Un viaje por Japón para descubrir las leyendas sobre los gatos autóctonos
La historia de los gatos japoneses, mascotas queridas por los emperadores
La familia de Iwazaki Eiji tenía gatos en casa, así que convivir con ellos era lo más normal del mundo para él ya desde que nació. En la universidad estudió Nutrición Felina y su interés personal lo llevó a investigar sobre la historia de la domesticación de estos animales. En aquella época se creía que los primeros gatos domesticados se remontaban a la antigua civilización egipcia, hace unos 4.000 años. A los mininos los consideraban dioses en Egipto.
“Sin embargo, en 2004 anunciaron que habían descubierto en Chipre unos huesos de una cría de gato que databan de hace unos 9.500 años; los habían encontrado en una tumba del yacimiento arqueológico de Shillourokambos en la que también había restos óseos humanos. Así pues, en la actualidad se piensa que los orígenes del gato doméstico serían anteriores al antiguo Egipto”, explica Iwazaki.
“En lo que respecta a Japón, se creía que el gato doméstico descendía de los felinos llegados al archipiélago a través de la Ruta de la Seda, entre los períodos Nara y Heian. Los trajeron desde el continente para proteger los sutras budistas de los ratones durante la travesía en barco. Sin embargo, en 2011 excavaron en el yacimiento de Karakami (isla de Iki, Nagasaki), que data del período Yayoi, unos huesos que han sido identificados como los más antiguos de un gato doméstico en el país. Al parecer, la domesticación de estos animales se remonta a hace unos 2.000 años. Por otra parte, se piensa que los gatos japoneses, que se caracterizan por su pelaje negro, moteado o tricolor (calicó), sus orejas pequeñas y su cola corta o torcida, difieren ligeramente de los occidentales en términos genéticos. Tras haber investigado sobre las diferencias entre los genes de los gatos occidentales y los de los japoneses y haber constatado las peculiaridades de los segundos, considero que estos últimos merecen ser considerados una raza en sí”, prosigue el experto.
En el período Heian, cuando aún no había muchos gatos en Japón, los felinos eran mascotas idolatradas y de gran valor entre la clase noble, el emperador incluido.
“La Familia Imperial de Japón es la monarquía más antigua del mundo, así como la que ha cultivado una relación con los gatos desde hace más tiempo. Destaca especialmente el profundo vínculo entre los emperadores y los gatos. Existe un diario en el que el emperador Uda, cuyo reinado duró desde el año 887 hasta el 931, escribía, a modo de registro oficial y con todo lujo de detalles, acerca de su gato. Lo quería mucho, a juzgar por la manera en la que se expresaba sobre este gato negro que su padre, el emperador Kōkō, le había cedido a los 17 años. Por otra parte, se sabe que al emperador Ichijō, que ocupó el trono desde el año 980 hasta el 1011, también le gustaban los gatos. De hecho, en el Libro de la almohada cuentan que idolatraba tanto a los mininos que llegó a darles un puesto oficial”, afirma Iwazaki.
El doctor acabó metido de lleno en una investigación centrada en el folclore cuando se puso a indagar sobre la historia de los gatos japoneses, sobre los cuales apenas hay registros oficiales, y a buscar más leyendas relacionadas con los mininos.
Leyendas de gatos agradecidos y de felinos monstruosos
En un principio, Iwazaki decidió explorar algunos lugares históricos relacionados con los gatos una vez que había obtenido el doctorado en Veterinaria. Así pues, tras buscar información en internet y consultar varias guías de viajes, estuvo una semana recorriendo templos budistas y santuarios sintoístas donde se cuentan leyendas sobre los mininos. Hasta la fecha, ha visitado un centenar de estos enclaves, repartidos por todo Japón.
“Al buscar en documentos antiguos, me sorprendí de que hubiera tantos lugares con este tipo de tradición oral. En muchos casos, la información que se encuentra en internet es escueta o está plagada de errores. Quería que las próximas generaciones tuvieran a su disposición los datos correctos, así que empecé a visitar esos sitios”, señala el doctor.
“En Niigata, la prefectura donde se concentra el mayor número de santuarios sintoístas de todo el país, la tradición oral relacionada con los gatos es extensa. Seguramente los felinos fueran también la némesis de los ratones en el lugar por excelencia de la producción nacional de arroz. Por ejemplo, el santuario Nanbu (Nagaoka) está consagrado al gato Nekomata Gongen, cuya estatua de piedra nos recibe cuando llegamos al edificio principal. En la época de mayor prosperidad de la sericultura, el pueblo creía que este dios felino protegía el arroz y los gusanos de los roedores”, cuenta Iwazaki.
Santuario Nanbu (Nagaoka, Niigata).
Existen leyendas similares en distintos rincones del archipiélago; no obstante, nos podemos encontrar también muchas historias en una zona en concreto.
“En Tōhoku tenemos la historia de El gato parroquiano, una de las más recurrentes en la tradición oral. Cuentan que un día desaparece el gato del monje budista de un templo pobre, pero que luego se le aparece en sueños y le dice: ‘Van a celebrar un funeral en la casa de un hombre rico que vivía cerca de aquí, así que me presentaré allí y molestaré a los asistentes. Te diré el conjuro que tienes que recitar para que deje de hacer travesuras; entonces te darán mucho dinero en señal de agradecimiento y mejorará la situación del templo’. Tal y como el gato le había dicho, el templo prospera gracias a que la notoriedad que cobra la magia del monje”, relata el experto.
“Por otro lado, en Nagano hay muchas leyendas sobre los karaneko, término que se utiliza para referirse a los gatos llegados desde China. Una de las más famosas es la que cuentan en los aledaños del santuario Karaneko. Según esta historia, les piden prestado el karaneko a los vecinos para exterminar a un monstruo con forma de ratón. Al final, el felino acaba haciéndose grande mientras lucha a muerte contra el roedor gigante”, cuenta Iwazaki.
Los misterios de las leyendas de Yasaburōbā y de los nekomata
Una de las criaturas mitológicas más famosas de Niigata es Yasaburōbā, una anciana con aspecto de bakeneko (otro personaje del folclore nipón) que se come a la gente. Según explica el doctor, se suele utilizar para asustar a los niños: si se portan mal, Yasaburōbā los secuestrará; en la región de Tōhoku siempre ha sido Yuki-onna, otro ser propio del folclore nipón, quien se lleva con ella a los niños que alborotan por la noche, pero en Niigata han adaptado la historia a la tradición local.
Yasaburōbā era la madre del maestro herrero del santuario de Yahiko (región septentrional de Niigata), pero el despecho que le causó la derrota de su hijo frente al maestro carpintero durante el ritual en el que se conmemoraba la finalización de las obras hizo que se transformara en un ogro. Cabe señalar que la leyenda de la diosa Myōtara-ten, a la que está dedicado el Hōkō-in (un templo budista situado en las inmediaciones del santuario), vincula a esta anciana endemoniada con un bakeneko.
“En la isla de Sado había una anciana a la que le gustaban los gatos y acabó convirtiéndose en un bakeneko mientras yacía sobre la arena junto a un gato que se había tirado al suelo a jugar; luego se fue volando en dirección al monte Yahiko. Los lugareños intentaron matarla, así que la anciana convertida en gato provocó varios desastres. Poco después, el pueblo decidió venerar a la anciana, que pasó a ser conocida como la diosa Myōtara-ten. Esa es la leyenda; sin embargo, no se trata de una versión oficial: en el Hōkō-in me explicaron que la diosa Myōtara-ten a la que rinden culto allí no tiene relación con los gatos”, precisa el experto.
También hay leyendas que nos han llegado a través de los registros oficiales: “En la aldea de Nakanomata (Niigata) es muy famosa la historia de Ushiki Kichijūrō, un aldeano fuerte que mató a un nekomata, un monstruo con forma de gato. Gracias a los documentos que se conservan, se sabe que los hechos tuvieron lugar en 1683, y que el cuerpo sin vida de la criatura tenía el mismo tamaño que el de un ternero. Además, guardan en un museo la espada que utilizó”, explica Iwazaki.
Recreación de la historia de Ushiki Kichijūrō, que en el período Edo mató a un nekomata. Aunque la representación de la fotografía corresponde a un festival de primavera que tuvo lugar en la aldea de Nakanomata en mayo de 2012, la han repetido en ocasiones posteriores (imagen cortesía de la organización sin ánimo de lucro Kamiechigo Yamazato Fan Club).
Según Iwazaki, esta historia guarda relación con la de un nekomata que apareció en las inmediaciones del monte Fuji: “Se trata de una leyenda vinculada con el monte Nekomata, en la garganta de Kurobe. Resulta que el gato, que desató la furia de la deidad Fuji Gongen y fue expulsado del Fuji, acabó viviendo en ese monte de la prefectura de Toyama, donde se comía a la gente y cometía otros actos malvados. Entonces varios cazadores rodearon el monte con la intención de matarlo, pero el gato desapareció de repente. El monstruo habría huido a Niigata y habría seguido alimentándose de lugareños, en este caso de Nakanomata, donde finalmente habría muerto a manos de Ushiki Kichijūrō. A medida que investigaba al respecto, descubrí algo más: las historias que se cuentan en distintos lugares están relacionadas. Aún sigo recabando información y disfrutando de la emoción que me produce ir viendo cómo encajan las distintas piezas del puzle”.
Los bakeneko y los manekineko del período Edo
Cuando la sericultura era una actividad en auge, en el santuario de Bandai (Fukushima) repartían amuletos con la imagen de un gato. En la actualidad conservan una plancha de madera con la que se hacían y esta copia papel en el Museo de Bandai-san Enichi-ji.
Si damos por buena la existencia de gatos como el de la historia de El gato parroquiano, que se mostró agradecido hacia su dueño, podemos pensar que también hay bakeneko que atacan a la gente, como los nekomata. La imagen de los monstruos con forma de gato se propagó de forma particular durante el período Edo. “Podemos formular ciertas hipótesis basándonos en aspectos nutricionales: las calorías que un felino necesita ingerir al día equivalen a diez ratones. A los mininos no se les da muy bien ayunar y requieren proteínas en grandes cantidades. Cuando ya no pueden aguantarse el hambre, comen cualquier tipo de carne. Es posible que la imagen de los bakeneko esté asociada con el horror que habría causado en otros tiempos ver a los gatos faltos de proteínas devorando cadáveres humanos. Además, estos animales son carnívoros por naturaleza, por lo que no les gustan los alimentos ricos en hidratos de carbono, como el arroz. En el período Edo lamían el aceite de pescado de las lámparas de pie todas las noches; lo hacían poniéndose a dos patas. Posiblemente, esa escena les causaba miedo a algunas personas”, señala el doctor.
Con todo, el período Edo fue una época en la que aumentó el valor de los gatos. “En las zonas donde prosperaba la sericultura, los mininos protegían los gusanos de seda de los ratones, de ahí que se comerciara con ellos como animales útiles para el ser humano. Se tiene constancia de que se llegó a vender gatos por cinco ryō, mientras que un caballo costaba uno”, afirma Iwazaki.
Hablemos ahora de los orígenes de los manekineko, los gatos decorativos que aparecen con una pata delantera levantada en señal de invitación y que traerían prosperidad en los negocios. Existen varias teorías sobre estas figuras, que se popularizaron durante el período Edo.
Los manekineko del templo Gōtoku ocupan la portada del libro Waneko no ashiato (Tras las huellas de los gatos japoneses), de Iwazaki Eiji.
Gōtoku-ji (Setagaya, Tokio) es muy famoso por una leyenda sobre los manekineko. Originalmente se llamaba Kotoku-in y era un templo pobre. Cuentan que el gato del monje de este templo llamó la atención de Ii Naotaka, una figura importante al servicio del sogunato de los Tokugawa a principios del período Edo, y de sus hombres levantando la pata y los guió hasta el hogar de su dueño justo antes de que cayera una fuerte tormenta, cuando volvían de cazar halcones. Ii, regocijado por haberse librado de las inclemencias del tiempo y por la oportunidad de escuchar las enseñanzas del monje, decidió que ese sería el templo de su familia, de ahí que mejorara la situación del Gōtoku-ji. A día de hoy cuenta con un lugar dedicado a los manekineko junto al pabellón Shōfuku-den. En esta zona se agrupa una cantidad ingente de figuritas de estos mininos de la suerte.
El santuario de Imado (Taitō, Tokio), un lugar con tradición entre quienes buscan el favor de los dioses para encontrar pareja, goza también de fama como santuario de los manekineko. En la parte delantera de la capilla (haiden) hay varios gatos de la suerte de gran tamaño. Esto no significa que el santuario sea el lugar de origen de estos felinos, sino que tiene que ver con el hecho de que la zona de Imado da nombre a una cerámica propia de allí que estuvo de moda a finales del período Edo. Es muy posible que los marushimeneko, unas figuritas de cerámica de Imado, sirvieran de prototipo de los manekineko.
A la izquierda, los manekineko del santuario de Imado; a la derecha, dos marushimeneko.
Por otra parte, hay quienes creen que el origen de los manekineko está relacionado con el gato de Usugumo Dayū, una cortesana de alto rango de Yoshiwara. Esta mascota a la que adoraba puso en peligro su propia vida para protegerla de una serpiente gigante. “Hay varias historias sobre las muestras de agradecimiento de los gatos hacia las mujeres bellas que sentían fascinación por ellos y sobre la relación estrecha entre las prostitutas y los gatos”, revela Iwazaki.
“Muchos manekineko llevan un collar rojo. En el Libro de la almohada se dice que un gato que lleva un collar rojo guarnecido de un marbete blanco posee una refinada gracia. Además, en las xilografías protagonizadas por mujeres bellas de Edo (bijinga), se puso de moda imitar la composición de una imagen en la que aparece la Tercera Princesa (Onna Sanno Miya), de la Historia de Genji, acompañada de un minino blanco con manchas negras que lleva un collar rojo. Por ello, aún sigue habiendo muchos gatos de la suerte de aspecto similar a ese. En el período Heian a estos animales valiosos, que solo podían tener las figuras relevantes de la Corte Imperial, los ataban con una cuerda para que no se escaparan. Incluso en el período Edo los amantes de los felinos ataban a sus apreciadas mascotas”, explica el doctor.
La pérdida de las leyendas
La costumbre de atar a los gatos habría perdurado hasta el siglo XVI aproximadamente, dado que en 1602 la Delegación del Sogunato en Kioto promulgó una ordenanza bajo la cual había que dejar sueltos a los felinos. El motivo de la misma era paliar el grave problema, fruto de la urbanización, en el que se habían convertido los daños causados por los ratones. No obstante, parece ser que había dueños que seguían atando a sus mininos para evitar que se los robaran, puesto que estos animales habían cobrado popularidad como mascotas de gran valor. Se dejó de atar a los gatos y a los perros a partir de 1685, año en el que el quinto sogún de los Tokugawa, Tsunayoshi, lo prohibió como parte de sus ordenanzas de protección animal.
En la actualidad, sin embargo, lo más frecuente es tener a los gatos dentro de casa. “Se evita que contraigan enfermedades o sean atropellados, de ahí que vivan más años. De todos modos, tampoco es que se pueda decir que llevan una vida feliz. Son propensos a sufrir de piedras en los riñones y cistitis idiopática, dolencias que, según los últimos estudios, podrían estar causadas por el estrés, entre otros factores. Además, cada vez hay más gatos obesos. Durante unas pruebas llevadas a cabo con vistas a crear un índice de masa corporal para gatos, se descubrió que cerca de la mitad de los mininos de Japón tiene sobrepeso. En estos momentos la pandemia ha provocado un aumento en el número de personas que desean tener una mascota que las ayude a relajarse, lo cual ha causado que se dispare el valor de los gatos hasta niveles similares a los del período Edo. Es una situación un tanto complicada desde el punto de vista mental”, declara Iwazaki.
Además de desear que los gatos actuales vivan felices, el experto quiere hacer todo lo posible para preservar las leyendas sobre los mininos japoneses. “Muchos documentos se perdieron durante la guerra o por los desastres naturales y cada vez hay menos personas conocedoras de la tradición oral. Me gustaría que se divulgara en el extranjero la información de que dispongo, de ahí que, por lo pronto, me interese publicar una traducción al inglés de Waneko no ashiato [Tras las huellas de los gatos japoneses], libro en el que hago un recorrido por las leyendas sobre gatos de Tokio. Además, me gustaría recopilar las historias de las 47 prefecturas de Japón, no solo las de la capital. La pandemia está afectando a los templos y los santuarios del país; por este motivo, espero que estos lugares aprovechen las leyendas autóctonas que giran en torno a los mininos y las incorporen a las iniciativas de revitalización local”, sentencia Iwazaki.
Imagen del encabezado: La estatua de piedra de un gato colocada a la entrada del edificio principal del santuario Nanbu, conocido también como Nekomata Gongen. Todas las fotografías que aparecen en el artículo son de Iwazaki Eiji, salvo que se indique lo contrario en los créditos.
(Traducción al español del original en japonés)