¿Por qué tengo manía al euskera?
Se ha hecho viral el video de una simpática neska comentando lo hermosa que es la lengua de, vamos a poner, Bernardo Atxaga.
Y la chica ofrece unos ejemplos que, pardiez, resultan bellos en sí, como toda etimología, dirá aquel, pues qué sé yo. Pero suena a etimología diferente, a una etimología primitiva, telúrica, que reza a dioses neolíticos y que está formada de adiciones de conceptos (febrero: el mes de los lobos; luna: luz de los muertos) o definiciones concentradas, un poco como el alemán, que va sumando lexemas para construir palabras nuevas: zapatero / schuhmacher / el que hace zapatos.
Me parece poético e intelectualmente estimulante. Como aquello del ‘ñir ñir’, temblor de las estrellas; el ‘mara mara’, que es la caída silenciosa de la nieve; o lo de ‘pinpilinpauxa’ que, recuerda Pedro Ugarte en sus diarios, es «el modo de describir el vuelo torpe, convulso, de las mariposas».
A mí me encantaría asistir a un congreso sobre este tema y conocer por qué a los bomberos se les llamó «asesinos de incendios» o al corazón se le reconoce por su potencia onomatopéyica (‘biohtza’, «dos sonidos», según nuestra filóloga 2.0). La etimología de corazón tiene menos gracia en su raíz latina, aunque «recordar», le escuché una vez a Monedero, es «pasar dos veces por el corazón» y a continuación citó a estudiantes masacrados en México.
Al Este, ‘ekialde’, y ésta me la sabía, como que ‘iturralde’ viene a ser del lado de la fuente, ‘elizalde’ del lado de la iglesia y ‘ibaialde’ del lado del mar. Te diré que gusto de hacer juegos de palabras a pesar de mi magrísimo acervo euskérico: el otro día me referí a la Nochevieja como Gauzarra. Txikipunto para mí.
En amando las palabras, pues me gustaría saber más de etimologías vascas, de su influjo también en el castellano, que si muga, cencerro, mochila o bruces que, leo por ahí, vendría de ‘buruz’, cabeza. Y ese descubrir nuevos ángulos del lenguaje, porque el modo de hablar nos determina y viceversa, tan relacionado con el campo, los elementos, lo rural (que ciudad se diga ‘aldea’ es otra de las razones de mi irracional y elitista manía, pero no nos desviemos), el sol, la luna o las flores del monte (‘loreak mendian’, que es además marca de ropa cool y tal).
Me caería bien el euskera si se presentara desde esa óptica. Desde el amor por el saber. Desde la arqueología lingüística que teme por su desaparición. Pero le tengo manía porque no veo que se use como un instrumento de comunicación, y por tanto de unión, y de paso de riqueza, humana, cultural, sino como todo lo contrario. Un elemento para separarme de ti. Una lengua que persigue la construcción de una frontera imaginaria. Alde hemendik.
Lo lograron los judíos a finales del XIX con esa recuperación del hebreo que el escritor Etgar Keret comparaba con meter en el microondas una lengua que llevaba dos mil años en la nevera y descongelarla a toda prisa. ¿Y cómo lograron los judíos tamaña empresa? Pues con la excitación que implica querer aumentar tu cuota de poder y estrechar tus lazos sentimentales.
El euskera podrá sonar evocador, con ese mundo primitivo que parece reverdecer, pero no es más que la punta de lanza de todo un proyecto político, social. Por eso tengo manía al euskera. Porque no quiero un Israel en la Vuelta del Castillo.
APROPIACIÓN CULTURAL
Dicen que todos somos etnocentristas y que no serlo es tan imposible como escapar de tu sombra. Creerse superior al otro, vaya. ¿Habrá un fondo de racismo en mi tirria al euskera? Hago un honesto examen de conciencia y quizá sea así. Un inconfesable sentimiento de superioridad liberal (en oposición a carlista o conservadora) que me hace preferir la ciudad al pueblo, lo centrífugo a lo centrípeta.
Un día le pregunté a mi abuelo francés, ante su probable adiós no muy lejano, si se arrepentía de no haber hecho algo en su vida. «Aprender inglés y acostarme con una negra». Suena a lugar común, pero hay en la intención de aprender inglés un deseo de abrazar el mundo. Nada más envidiable que estudiar italiano por el mero placer de verse todo Fellini en versión original sin subtítulos o de viajar a Sicilia en primavera. La lengua como apertura al otro y los posibles mundos. Creo que no es desprecio de lo propio y esnob alabanza de lo ajeno no detectar eso en la machacona, en mi opinión, defensa del euskera que se hace desde las instituciones.
El euskera me resulta antipático porque en general lo veo extraído de su elemento natural como a un oso polar al que se castiga a periplos circenses para beneficio del empresario de turno. Me sabe a apropiación cultural, como de la que le acusan a Rosalía con el flamenco, pero en un sentido maquiavélico. Es decir, a lengua puesta al servicio de una cosmovisión política cuyo horizonte final no es otro que el de la creación de una Euskal Herría lliure, del mismo modo que el pueblo judío no descansó hasta tener su estado propio, cayera quien cayera. Todo ello connotado con cuarenta años de fascismo (este sí) de pasamontañas en el que la lengua del régimen no era otra que el euskera. Y, por si fuera poco, desde la contumacia más absoluta: porque el euskera no será una lengua de uso normalizado en la vida.
O sea, nos apropiamos de una lengua que no tenía culpa de nada, libre de significación, y la moldeamos a nuestra nacionalista manera, además de erigirla en el idioma oficial del terror. Lo raro, pienso ahora, es no tenerle manía.
POSTUREO
Por último, escucho a la chica del vídeo viral y no sé si es supremacismo etnocentrico de peteuve exiliado hasta los ovarios de txorradas, pero me suena a postureo como de corto de Isabel Coixet vasca. Esto, claro, no se puede demostrar, pero se siente. Ay, y qué dentera cuando el euskaldún de tendencias boronas se pone, resumiendo, cursi. ‘Musutruk’ para decir «gratis», es decir, «a cambio de un beso». Cortocircuito.
A mí el aberchándal medio, que diría Ancín, me resulta tosco de ver cuando se va de dominguerismo oficial de forro polar al Nafarroa Oinez a ver desde la barrera herrikirolaks varios o reconvierte cafés fantásticos como el Vienés en tabernones deprimentes. Pero cuando se pone delicado, me da una cosica mala. Quizá el vasco, la vasca, de los años de la Maribeltza hablaban como personajes de la aldea de la zarzaparrilla feliz con unicornios bañados en lapislázuli donde las brujas o lamiak bailaban desnudas hasta el amanecer hasta arriba de ‘mongis’.
Pero el euskalberri de euskaltegi y si me apuras de ikastola demokrrrrráatika me resulta tan artificial como Jordi Hurtado cantando un rap. Se ve la trampa, la ingeniería social, aquello del, ay, «euskera por joder». La avidez por colar una lengua, pobrecita ella, desde la motivación ideológica, tribal, y no tanto desde un deseo de cohesión nacido de la sensatez política. ¿Y esto cómo lo sabes? Se nota. Se te nota en la mirada, Uxue Barkos.
A los que creemos en la unión, no del pueblo navarro que yo voto en Madril y paso de siglas, sino de los señoros y caballeras del mundo, todo esto nos distancia de esa inocente y antigua lengua. ¿Que qué propongo yo? Pues un acercamiento a ella desde lo académico, desde lo cultural, desde la participación ciudadana, pero no tanto desde la inmersión lingüística, siendo esto ya asunto privado de cada cual. Quitarnos, vaya, la ingenua ilusión de que aquí va a hablar euskera todo Patxi en dos generaciones, por mucho cartel que pongas en letra gorda al entrar en La Morea.
‘Yoga’ significa unión, en sánscrito. Qué bonito es el sánscrito por cierto.