Pueblos extremeños contra la despoblación

Antolín González Parra, con su tractor, en una de las calles de Villanueva de la Vera.TONI GUDIEL

Ellos son tres de los algo más de cincuenta habitantes que ganó Villanueva de la Vera el año que irrumpió la pandemia, una cifra nada desdeñable considerando que su población total se situó al comienzos de 2021 en 2.114 empadronados. Ningún otro pueblo de Extremadura tuvo un incremento tan elevado, que solo una de sus ciudades, Villanueva de la Serena, logró superar, con 85 vecinos inscritos más.

«No era nuestro sitio, estábamos ya cansados de la ciudad», incide este apasionado de la pesca y las rapaces (ahora está tratando de localizar en sus ratos libres una pareja de halcones peregrinos que cree que se mueven por la zona, cuenta con entusiasmo). Dos pasiones que comparte con su hijo, ahora de catorce años. «Él aquí es otra persona, no quiere ni oír hablar de volver», señala.

En Madrid Antolín trabajaba en una empresa de grúas hidráulicas y por las tardes había puesto en marcha un negocio de jardinería. Al llegar a Villanueva montó otro dedicado a la limpieza y el mantenimiento de pequeñas fincas que son propiedad de personas que habitualmente residen fuera de la localidad. También compró un tractor con el que ara los huertos y prepara los terrenos de otros vecinos. El trabajo, no le falta. «Estoy desbordado», asegura. Su esposa, profesora de educación infantil «está preparándose a ver si puede entrar en la guardería del colegio de aquí», añade.

Eric Méndez y Alba Cervera, con su hijo Leo en brazos, frente a su casa.TONI GUDIEL

Alba Cervera (36 años) se crió en la casa que desde junio pasado comparte con Eric Méndez (43) y con Leo, el hijo de ambos de solo 9 meses. Se trata de un antiguo secadero de higos que sus padres compraron en los años ochenta y que fueron restaurando «poco a poco». Está a unos kilómetros del casco urbano de Villanueva de la Vera, con unas vistas envidiables del valle y al embalse de Gualtaminos. Ella vivió en el pueblo hasta los 16 y ya para aquel entonces, «desde los 14», tenía claro que quería ser psicóloga. Tras marcharse, residió en Madrid, Berlín y Barcelona, pero «siempre con la idea de montar algo aquí, en el pueblo». Y es lo que ha hecho ahora, poner en marcha una consulta de psicología integrativa, una escuela que «atiende no solamente a la mente, sino también al cuerpo, las emociones y el espíritu, y lo tiene en cuenta todo dentro del entorno en el que te desarrollas. Integra los diferentes niveles del ser humano, no trata únicamente de modificar pensamientos y conductas», aclara. La atención que presta en su consulta de psicología, que ha puesto en marcha como Alba Gerber (su segundo apellido), la ofrece tanto en formato presencial como ‘on line’.

El nacimiento de su hijo fue el otro motivo que les impulsó a instalarse en el norte de Cáceres. «Me he criado aquí y veo muy clara la diferencia. En una ciudad puedes ir a la naturaleza, pero aquí estás en ella. Para mí eso es un valor muy importante como familia», aduce Alba, que destaca además que trabajar en casa le permite conciliar mejor. «Fue lo que nos hizo tomar la decisión final. Nació en mayo, y en un mes y medio estábamos aquí», corrobora Eric. «Teníamos en mente lo de venir, pero con el embarazo vimos clarísimo que queríamos educarlo en un entorno así, en una casa de campo, con vida de pueblo, todo más tranquilo y alejado de la ciudad. Y viviendo directamente en la naturaleza», apostilla.

Recuperar caminos para bici de montaña

Eric es entrenador de alto rendimiento. Originario de Terrassa (Barcelona), desde los 18 años había vivido «en el Pirineo, siempre en la montaña, vinculado a los deportes en la naturaleza y a la bicicleta». El entorno que se encontró aquí «me sorprendió muchísimo. Tenía otra visión de Extremadura, y cuando llegué y vi las montaña, los bosques o la cantidad de agua que hay, la verdad es que me quedé enamorado», asegura este especialista en ciencias del deporte. Su proyecto profesional es La Vera Bike y con él planea recuperar toda la red de senderos que están actualmente abandonados en la zona para «explotarlos con el turismo de bicicletas de montaña». «Es un proyecto que atraerá turismo», vaticina. Una afluencia que, además, será «muy desestacionalizada, muy fuera del verano», que es la época donde tradicionalmente se concentra el grueso de los visitantes que recibe esta comarca. De momento, afirma, la acogida de la iniciativa ha sido «muy buena y la gente que ha venido a probar los caminos está entusiasmada».

Pueblos extremeños contra la despoblación

Ainara Cámara e Ignacio Garbayo, con su hija pequeña Julia y su perro Ringo.TONI GUDIEL

Aguas abajo siguiendo el cauce de la garganta de Gualtaminos, apenas a unos metros de su piscina natural, está la casa de Ainara Cámara (44 años) e Ignacio Garbayo (47), ambos de Getxo (Vizcaya). Viven en ella junto a sus tres hijas Mar (16), Maya (12) y Julia (8), que han crecido «acostumbradas a estar en un entorno muy acogedor, a ir por la calle y encontrarse con gente conocida, a que todo el mundo les salude. Ese entorno amable les da libertad y mucha seguridad», remarca Ainara. Ella fue la primera en llegar a este enclave verato hace ya más de una década. «En ese momento tenía una hija pequeña de dos años y medio y la idea era vivir en una zona rural. Buscaba el equilibrio entre estar en contacto con la naturaleza pero en un lugar en el que tuviera recursos también», señala. No conocía la comarca previamente, pero vino «un par de veces, me gustó mucho y la gente me pareció muy cercana. Eso me convenció». Es diseñadora de webs y marcas, tarea que desarrolla desde el estudio que ha habilitado en casa. El principal pero que pone es «la conexión a internet, que es terrible. Hemos conseguido una antena por satélite hace poco, pero el problema de establecerte en las zonas rurales es que no hay buenas conexiones para trabajar ‘on line’».

Segundo disco

Ignacio es músico. Su estudio está construido a unos metros de la casa, ladera arriba. Él llegó buscando «un desarrollo profesional en un entorno más cómodo y más bonito» y con «ganas de huir de la ciudad». ¿Expectativas cumplidas? «Hubo un periodo de adaptación más difícil. No encuentras todo lo que buscas nada más llegar, pero ahora mismo, echando la vista atrás, estoy muy contento de cómo me está funcionando todo, tanto mi proyecto musical, como la familia y los amigos que tenemos aquí, que son mi segunda familia. Ahora mismo es un momento muy dulce», afirma. Voz y guitarra del grupo de rock Zodiacs, acaba de sacar su segundo disco en solitario ‘La onda expansiva’, que ha seguido a su debut, ‘Sonido Forestal’ (2018). En ellos, asevera, no se aprecia «un cambio estilístico muy grande» respecto a sus anteriores trabajos, «pero sí que noto mucho más la pausa, el poder pararte a pensar en las cosas que me rodean. Tengo mucho más tiempo. Es una música como más consciente, no tan acelerada como en la ciudad».

Además, Ignacio creó una escuela de rock en la localidad para los jóvenes a la que «vinieron un montón de niños» pero que tuvo que interrumpir con la llegada de la pandemia, al tratarse de clases grupales. No obstante, «lo que ha ocurrido es que chavales a los que daba clase al principio han montando su propia banda y siguen solos. Y eso, la verdad, es una alegría». También destaca lo que está aportando a sus hijas la vida en el medio rural. «De entrada saben de dónde vienen las cosas. Desde que encendemos la estufa de leña todas las mañanas hasta coger las naranjas del mismo árbol o dar de comer a las gallinas y recoger los huevos. Están muy en contacto con la naturaleza», arguye.

Antonio Caperote, alcalde de Villanueva de la Vera.TONI GUDIEL

Puede parecer una paradoja que en pleno declive poblacional (en el transcurso de 2020 la región perdió 4.486 habitantes) y con el exceso de mortalidad provocado por la pandemia, haya pequeños pueblos que aumenten su población, en algunos casos de una manera notable para el tamaño que tienen. Pero es lo que sucedió en Extremadura durante el primer año de la covid, cuando fueron 127 municipios de menos de cinco mil habitantes los que consiguieron mejorar su censo, un fenómeno potenciado por el retorno de emigrantes ya jubilados y por el teletrabajo. Fueron practicamente uno de cada tres municipios de la región, y casi el doble de los que lo habían logrado un año antes, de acuerdo a la revisión del padrón municipal a 1 de enero de 2021 que el INE ha dado a conocer recientemente.

En el caso de Villanueva de la Vera, la inercia demográfica positiva tuvo continuidad a lo largo del pasado año. «En estos momentos tenemos 2.144 personas censadas», precisa su alcalde, Antonio Caperote. Este incremento de los dos últimos años, aclara, obedece mayoritariamente a dos perfiles. Uno es el de emigrantes que marcharon «a la periferia de Madrid en los años sesenta y setenta». Muchos de ellos contaban ya con una segunda vivienda en el pueblo, que con la pandemia convirtieron en su residencia principal buscando una mayor seguridad frente al coronavirus. El otro corresponde a personas «sin raíces familiares en el pueblo» y que, estando activos laboralmente, también decidieron transformar en primeras viviendas sus inmuebles vacacionales y trabajar desde ellos.

Varios vecinos en una de las calles de Villanueva de la Vera el pasado jueves.TONI GUDIEL

«Para retener a la gente en los pueblos lo primero que hay que tener es una nómina y, a continuación, dar servicios», sostiene Caperote. En este sentido, señala que si en este caso no se contase con escuela e instituto o un centro de salud con punto de atención continuada, difícilmente sería posible no perder habitantes. El entorno natural y su arquitectura típica (en 1982 fue declarado conjunto histórico artístico), junto con la cercanía a Madrid (unas dos horas de viaje) también son otras dos bazas que juegan a favor del municipio. «Nosotros tenemos ahora un movimiento de obras, ya sea de nueva edificación o de mejoras de casas que estaban cerradas, como no ha habido en los últimos treinta años», esgrime.

Campaña de Correos

Villanueva de la Vera fue además el pueblo que protagonizó la reciente campaña de Correos #ViveDondeQuieras. Una promoción cuyo origen fue casi casual, «por alguien de la productora, que tenía raíces aquí o conocía la zona» y que pudo realizarse, subraya, gracias a que el pueblo cedió «hace años» unas instalaciones a esta entidad pública para que «nuestros ciudadanos pudieran seguir teniendo ese servicio». El anuncio, resalta, «ha tenido una repercusión impresionante», que se ha traducido en un incremento de visitantes a la localidad.

Eugenio Trigo, consu perro Neo, en la puerta de su vivienda.TONI GUDIEL

«He estado treinta años vestido de azul y con las sirenas», bromea Eugenio Trigo (60 años). Ha sido bombero en el parque del Ayuntamiento de Madrid, «siempre en la puerta de Toledo», hasta que se jubiló este pasado mes de agosto. Como despedida, sus compañeros le regalaron a Neo, un inquieto perro de agua español que no para de ir de un lado a otro. Solo lo hace unos segundos, lo justo para posar en la foto junto a él. «Pues imagínate aquí, con las gargantas que hay, salimos cada día por la mañana y damos una vuelta larga, por lo menos de dos horas». Su pareja, Encarna, es también madrileña pero posee vínculos familiares con el pueblo, del que son naturales sus padres. Ella trabaja en el comedor de la escuela y da clases de aeróbic. Viven desde hace seis años en una casa que rehabilitaron en el caso histórico de Villanueva. Hasta jubilarse, estos últimos años Eugenio ha estado yendo y viniendo a Madrid cuando tocaba guardia, hasta que el año pasado la estancia se hizo ya permanente. «Aquí encuentras calidad de vida. Sales de casa y tienes el campo al lado. Con la pandemia nos ha venido estupendo. En estos dos años es cuando nos hemos dado más cuenta de las ventajas. Ahora vamos a Madrid y ya me agobia. Parece mentira, después de haber estado viviendo casi toda la vida allí, pero es algo que nos pasa a los dos», declara.

Emilio Prieto y Rosa María Gozalo, en la entrada de su casa.EL PERIÓDICO

Emilio Prieto cumplirá 76 años el próximo 9 de febrero. Lleva ya doce residiendo en Villanueva. Cinco años antes de retirarse, comenzaron a buscar una casa para trasladarse a un entorno rural. «A mí siempre me ha gustado esta zona», indica. La conocía porque había venido un par de veces de turismo «y con un vecino mío, que era de Pasarón de la Vera». Así que, aunque él y su mujer estuvieron mirando también en otros lugares, se acabaron decantando por Villanueva cuando encontraron «una casa nueva, que estaba para entrar ya a vivir» en una de las vías «más bonitas» del pueblo, la calle Lanchuela. Comercial de productos de decoración, estuvo viajando cuarenta años, haciéndose una media de 60.000 kilómetros al año. «Aquí el coche lo muevo si tengo que ir a Cáceres o al médico en Navalmoral, si no ni lo toco. A Madrid voy ya de visita, a ver a mi hija y mi nieta, pero nada más», cuenta. La calidad de vida es totalmente distinta», cuenta Emilio, que se integró plenamente en la vida del pueblo. Fue secretario y luego presidente en la asociación de mayores de la localidad y ahora lleva varios años como concejal con las áreas de tercera edad y hacienda a su cargo. Su esposa, Rosa María Gozalo, trabaja en ayuda domicilio.

Etiquetas: