que hasta los más anodinos brillaran", señala Mitford.

Un llamativo traje de 'tweed'

Para entonces, ya había conocido a Ernest Aldrich Simpson, un hombre de negocios con el que se casó en 1928. Era una salida para Wallis que, en ese momento de su vida, no conseguía trabajo, no tenía casa y apenas le quedaba dinero. Todo cambió radicalmente, pues se fueron a vivir a Londres a una casa muy grande con criados.

En 1931, conoció en un viaje de fin de semana para una cacería al príncipe de Gales. Estaba resfriada y le comenzaba a subir la fiebre, pero cuando Eduardo apareció "con su llamativo traje de tweed de cuadros, se olvidó del resfriado", recuerda Mitford. A Wallis le gustaron sus ojos azules, su sencillez y su atractivo.

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La amistad que se fue forjando entre ellos derivó en amor, se convirtieron en inseparables, y a primeros de 1934, Wallis ya era la amante del futuro rey. La familia estaba indignada con el comportamiento de Eduardo, pero se iban de vacaciones juntos y ella había hecho su presentación en la corte. "Wallis", le dijo el príncipe de Gales, "eres la única mujer que se ha interesado nunca por lo que hago".

En enero de 1936, el rey Jorge V murió y Eduardo ascendió al trono. El drama se cernió en la familia real inglesa, que conocía perfectamente la relación entre los dos pero que no la aprobaba. Sin embargo, como explica la autora, la convicción del rey sobre determinados asuntos era "muy firme" y estaba claro que quería casarse con Wallis en cuanto se divorciara de Simpson. Y de ahí el escándalo que la prensa bautizó como 'crisis de la abdicación'.

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"Pienso casarme con la señora Simpson en cuanto ella sea libre de casarse", dijo Eduardo VIII. Y se enfrentó al Gobierno, diciendo que "si este se oponía, estaba dispuesto a irse". La iglesia anglicana y los 'tories' no iban a ceder en que el rey se casara con una mujer divorciada dos veces, un comportamiento que censuraron. Wallis se tuvo que marchar a Francia para evitar la presión de la prensa.

El 11 de diciembre de 1936, Eduardo VIII se dirigió a la nación en un discurso en el que anunciaba que abdicaba al trono porque no podía desempeñar su trabajo sin el apoyo de "la mujer que amaba". Wallis lo escuchaba en Francia; "me tapaba los ojos con las manos para ocultar las lágrimas", dice Diana Mitford.

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En mayo de 1937, se divorció Wallis por segunda vez y un mes más tarde ambos se casaron en el castillo de Candé, en Francia. Ella llevaba un vestido azul "de crepé satinado encargado a Mainbocher, y Reboux le hizo un sombrero a juego". Cecil Beaton hizo las fotos de la pareja.

El nuevo rey, Jorge VI, padre de la actual reina, Isabel II, mantuvo el título de alteza real a Eduardo pero no se lo concedió a Wallis Simpson. Según Mitford, la familia real británica intentó minar el importante carisma de Eduardo y lo hizo potenciando el perfil de 'pérfida' de Simpson quien, en realidad, aseguraba que ella nunca había buscado el matrimonio. Además, hicieron todo lo posible para que el duque de Windsor no regresara nunca a Inglaterra.

"Yo nunca busqué ese matrimonio"

Sus relaciones con los nazis y con Hitler en la etapa anterior a la Segunda Guerra Mundial fueron más que problemáticas a los ojos de Londres. Eduardo y Hitler "coincidían en ciertas áreas: la admiración por el Imperio británico, el odio al comunismo", explica la autora del libro.

Poco después, la pareja se mudó a Antibes, donde Wallis solo empleaba a personal rubio porque creía que le traerían mejor suerte. Siempre llevaba una libreta para anotar fallos en el servicio porque su deseo era que "el duque viviera como un rey". Su vida era leer, hacer algo de deporte, dar fiestas, peinarse (un peluquero la peinaba todos los días) y disfrutar de las joyas: Jacques Cartier dijo una ves de Eduardo que "Son Altesse Royal sabe más que yo de diamantes".

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Cuando llegó la guerra, ofrecieron su casa como hospital y volvieron a Inglaterra para prestar servicio; él en la Misión Militar británica en Vincennes y ella en la Cruz Roja. Pero no se pudieron quedar en su país y le ofrecieron al duque ser Gobernador de las Bahamas, puesto que desempeñaría hasta 1945.

A su regreso, se instalaron en una casa parisina con enormes jardines en pleno Bois de Boulogne; "pagaban al Estado francés un alquiler simbólico", explica Mitford, donde ya se quedaron toda su vida. Vivían allí desde abril hasta después de Navidad y el resto del año viajaban a Estados Unidos, donde se alojaban en Nueva York o en Palm Beach.

Viviendo como auténticos reyes

Mitford explica que la casa de París "cada vez parecía más regia, con su profusión de adornos y baratijas". Ambos publicaron al principio de los años sus memorias, lo que les proporcionó una buena cantidad de dinero: el duque las vendió por medio millón de libras de las de entonces.

Uno de los asuntos en los que Wallis ocupaba más tiempo era en su vestidor. Mainbocher era su diseñador de cabecera y después Balenciaga; a poca distancia, Dior y Déssès. Balenciaga creó para ella un azul que no era el famoso 'azul Wallis, "sino uno más oscuro, tirando a violeta, que resaltaba su pelo negro y sus ojos azules", asevera Diana Mitford.

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La vejez llegó y su trabajo fue ocuparse el uno del otro. Al duque comenzó a fallarle la vista, el lumbago y, sobre todo, el sistema respiratorio; fue diagnosticado de cáncer de garganta y nunca dejó de fumar. Murió el 28 de mayo de 1972, un mes antes de cumplir los 78 años. Hubert de Givenchy hizo el abrigo de luto para Wallis en una sola noche. El cadáver del duque fue velado por 60.000 británicos en la capilla de San Jorge, en Windsor.

Sin familia que le apoyara, Wallis Simpson empezó a quebrarse de la pena. Luego, "para huir de ese estado, empezó a salir demasiado; y todo empeoró", narra la autora. Se rompió una pierna, sufrió una hemorragia... y decidió recluirse. Murió el 24 de abril de 1986 en Paris, reforzando su rol como icono de la historia británica.

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Muchos se preguntan por qué esa obsesión por hacer abdicar al rey y no dejarle casar con la persona a la que amaba. Mitford especula que quizás era porque no gustaba que fuera tan querido por los ciudadanos; porque quería negociar la paz con Alemania o porque el propio Eduardo VIII estaba tan "oprimido por su impotencia frente a todo lo que sucedía en su país que prefirió retirarse".

En cualquier caso, siempre les quedará el orgullo de ser protagonistas de lo que el propio Winston Churchill declaró: "El amor del duque por ella está entre los grandes amores de la historia".

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