Los piratas toman el Revillagigedo

ANA RANERA Gijón

Pocas historias hay tan apasionantes como la de los corsarios, habitantes de la mar clandestinos, desde el mundo clásico hasta nuestros días. Son personajes indispensables de la literatura y del cine, pero su realidad permanece escondida entre las sombras, ajena a la mayoría. Ese desconocimiento está a punto de desaparecer, gracias a la exposición 'Piratas. Los ladrones del mar', que abre sus puertas este viernes en el Palacio de Revillagigedo con la colaboración de EL COMERCIO, para hacer un viaje por los siglos, a través de estos dueños de las olas.

Esta apasionante muestra llevará a los visitantes a conocer a los piratas del mundo clásico y a los vikingos, a surcar los mares del Caribe y a instalarse en la isla Tortuga, el refugio de los bucaneros desde el siglo XVII. A través del recorrido por el palacio gijonés, será fácil sumergirse en las aguas de la Edad Media, navegar con los berberiscos y los turcos y saber quiénes fueron los piratas más famosos de la historia, los que son inolvidables.

Pero, más allá de épocas, nombres y rutas, esta exposición saca a relucir su parte humana, porque desvela cómo eran estos lobos de mar que aullaban, bajo su temida bandera. No es lo mismo un corsario que un bucanero o un filibustero y, para profundizar, aún más, en su mundo, es imprescindible conocer sus hogares, esos barcos ligeros con los que rápidamente sembraban el miedo y el caos. Lo mismo que ocurría con sus armas -desde las dagas, espadas y sables hasta las granadas, pistolas y cañones-, las banderas que ondeaban y su característico aspecto tantas veces retratado. Nadie podría imaginarse a un corsario sin jubón, camisa y botas, es cierto, pero generalmente se vestían con ropa que robaban a sus víctimas y, dependiendo del lugar en el que se encontraran, podrían ir hasta casi desnudos, por ejemplo, en los climas tropicales de calor asfixiante.

También tocará conocer los detalles de las costumbres de una vida cruda, de violencia, tragos de ron y tormentas, en el cielo y en cubierta. Así como saber que, para las largas travesías, se alimentaban principalmente de carne de tortugas, que mantenían vivas en los barcos y que iban regando con agua de mar.

Y, aunque parezca que el suyo era un mundo sin ley, los piratas se regían por unas normas sumamente firmes. Tenían prohibidas las patrias y religiones, todos eran iguales entre sí, seguían principios democráticos y sancionaban malas conductas entre ellos, con la misma violencia que aplicaban al resto.

Merece la pena perderse por el Revillagigedo y saberlo todo sobre ellos. La exposición permanecerá abierta hasta el 11 de marzo, de lunes a viernes, de 11 a 14 y de 17 a 20, y sábados, domingos y festivos, de 11 a 21 ininterrumpidamente. La entrada tiene un precio de 9 euros, 7 para los niños y 28, el pack familiar. Un pase para zambullirse con los piratas en su única patria, la mar.

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